¡Y ahora muta!

Era justo lo que nos faltaba. En el peor momento —¿acaso ha habido alguno bueno desde marzo?— llega la noticia de una mutación británica del virus. ¡De un día para otro! No era algo de lo que se nos viniera alertando o que formara parte de las hipótesis que llegan a los titulares. Qué va. Ha sido un jarro de agua helada sin preaviso. “Está fuera de control”, reconoció el atribulado gerifalte sanitario del Reino Unido, alumbrando de inmediato la ceremonia de la confusión, alimentada hasta infinito por la profusión de expertos indistinguibles de cuñados.

Les juro que en el mismo exitoso programa de telepredicación hispanistaní vi ayer a un requetelisto proclamando que no había motivo para que cundiera el pánico y a otro, diez minutos después, exhortándonos a rezar lo que supiéramos. A tirar por el váter todas las vacunas, venía a concluir el fulano que, por cierto, no distinguiría una probeta de una onza de chocolate pero ejerce de sabio catódico con permiso para asustar.

Como siempre he sostenido que el miedo guarda la viña y que la prudencia es la madre de la ciencia, sin tener pajolera idea, me alineo con quienes piden o ya han decretado el bloqueo de los vuelos procedentes de las islas. Me acongoja, eso sí, que Illa diga que no se han dado casos. Eso juró, y era falso, en la primera ola.

Opinar según de qué

Zapatero a tus zapatos. Me conmina a ello con prosa altiva un anónimo —qué raro— que sostiene que mi columna sobre la rebaja de pena al maltratador del portal es producto de mi inmenso desconocimiento sobre los procesos judiciales. Como primera providencia, en lo que es casi un puro acto reflejo, me sonrío al pensar cuántas veces me espetan últimamente tal martingala. Los compradores de bebés, sin ir más lejos, que porfían que solo si te has pulido de 100.000 pavos para arriba en los mercados semiblancos estás en condiciones de opinar sobre sus transacciones con vidas de por medio.

Cosas del pelo me han soltado los partidarios del toro de la Vega, los conspiranoicos del 11-M, los defensores de la invasión de Irak o, por no hacer interminable la lista, esa parte de la afición del Betis que tiene como ídolo intocable al presunto maltratador Rubén Castro. Si su argumentación fuera medio solvente, debería yo afearles que, sin tener ni la titulación ni los rudimentos mínimos, metan su hocico en los insondables andurriales del periodismo.

No desdeño, sino al contrario, la importancia de la documentación antes de ponerse a aporrear las teclas. Ahora bien, una vez recopilados y contrastados los datos mínimos, y aun dejando lugar al posible error, el resto es cuestión de honestidad y sentido común. En el caso que ha dado lugar a estas líneas, no parece necesario haberse esnifado el Aranzadi al completo para criticar, incluso en términos duros, que se le imponga una pena de risa a un tipo al que todo el mundo ha visto golpear con saña a una mujer. Más sorprende y desazona que se defienda tal proceder.