Balance en blanco

Un año y un día desde que ETA anunció, en ese lenguaje suyo que tanto entretiene a filólogos vocacionales y descifradores de posos de café, el “cese de las acciones armadas ofensivas”. La noticia es que no es noticia o que si ha fungido como tal, ha sido simplemente por el apego que le tenemos a los aniversarios de lo que sea. Las efemérides no pasan de moda en el periodismo. De hecho, aquí tienen a otro plumífero enredando -o enredándose- con una. Sería demasiado cínico criticar lo que uno mismo practica.

Como contrapeso a tan poco original proceder, intentaré proponer en estas líneas una mirada que salga de los terrenos trillados por los que casi inevitablemente transitamos los que tenemos acceso a teclado o micrófono con balcón a la calle. Ya saben suficientemente de qué pie cojeamos cada uno y de qué materiales nobles e innobles están hechas nuestras obsesiones. No digo que no les aportemos nada, porque supongo que si se toman la molestia de leernos o escucharnos, sacarán algo en limpio, aunque sea la reafirmación de su discrepancia. Esta vez les pido que den un paso más y traten de escribir, siquiera mentalmente, su propia columna de balance de estos doce meses sin atentados. De eso iba lo del planteamiento novedoso que sugería.

Tal vez no les salga en el primer bote, así que les ayudo espolvoreando algunas de las preguntas que, siguiendo mi método habitual, yo mismo me hubiera formulado antes de ponerme a redactar. Por ejemplo: ¿Estamos mejor ahora que en septiembre de 2010? ¿Ha cambiado algo sustancial en nuestras vidas a lo largo de esta vuelta de calendario? ¿Ha variado el escenario político general? Si la respuesta a lo anterior ha sido afirmativa, ¿quiénes dirían que han trabajado a favor y quiénes se han dedicado a poner palos en las ruedas? ¿Hay alguna explicación a esas actitudes? Pueden añadir los interrogantes que se les ocurran. Ya les he dicho que era su columna.

Sobra, estorba… y aburre

Hubo un tiempo en que los comunicados de ETA eran recibidos en las redacciones con subidón de adrenalina y nerviosas carreras de pollos sin cabeza. Eso fue decayendo, y poco a poco, la recepción de las largadas de la banda (salvo que anunciasen un alto el fuego) fue empatando en impacto con la llegada del pronóstico del tiempo o el número premiado en la ONCE. Ahora, ni eso. Cuando parpadea la pantalla para avisar de la existencia de una nueva remesa de embutido de blablablá, a los periodistas nos invade la misma sensación de tedio que si tuviéramos que cubrir un maratón de toda la filmografía de Kurosawa y Antonioni o transmitir la misa del Gallo.

Este último, para colmo de modorra, nos ha llovido en medio de la canícula, con el depósito en la reserva y la única neurona en uso ocupada tratando de comprender el enésimo episodio de pánico en el edén económico. No son las mejores circunstancias para enfrentarse a la trigesimoquinta repetición de la misma coreografía. Ni un milímetro de margen para el factor sorpresa. Cero novedades en el texto y, por descontado, cero novedades en el repertorio de reacciones. “Paso en la buena dirección” o “más de lo mismo”.

La segunda opción es de compromiso. Ahí cabemos muchos, desde los apóstoles del no a toda costa y a lo que sea hasta los que, simplemente, estamos cansados de tanto marear la perdiz. Respecto a quienes se han alineado con la primera, lo del “progresa adecuadamente”, que Santa Lucía les conserve la vista y San Cucufato, el voluntarismo. Esta chapa estival de ETA encaja más bien poco con lo que le llevamos escuchado a Arnaldo Otegi en sus tres semanas de gira obligada en la Audiencia Nacional.

Al margen de eso, lo mejor es que las bombas y las pistolas siguen quietas. Aunque a Patxi López -¡menudo retrato!- le dé lo mismo una ETA que mate que una ETA que no mate, la mayoría de la sociedad preferimos lo último. La diferencia es grande.

Ya está aquí, ya llegó

Como ETA no nos marca la agenda, ayer a las doce del mediodía estábamos casi todos con el dedo tonto venga refrescar la portada de la edición digital de Gara. Una oportuna cantada tecnológica nos había puesto sobreaviso una hora antes, y esos universos paralelos que llamamos redes sociales bullían ante la inminente llegada del comunicado larga y cansinamente esperado. Y llegó. Llegó en trilingüe y doble soporte. En el audiovisual percibimos, además del consabido atrezzo, una iluminación más cuidada que en ocasiones precedentes y una interpretación que también destacaba por lo sobrio y contenido. La versión impresa ofrecía un aspecto pulcro y una sintaxis inusualmente llana y directa, con los jeribeques panfletarios imprescindibles para que no pareciera que habían externalizado la redacción. El acierto de la intención comunicativa quedó de manifiesto cuando todos los titulares de primera hora coincidieron en los tres calificativos que ascendieron a la condición de sustantivos: permanente, general y verificable.

