¿Alguien recuerda las proclamas tras la penúltima matanza de París? La Democracia vencerá, el Estado de Derecho no se doblegará ante el terror, ni un paso atrás. Bla. Bla. Bla. Pero en cuanto se apagaron los ecos de las voces huecas y aquellas manifestaciones multitudinarias encabezadas por los másters del universo, incluidos señalados matarifes, se instaló el acojono. Meses de culo prieto aguardando la próxima carnicería. Porque nadie dudaba que llegaría. “Estamos más cerca del próximo atentado que del último”, hizo de siniestro profeta un responsable policial francés apenas horas antes de la acción combinada y planificada al milímetro que en el instante de escribir de estas líneas arroja el brutal saldo de 129 personas muertas y más de 200 heridas.
Y como cada vez, incluyendo las muchísimas que sabemos que vendrán, tras la explosión mortífera llegó la creativa. Brillantes iconografías de un corazón lloroso con los colores de la bandera francesa, la torre Eiffel tuneada en el otrora símbolo contracultural de la paz, el consabido ojo con el iris también en blanco, rojo y azul… A modo de guarnición, los eslóganes al uso, esos que valen para un roto y un descosido, probablemente tan sentidos por la mayoría de los que los enuncian como irrefutablemente falsos. ¿Todos somos París? Venga ya.
Pero claro, qué esperar del ciudadano de a pie, si a las autoridades lo primero que se les ocurre es cerrar las fronteras. ¡Jarca de imbéciles! Los autores de estos ataques, de los pasados y de los futuros están dentro desde hace muchísimo tiempo. Y no muy lejos, quienes contextualizan, o sea, jus-ti-fi-can sus crímenes.