¡Y ahora muta!

Era justo lo que nos faltaba. En el peor momento —¿acaso ha habido alguno bueno desde marzo?— llega la noticia de una mutación británica del virus. ¡De un día para otro! No era algo de lo que se nos viniera alertando o que formara parte de las hipótesis que llegan a los titulares. Qué va. Ha sido un jarro de agua helada sin preaviso. “Está fuera de control”, reconoció el atribulado gerifalte sanitario del Reino Unido, alumbrando de inmediato la ceremonia de la confusión, alimentada hasta infinito por la profusión de expertos indistinguibles de cuñados.

Les juro que en el mismo exitoso programa de telepredicación hispanistaní vi ayer a un requetelisto proclamando que no había motivo para que cundiera el pánico y a otro, diez minutos después, exhortándonos a rezar lo que supiéramos. A tirar por el váter todas las vacunas, venía a concluir el fulano que, por cierto, no distinguiría una probeta de una onza de chocolate pero ejerce de sabio catódico con permiso para asustar.

Como siempre he sostenido que el miedo guarda la viña y que la prudencia es la madre de la ciencia, sin tener pajolera idea, me alineo con quienes piden o ya han decretado el bloqueo de los vuelos procedentes de las islas. Me acongoja, eso sí, que Illa diga que no se han dado casos. Eso juró, y era falso, en la primera ola.

Diario del covid-19 (18)

Por si no tuviéramos bastante con la hemorragia diaria de datos sobre contagios y fallecimientos, ayer nos impactaron como una patada en la boca del estómago los de paro. Tan brutales como desgraciadamente previsibles. Y eso, que ahí no salen las millones de personas —decenas de miles en Euskal Herria— puestas en ese barbecho llamado ERTE, que no en pocas ocasiones solo será una pasarela hacia la tarjeta de desempleo definitiva.

Qué decir de quienes no aparecen ni en una ni en otra lista de damnificados porque ni siquiera gozaban de la condición de trabajadores por cuenta ajena. Pobres parias autónomas y autónomos, a los que no les queda más que bajar la persiana, seguir pagando la cuota y los gastos corrientes y callar. ¡Ay, si encima tienen algún currela a su cargo! Si lo manden a casa serán señalados como despiadados capitalistas explotadores. Y si pretendieran mantener la actividad, aunque fuera al trantrán, se les acusará de poner en peligro lo más importante, que es la vida.

¿La vida? Por descontado, pero versionando a Quintín Cabrera, qué vidas más diferentes, las de quienes están ya o se van a quedar en bolas y las de aquellos que tienen la absoluta certeza de que en ningún caso serán carne ni de paro, ni de ERTE ni de declaración de quiebra. Justamente, los que más lecciones dan.