Maldita prosperidad

En los tiempos de la presunta bonanza —rasquemos y veremos que no fue tal— me dejé las cejas, las yemas de los dedos y la garganta gritando que aquello era Jabugo para hoy y chopped para mañana. Pasé por cenizo, agonías y, de propina, analfabeto funcional en materia macro y microeconómica. “Lo del ciclo alto y el ciclo bajo se ha acabado; estamos en una nueva era de crecimiento continuo sostenido, con pequeños parones en el peor de los casos”, llegó a decirme un cátedro de la cosa. Y tras él, otro, otro y otro más. Cada perito en finanzas que me echaba al micrófono me vendía la misma moto y me daba unos golpecitos metafóricos en el lomo para que me relajara y gozara de la abundancia. Lo que tenía que hacer era dar gracias al cielo o a Wall Street por haber alcanzado mi madurez en una época en la que los alquimistas del parné habían creado las habichuelas mágicas. En lo sucesivo, habría mucho y para todos. En unos años, el umbral de la pobreza lo marcarían el 4×4 y los quince días de rigor en Cancún o Punta Cana.

Lo amargamente divertido es que bastantes de esos profetas son los que ahora andan predicando el apocalipsis. La neodoctrina es el anverso exacto de la anterior: decrecimiento continuo sostenido, con pequeños parones en el mejor de los casos. Íbamos como cohetes a la estratosfera de la opulencia y de pronto nos encontramos de culo, cuesta abajo y sin frenos cayendo al abismo sin fondo de la miseria. “Nunca regresaremos a los niveles de renta y bienestar que tuvimos”, reza el mantra vigente.

La trampa está en el enunciado y, especialmente, en el uso a la ligera de la primera persona del plural. ¿Regresaremos? ¿Tuvimos? ¿Quiénes y cuándo? Los hay que ya estaban tiesos entonces y que lo estarán más en el futuro. Otros ya iban cuatro escalones por encima y en este instante sacan ocho o diez traineras a la media. ¿La media? Sí, esa es la que se ha dado con la realidad en el morro.

Profecías económicas

Nos jubilaremos más tarde y cobraremos menos. Cuesta asumir ese par de verdades impepinables, pero aún me desazona más pensar que la decisión la han tomado quienes no corren el menor riesgo de verse afectados por ella. La tenebrosa vejez que aguarda a la mayoría de deslomadas y deslomados será, en su caso, una dulce modorra otoñal, salpicada de viajes de placer en business class y alojamiento en hoteles de cinco estrellas. Y, por descontado, ni medio remordimiento de conciencia por haber condenado a sus semejantes -¿semequé?- a algo que se parecerá mucho a la indigencia. Para colmo de recochineo, los nietos de los desheredados tendrán que aprender en la escuela, probablemente de beneficencia, los nombres y los hechos de estos hombres -meterán alguna mujer, tal vez Merkel, de relleno- que supieron enfrentarse con mano de acero a los tiempos difíciles. Padres y madres de la nueva Europa, los llamarán.

¿Exagero? Ojalá, pero no veo por qué mi vaticinio apocalítico ha de tener menos valor que el que a ellos les ha servido para sacar la guadaña y liarse a segar conquistas sociales. Se basa en el mismo desconocimiento y la misma carencia de elementos para el análisis. Son incapaces de olerse lo que va a pasar un mes después, como demostraron cuando la crisis les estalló en sus felices morros, pero no les cabe ni la menor duda de cómo se van a dar las cosas en 2020 o 2030.

Igual que en los noventa

Supongo que no sirve de nada recordarlo, pero estas mismas profecías truculentas se hicieron ya a principios de los noventa. Se aseguraba entonces que el sistema haría crack y que la caja se vaciaría en el año 2005 como muy tarde. Luego cayeron del cielo unas vacas gordas que tampoco habían sido capaces de prever, y donde decían digo, dijeron Diego. Tengo yo media docena de sabios entrevistados en los años de bonanza que me juraban por su Rólex que las pensiones nunca más volverían a estar en peligro. Alguno se gustó tanto que dio por finiquitada la economía de ciclos y auguró que en adelante nos esperaba el crecimiento contínuo. Probablemente para él sería cierto.

Me habría gustado llegar a este punto de la columna con una conclusión o una moraleja que ofrecerles, pero me temo que no es el caso. Como ustedes, sólo sé que el presente tiene una pinta horrible y que el futuro la tiene aun peor. El único clavo ardiendo a la vista es que, como ha ocurrido otras veces, las funestas previsiones estén equivocadas y pasado mañana se nos haya olvidado esta pesadilla… hasta que se nos venga encima la siguiente.