La capacidad de pegarse tiros en el pie de Donostia 2016 empieza a ser digna de estudio. Desde que era una idea recién parida por el entonces alcalde y hoy verso suelto a tiempo completo, Odón Elorza, hasta estas largas vísperas de la clausura, no ha dejado de acumular broncas, bronquillas y broncazas. Casi todas ellas, además, absolutamente innecesarias. Tanto, que la sucesión de rifirrafes invita a una suerte de teoría de la conspiración: ¿no será que lo están haciendo adrede para que se hable de un evento que en sí mismo —no nos engañemos— interesa a locales y foráneos poco tirando a nada?
Sí, suena a desvarío paranoico, pero no menos, me van a reconocer, que el motivo de la última zapatiesta. Oigan, que hablamos de censura abiertamente reconocida y justificada por los responsables ejecutivos y políticos de la cosa. Se admite sin el menor rubor que se han retirado equis obras de una exposición de arte realizado en centros de reclusión porque las firman presos o expresos de ETA, y eso podría “ofender a las víctimas del terrorismo”. ¿Por el contenido? ¡No, por la mera autoría!
Por las propias características de la muestra, es bastante probable que tras el resto de los trabajos haya asesinos, pederastas, violadores, políticos corruptos… La lista de posibles agraviados es amplia. Yo mismo me incluiría en ella, si no fuera porque en realidad me importa una higa lo que se pueda exhibir en una feria de manualidades creadas, no dudo que con toda ilusión, en talleres ocupacionales. De hecho, lo que de verdad me asombra y me irrita es que nos lo cuelen como arte. Y más aun, que lo censuren torpemente.