Lo normal sería que un acto electoral de Vox en Sestao (pongan ahí el nombre de la localidad vasca que les de la gana) tuviera el mismo relieve informativo que el regüeldo de un mono en un zoológico. Con suerte, se habrían enterado cuatro locales a los que les hubiera coincidido el desembarco fachuzo con su rutina en el pueblo. Y conociendo un poco el paño, les aseguro que la mayoría se habría quedado en la náusea, el cagüental y esa máxima sabia que sostiene que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Ni puto caso al memo ambulante Abascal y a sus vomitivos mariachis. Anda y que les ondulen con las permanén. Concluyan su circo sin público, y venga a cascarla a Ampuero con viento fresco y la cabeza gacha por no haber conseguido ni un pajolera línea en los medios.
Pero no. Un valiente gudari atiza una pedrada a una de las menganas del ultramonte. Objetivo cumplido. La imagen de la tipa, a la sazón, diputada en el Congreso, con la frente sangrante se distribuye a todo trapo por el orbe mediático. El sarao destinado a pasar al olvido se convierte en Trending Topic, hostia en bicicleta del tuiterío y de los titulares de aluvión. Enorme triunfo de los que se llaman antifascistas y son, en realidad, los valedores número uno de los fascistas. Tan fascistas como ellos e igual de despreciables.