El pucherazo, en su punto

Pardillo de mi, como si no guardara memoria de los escupitajos que le ha largado el PP a la mínima decencia, pensaba que esta vez iban de farol porque necesitaban una cortina de humo para tapar el cagarro de su gestión económica. O que era una piruleta para tener engatusados por un rato al frente cavernario y a los golfos apandadores que han hecho del victimeo un oficio muy bien remunerado. No es que creyera que habían cambiado —el que nace lechón muere gorrino—, pero sí que habían aprendido a disimular lo justo, que a ellos mismos les convenía trocar la mano de hierro por el guante blanco y empezar a usar un desodorante que no cantase tanto a testiculina.

El planteamiento es, además, tan burdo, tan grosero, tan de Romanones y Hassan II, que a cualquiera con media gota de pudor no le entraba en la cabeza que pudiera ir al BOE. ¿Engordar los censos de la CAV y Navarra con parroquianos afectos de las taifas hispanas donde hay excedente de palmeros gaviotiles? ¿Nada menos que entre 200 y 400.000? ¿Poner como único requisito para tal desafuero haber estado avencidado, aunque fuera un ratito, en el territorio colonizable a distancia y jurar por Snoopy que ETA les había hecho las maletas? Nótese que esos certificados los van a expedir los mismos que aspiran a convertirlos en votos contantes y sonantes. Suena tan ridículo que se antojaría imposible que nadie en su sano juicio se atreviera a defenderlo y menos a llevarlo a cabo. Pues deberíamos haber mirado el lema que rodea las torres de Hércules (con o sin aguilucho) en el escudo español: Semper plus ultra.

Adelantaba ayer La Razón, órgano oficioso de la falange mariana y la centuria basagoítida, que el pucherazo está en su punto, listo para servirse en las elecciones que López se resiste a convocar. La semana que viene, Dios y los rescatadores europeos mediante, nos darán los pelos y las señales. Vuelvo a preguntar: ¿cuándo nos vamos?

Pucherazo a la vista

El Gobierno español del Partido Popular está preparando un pucherazo electoral. Otro, en realidad. A diferencia del anterior, perpetrado en comandita con el PSOE y cuyas consecuencias aún padecemos, en esta ocasión el truco no va a consistir en neutralizar a una parte del censo, sino en inflarlo como el hígado de una oca a punto de foie. La intención es liarse a regalar derechos al voto en los comicios vascos como quien reparte balones de playa con propaganda. Entre 200.000 y 300.000 ciudadanos —nótese el pequeño margen de error— son susceptibles de beneficiarse por esta promoción del multi-sufragio gaviotero. El único requisito es haber dejado de residir en la pecaminosa Vasconia en los últimos treinta años y declarar, que no acreditar, que el motivo de la marcha fue la presión de ETA. Menudo chollo, ¿eh?

Lo tremendo es que esta zafia operación, que en cualquier latitud con medio gramo de sentido democrático nadie se atrevería siquiera a sugerir, se está llevando a cabo a plena luz del día y mentón en alto, en nombre de la memoria, la reparación y, ¡toma ya!, la justicia. Sin atisbo de rubor por el cutre modo de engordarse la buchaca con papeletas falsificadas, se nos cuenta que se trata de resarcir el atropello que sufrieron quienes tuvieron que abandonar su tierra por culpa de la violencia terrorista. Aparte de que es un método un tanto peculiar de compensación, lo que no cuela ni para unas tragaderas tan ensanchadas como las nuestras es la cifra.

Aunque se repita desayuno, comida y cena siguiendo el patrón goebbelsiano, la mentira de los 300.000 “exiliados” no se va a convertir en verdad. Hasta los que están montando este brutal tocomocho saben perfectamente que las estimaciones medianamente fidedignas no alcanzan ni a la décima parte. Y eso, tirando por lo alto. No parece, sin embargo, que eso los vaya a detener. Una vez más, todo apunta a que el pucherazo está servido.

Exiliados

Por esas casualidades de la vida que seguramente no lo son, en los últimos días un político de acreditado oportunismo y tres o cuatro esparcidores de incienso constitucionalista (léase anti abertzale) han vuelto a remover con un zurriago el delicado caldero hirviente de los exiliados. Nadie mejor que ellos debería conocer el discreto y laboriosímo trabajo que está haciendo en este terreno desde hace varios meses el Gobierno Vasco. Sí, el de Patxi López y Rodolfo Ares, bendecido y sostenido por el PP, que cuando se lo propone y se confía a gentes que no usan anteojeras ideológicas, es capaz de hacer las cosas medianamente bien. Lástima que vengan a pisarle la manguera bomberos de su mismo retén.

No creo que haya nadie con dos dedos de frente y un gramo de corazón que niegue que la violencia de ETA expulsó de su tierra a muchísimas personas. Facilitar su vuelta y ayudarlas a comenzar de nuevo es un acto de justicia que, como tantas asignaturas que tenemos aún pendientes, debería implicarnos a todos. El diabólico problema que nos encontraremos (que, de hecho, ya se están encontrando los que han acometido la tarea de su identificación) es establecer su número, siquiera aproximado. Las cifras que se manejan se quedan estratosféricamente lejos de los doscientos mil acuñados por Fernando Savater y luego recrecidos hasta el doble por él mismo y otros mariachis de la hipérbole malintencionada.

Salvo que haya alguna intención de ocultarnos los datos, ese pútrido mito está a punto de saltar por los aires y caer hecho pedazos sobre sus zafios inventores y difusores. ¿Por qué en esas columnas y en esas soflamas que mentaba al principio siguen blandiendo la cifra mágica? ¿Por qué continuar alimentando una mentira que, si siempre fue increíble, ahora además va a ser desenmascarada con pelos y señales? Simplemente, porque la verdad y cualquier cosa que se le parezca les importa un carajo.