Elecciones, parece

¿Apuestas con Pedro Sánchez de por medio? Ni se me ocurre, que todavía se me ponen las mejillas al rojo vivo cuando recuerdo aquella infausta columna titulada “Otra moción de fogueo”, en la que vaticiné entre aspavientos dialécticos el seguro fracaso de su envite contra Mariano Rajoy. Al final, unas carambolas que dejarían en aprendiz a Paul Newman en El buscavidas lo llevaron a Moncloa, tóquense la narices. Desde entonces, ahí ha seguido coleccionando días en la poltrona, diciendo arre, so o lo uno y lo otro al mismo tiempo, ándese él caliente, que con el florido pensil que lleva adosado en el culo, ya va para nueve meses como presidente.

Y ahora parece —pongan negrita y doble subrayado el parece— que está preparado para su enésimo todo o nada en forma de inminente adelanto electoral. Para darle más dramatismo al asunto, ya ni siquiera amenaza con el megadomingo de mayo, sino que anticipa el órdago a una fecha tan sugerente como el 14 de abril, con el pifostio que eso implica, incluso para sus propios barones territoriales que se juegan algo en las autonómicas o municipales. Insisto en que no seré yo quien porfíe si es capaz o no de consumar el aviso a navegantes, pero sí me aventuro a opinar que no es mala jugada. Una vez más más, de perdido al río, Sánchez, que ya se ha hecho sus cuentas demoscópicas, traslada la presión a quienes creían tenerlo rodeado y a punto de arrojar la toalla. Hablo, por supuesto, de las fuerzas soberanistas catalanas, que hasta este minuto de la competición tampoco es que se hayan distinguido por haber salido airosas de muchos entorchados. En todo caso, lo que tenga que ser será.

La república que no fue

Será que se me está avinagrando —más aun— el carácter, pero este año he llevado muy mal las conmemoraciones de la segunda república a las que yo mismo me sumaba con gran entusiasmo no hace tanto. Por alguna extraña razón, que puede ser haber leído bastante sobre ese tiempo irrepetible, en lugar de soltar la lagrimita y dejarme arrastrar por la ola emotiva, he ido de berrinche en berrinche al comprobar lo poco que se parece el pastiche naif de algunos fastos seudonostálgicos a lo que pasó en realidad entre el 14 de abril de abril de 1931 y el último parte de guerra. Puedo entender vagamente los motivos de la idealización, pero me niego a aceptar la reescritura de los hechos como si se tratara de un cuento de hadas y brujas al gusto del infantilismo en que ha decidido instalarse esa cierta izquierda de la que no dejo de escribir últimamente. Está fatal la intolerancia a la frustración que provoca el presente, pero extender el vicio del autoengaño al pasado roza la patología.

Como anoté en otro aniversario, yo sigo reivindicando sin rubor la república imperfecta, una época en la que junto a los sentimientos más nobles proliferaron excesos, ingenuidades, atropellos, corrupción, caciquismo, fanatismos y, desde luego, políticos tan canallas o más que algunos de los actuales. ¿Tememos que por reconocerlo estemos justificando a los que se la llevaron por delante? Con ello solo estaríamos demostrando una conciencia culpable y, de propina, desdeñando la oportunidad de aprender de los errores. Y eso nos condena a la eterna añoranza de algo que no fue y que muy probablemente jamás volverá a ser.