Conforme al libreto, vino después -y en ella seguimos aún- la torrentera de reacciones, interpretaciones, valoraciones, exégesis, profecías y comentarios de texto varios. Como ha habido tanto tiempo para preparar el parcial, nadie se ha salido del molde. El censo de videntes de botellas medio llenas, medio vacías, rebosantes o con telarañas fue exactamente el previsto. De sobra sabemos hace mucho quiénes quieren que se pite el final del partido y quiénes pedirán insistentemente rentables prórrogas.

Algo tié que haber

El único interés medianamente noticioso de la ceremonia replicante estaba en Moncloa. Se cuidó mucho de dejarse ver esta vez Rodríguez Zapatero. Mandó (es un decir) a su ministro plenipotenciario, Pérez Rubalcaba, que compareció con un jarro de agua calculadamente helada. “No es una mala noticia, pero no es la noticia”, soltó de entrada, antes de dejar llover todo el manido repertorio sobre la fortaleza del Estado de Derecho y su inquebrantable voluntad de no dejarse doblegar.

Nadie se desanime por esa puesta en escena. Los procesos se escriben con renglones torcidos y, en este caso, sobre los escarmentados jirones del anterior. Aquel encalló, entre otras cosas, porque el Gobierno español echó a volar las palomas de la paz demasiado pronto y, claro, fueron presa facilísima para las gaviotas que estaban al acecho. Por detrás del Pérez Rubalcaba negacionista yo percibí ayer la sombra de José Mota repitiendo con vehemencia que en esta ocasión “algo tié que haber”. Ojalá.

Esperando a Godot

Me alegro de no haber gastado más de diez minutos del último fin de semana esperando a Godot, o sea, al comunicado en que algunos quieren ver la pieza que falta para completar el puzzle. Como escribí aquí, tenía asuntos más primarios agitándome la mente y el alma. Por supuesto que lo que pueda decir ese texto alimenta mi curiosidad, pero no en un grado mayor que la incertidumbre que me provocó hace unos meses el final de un culebrón de quinta titulado “Bella calamidades”, al que me enganché por razones que no vienen al caso. Algo me dice que, como en aquella ocasión, no pasaría nada si me perdiera el último capítulo. Lo importante de la trama es lo que hemos visto en los episodios precedentes. Salvo que hayamos sido víctimas del mayor timo de todos los tiempos, poco puede cambiar lo que diga o deje de decir ETA. De hecho, veo en el retraso uno de los últimos intentos de la organización por aparentar una importancia de la que ya todos estamos íntimamente convencidos de que no tiene.

Sigo en mis trece iniciales, que con el tiempo que ha pasado desde la primera vez que expuse mi pensamiento, son ya quince o diceciséis. Si había algo sustancial, estaba en la parte política y social. La izquierda abertzale ilegalizada ha llegado a estas vísperas con la tarea hecha. La prueba es que, a diferencia de otras ocasiones en las que protestaba ante las especulaciones sobre un comunicado, esta vez no oculta su impaciencia ni en privado ni en público. Es una pérdida de tiempo y de energías reprocharle que podía haber dado estos pasos mucho antes. No es momento de lamentar ni de tirarnos a la cabeza lo que pudo pasar y no pasó. Ninguno quedaríamos indemnes, además.

Mañana empieza hoy

Las oportunidades perdidas, perdidas están. Dejémoslas para los historiadores. Toca ahora avanzar hacia eso en lo que tanto hemos soñado, un escenario sin violencia. Demostremos que lo queríamos de verdad, que no lo pedíamos porque pensábamos que era imposible. No hay lugar para los egoísmos particulares, para echar cuentas sobre cómo nos va a ir a partir del día siguiente. Para empezar, esos cálculos son inútiles. Una de las grandezas de lo que nos espera es que dejarán de valer las viejas profecías y las viejas matemáticas. Otra, aunque parezca contradictoria con cómo acabo de pintar el mañana, es que tampoco cambiarán tanto las cosas. En apenas unas semanas estaremos en trifulcas similares a las que conocemos. Eso es la política, al fin y al cabo. La única diferencia es que no habrá violencia. Y no la echaremos de menos.

