14 de abril, 90 años de la Segunda República española. Creo que conviene empezar cerrando el paso a las trampas en el solitario. Los ojos de hoy no sirven para mirar el ayer. Es metafísicamente imposible comprender el pasado desde la atalaya ventajista del presente. Como no dejamos de ver insistentemente en estos días previos al aniversario y ya teníamos comprobado con anterioridad, se tiende a presentar los hechos no como fueron sino como queremos que hubieran sido. Lo triste y alarmante es que esto no solo nos ocurre a los mortales corrientes y molientes. Muchísimos historiadores con toda la titulación en regla y centenares de visitas a los archivos acreditadas ofrecen una visión a beneficio de obra.
Es así como nos encontramos con dos relatos —maldita palabra— diametralmente opuestos de lo que fue el periodo 1931-1936. Por un lado, el diestro, están los demonizadores sin escrúpulos que caricaturizan esos años como una etapa de terror literalmente rojo contra la que no quedó más remedio que levantarse. Enfrente están los que dibujan un mundo de fantasía al abrigo de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y no fue ni lo uno ni lo otro. Creo que es más aproximado pensar que fue una época donde la luz trató de imponerse a la oscuridad. Ya solo por eso es justo y necesario reivindicarla.