Miren por dónde, al magistrado Manuel Marchena le nace la dignidad con una semana de retraso —en simulado y diferido, que diría la políticamente difunta Cospedal— y saca un comunicado renunciando a presidir esa casa de tócame Roque que llaman Consejo General del Poder Judicial. Premio para el que tenga la presencia de ánimo suficiente para reprimir la carcajada seguida del vómito. Hay que gastar una desvergüenza de talla triple XL para arrearse un comunicado jactándose de ser la releche en verso de la ausencia de mácula después de siete días en boca de todo chirichi como el vendedor de su alma al bipartidismo renacido a cambio de un puesto de relumbrón. Viene a preguntarnos el mengano en su tardía descarga de amor propio que por quién le tomamos. Y cabe contestarle a lo George Bernard Shaw: quién y qué es ya ha quedado claro; ahora se está negociando el precio.
Corrijo: se estaba negociando. La renuncia al puesto que se le había otorgado por adelantado ha mandado al carajo todo el cambalache entre PSOE y PP para repartirse las fidelidades y las poltronas del presunto órgano de gobierno de los jueces. Por si faltaran pelendengues a la broma, la formación que rompe es la de Casado, cuando la espoleta que lo revienta todo son unos guasaps del senador pepero (y cosas peores), Ignacio Cosidó, en los que se vanagloria del trapicheo.
La conclusión provisional es que volvemos a la casilla de salida, solo que con unos cuantos jirones más en el descrédito de la Justicia. Y no digamos ya en el de la política, que no ha de pasarse por alto que el fétido episodio venía bendecido por el silencio cómplice de Unidos Podemos.