Actores del drama vasco

Segundo comunicado en dos semanas, esta vez, incluso con metáforas navales de un lirismo discutible. Armados de las gafas de ver sus deseos y/o sus intereses reflejados en la literatura del redactor de turno, los interpretadores profesionales vuelven a su cansina noria. Exactamente igual que hace catorce días, las notas van del sobresaliente bajo al insuficiente, insuficiente, insuficiente. El truco es que esas calificaciones estaban puestas de antemano. Daba lo mismo la petenera por la que hubiera salido ETA. Nada habría cambiado el comentario de texto prefabricado. Puede que, por necesidades del guión, concedamos a la banda el papel de prima donna, pero todos menos ella misma sabemos que su papel es secundario. Es el malo malísimo necesario para sostener la trama.

Echando mano de la misma terminología que utilizó la izquierda abertzale ilegalizada el pasado fin de semana, hay otros actores con mucho más peso en nuestro culebrón interminable. Ellos mismos están entre los principales del elenco. Si su apuesta por las vías pacíficas es tan sincera como por primera vez en mucho tiempo está dando la impresión de ser (aunque sigan racaneando en palabras contundentes), el argumento se pondría verdaderamente interesante. Buena parte de los escaldados por el fiasco de las dos últimas treguas irían desprendiéndose poco a poco de su melancólico escepticismo, de su sensación de haber hecho miserablemente el primo, de su íntima convicción de haber sido utilizados, y volverían a creer en el milagro.

Palabras claras y directas

He escrito lo anterior en condicional y en potencial. Para convertir esa posibilidad en hechos, para que recuperen temperatura quienes se quedaron helados por los dos últimos fracasos, aún faltan pronunciamientos medio gramo más audaces. ¿Tanto cuesta rechazar sin paliativos ni circunloquios los episodios de kale borroka o las cartas de extorsión que se siguen enviando? Un testimonio rotundo en ese sentido dejaría blancos del susto a los apóstoles del cerrojazo. Lo iban a tener en arameo para seguir manteniendo su teoría de la conspiración que sostiene que es ETA la que teje y desteje.

La opinión pública no tiene tiempo ni ganas para leer la letra pequeña. Seguro que la Declaración de Bruselas o los Principios Mitchell son la recaraba del aperturismo, la novedad y las buenas intenciones, pero nadie va a enterarse si no se traducen a román paladino. Es también cuestión de marketing. Las palabras sencillas y directas tienen más poder que las etéreas. Seguimos esperándolas.

Plaga de profetas

No hay tímpanos ni pupilas capaces de digerir un cuarto de la mitad de lo que se ha dicho y escrito desde el domingo sobre el comunicado de ETA. Animados, según los casos, por las mejores o las peores intenciones, profesionales, amateurs y mediopensionistas de la opinión nos hemos lanzado en tromba a embotellar la interpretación genuina e indiscutible del recado que nos llegó a través de la BBC. Habernos equivocado patéticamente el millón de veces que hemos hecho el mismo ejercicio estéril a lo largo de los años no ha contenido nuestro ímpetu por arrojar a la Humanidad esa luz de la que creemos ser propietarios únicos. Luego, qué risa, proclamamos que ETA no nos marca la agenda y que el único comunicado que merecerá ser valorado será el que anuncie su disolución.

Alguna vez me he preguntado qué pasaría si quienes recitan ese par de coletillas levantando el mentón y engolando la voz fueran consecuentes con ellas. Para mi desazón, la respuesta es que ni siquiera es una opción contemplable. De entrada, sería una faena para los que vivimos de revender palabras ajenas a granel. Tendríamos que sudar tinta china para encontrar con qué saciar el hambre informativa de nuestra parroquia, con lo cómodo que es poner el zurrón y dejar que caigan las declaraciones de manual que servimos apenas sin desbastar y sabiendo que nadie guardará recuerdo de ellas media hora después. ¿Recompensaría alguien ese esfuerzo? Al contrario, pasaríamos por tibios, encubridores de la verdad y, en el mejor de los de los casos, por mantas del periodismo. Mejor dejarse arrastrar por la inercia.

Por suerte, nadie se acuerda

Y cuando no es la inercia, es el ego, la impepinable necesidad de demostrar que nosotros también sabemos todo lo que hay que saber y un poco más, lo que nos empuja a llenar páginas o minutos de material de aluvión, cuando no de puras fantasías sobre lo que va a pasar o a dejar de pasar con ETA. Luego, todo eso queda, para nuestra fortuna, sepultado en las hemerotecas o disuelto en el aire.

Sería una humillación demasiado grande confrontar los brillantes pronósticos con lo que acaba ocurriendo, que suele ser, puñetera casualidad, exactamente lo contrario de lo vaticinado. Tal vez alguien debería tomarse el trabajo de bucear en los quintales de finísimos análisis que el tiempo ha desmontado del punto a la cruz y publicarlos con doble subrayado bajo el nombre y el apellido de sus autores. Sospecho -lo decía al principio- que ni aún así acabaríamos con la plaga de profetas, pero el sofoco no se lo quitaba nadie…