Autocrítica

Nota preliminar: no solo los partidos perdedores deberían aplicarse a una autocrítica sincera, sosegada y lejana tanto de la mortificación como de la tentación de absolverse sin propósito de enmienda. También a los que han obtenido un buen resultado les sería de provecho pararse a reflexionar sobre por qué esta vez sí y las anteriores no o darle una vuelta a si el respaldo que han recibido puede durar o es flor de un día. En los cimientos de las futuras derrotas estrepitosas suele haber triunfos pasados mal digeridos y peor analizados. Creerse el rey del mambo se paga a la larga, que en realidad es pasado mañana.

Y si donde han pintado oros hay que andarse con calzado de buzo y no bajar la guardia, con más motivo allá donde las urnas han sido crueles y esquivas. Claro que primero hay que ser capaz de interpretar que ha sido así. Con la excepción de Mikel Arana —siempre dimiten los mejores y los que menos culpa tienen—, los dirigentes de las formaciones que se han hostiado van por ahí en plan chulopiscinas retándonos a que les comamos la pirulilla. En su versión, el único reproche hay que hacérselo al pueblo, esa manga de gilipollas que, como el negro del chiste, no saben ni abanicar. ¡Mira que no haber envuelto en trillones de papeletas a los que tanto y tan bien han hecho por ellos! Matiz arriba o abajo, es lo que han dicho en las últimas fechas Pastor, López y Pérez Rubalcaba.

En las otras siglas estrelladas, el examen de conciencia tampoco da ni para un Muy Deficiente. Basagoiti sigue empeñado en que todo es producto de una conjura masónica, no de los masones, entiéndase, sino de Mas, de nombre Artur. Después de haber pasado en Araba de primera a cuarta fuerza y en Gasteiz de primera a tercera por los pelos, el Diputado General Javier De Andrés se felicitó ayer mismo por haber reducido distancias [sic] con PNV y PSE. Que San Mariano le conserve la vista. O el rostro de cemento.

Aguirre vive

Pensé que era el tuit de un bromista o el de uno de tantos malintencionados que se divierten provocando: “EH Bildu reivindica el legado del lehendakari José Antonio Aguirre”. Luego llegó una segunda versión, una tercera y, finalmente, poco más o menos la misma frase lanzada al aire desde la cuenta oficial de la coalición. Ya para ese momento, las agencias y los periódicos digitales contenían más datos del acto donde se habían pronunciado esas palabras, incluyendo el que terminó de despedazarme los esquemas: el marco de la inusitada declaración fue el hotel Carlton de Bilbao, sede de aquel gobierno nacido en las duras y que jamás conocería las maduras. Simbolismo cuidado hasta el último detalle.

¿Qué ha pasado para que la izquierda abertzale rehabilite al “tibio” Aguirre —“más que chocolatero, fue un pastelero ideológico”, llegué a escuchar sobre él a un historiador de esa tendencia—, al hombre al que colgaron el baldón de “traidor de Santoña”, además de meapilas, amigo de los nazis, chivato de la CIA y tan españolazo que pudo ser presidente de la República en el exilio? La interpretación que más he leído en estas horas es que se trata de una estratagema electoral para levantarle un puñado de votos al PNV. Es verosímil, aunque a mi me gustaría pensar que esta especie de caída del caballo camino de Damasco tendrá más recorrido.

Si fuera así, estaríamos ante una gran noticia. Recuérdese que hace un año, en la conmemoración del 75 aniversario del primer Gobierno vasco, Patxi López y notables dirigentes del PSE también propusieron a Aguirre como ejemplo a seguir, pasando por alto que fue su partido quien tiró las mayores zancadillas a aquel ejecutivo. Sumemos —ya sé que es lo que se nos da peor— y tendremos que las tres fuerzas que representan la abrumadora mayoría vasca están de acuerdo, con sus matices, en que debemos aprovechar y seguir esa lección del pasado. Ojalá sepamos hacerlo.