Nigeria, qué risa

Como se sabe, el secuestro de más de doscientas niñas en Nigeria es un asunto de mucha risa. ¿Que digo una barbaridad? Pues vayan y háganselo ver a la legión de guasones irreductibles que se lo están pasando cañón tuneando la foto en la que María Dolores de Cospedal aparece con el cartel de la campaña por la liberación de las jóvenes. Ha sido el penúltimo gran éxito de ese pastizal de ovejas que a veces —no siempre, ojo— son las redes sociales. Las adaptaciones bufas, muchas de innegable ingenio, han corrido como la pólvora hasta conseguir ese peculiar fenómeno que consiste en erigirse en noticia de más repercusión que los propios hechos de fondo, es decir, el cautiverio de las alumnas y la movilización para conseguir que vuelvan a sus hogares.

Lo curioso y a la par revelador es que llamar la atención sobre ello le convierte a uno en un avinagrado cortarrollos que no deja que el personal se descojone de lo que le venga en gana. Es la vigencia eterna del gag de Gila sobre aquellos gañanes: “Le quemamos la casa y se enfada; pues si no aguanta una broma, que se vaya del pueblo”. Puede que aquí el incendio haya sido metafórico e incluso quepa citar como atenuante que no había mala intención. Casi peor, porque eso denota que no se está dispuesto a detenerse un segundo a pensar acerca de la pertinencia o no de hacer gracias sobre determinadas cuestiones. Y sí, también sé que la excusa de carril es señalar que en este caso, como diría García Márquez, no hay que buscarle el pelo al huevo. Ocurre que se trata de un huevo melenudo, leñe. Hay mil motivos para hacer mofa y befa de Cospedal. Pero no este.

La enaltecedora

Titulares que mueven a algo a caballo entre la piedad y la carcajada: “Subí el emblema de ETA a Facebook sin darme cuenta”. Son palabras de una de las 21 personas detenidas en la jacarandosa Operación Araña que se marcó la Guardia Civil la semana pasada con el supuesto objetivo de limpiar el patio internáutico de contumaces enaltecedores del terrorismo. Nos los habían pintado como una suerte de escurridizos y malvadísimos hackers que colocaban sus perniciosas consignas entre sus miles de seguidores. Empecemos por esto último. Resulta que Begoña, la autora del entrecomillado de más arriba, apenas tiene cincuenta amigos en Facebook, en su mayoría, [Enlace roto.], familiares y conocidos de Galicia, tierra de la que emigró a Euskadi tras una ruptura sentimental. Salvo que se trate de ninjas o muyahidines, no da la impresión de que haya ahí masa crítica suficiente para iniciar un movimiento insurgente ni nada que se le parezca.

El resto de detalles que ella misma aporta tampoco la retratan precisamente como una temible ciberdelincuente. De 46 años, separada, madre de una hija que le da más de un disgusto, y con una discapacidad física reconocida del 72 por ciento, Begoña usa la famosa red social de Zuckerberg —solo esa; en Twitter ni se ha estrenado— para lo que tantos y tantos, o sea, para mantener un sucedáneo de contacto con el mundo. Comparte citas blanditas de postales de autoayuda, canciones de Rocío Jurado y fotos de su tierra de acogida, entre ellas, una ikurriña que contenía la serpiente y el hacha. Para la llamada benemérita pasa por una peligrosa enaltecedora.

Operación Araña

Menudo descubrimiento, las redes sociales están tachonadas de cenutrios que, desde lo que los muy pardillos presumen impune anonimato, se dedican a evacuar la peor mierda a diestra y siniestra. Los hay, como estos que han servido al ministro Fernández para montarse el penúltimo show, que vomitan bravuconadas nauseabundas sobre Miguel Ángel Blanco o Irene Villa, pero no escasean los que se vienen arriba deseando la muerte de Otegi, Mas, Urkullu, Cayo Lara o cualquiera de los enemigos oficiales de la patria. Sin ir más lejos, el otro día, en una cuenta de Twitter llamada Foro Guardia civil se lamentaba que Martín Garitano no se hubiera quedado en el sito cuando se desvaneció en la izada de la ikurriña XXL en Donostia. Yo mismo, siendo un mindundi que no ha empatado con nadie, me he visto dos docenas de veces en un paredón imaginado por garrulos de dedo fácil y masa gris ausente.

Sería el primero en celebrar que esta quincalla cobarde desapareciera para siempre de la faz del ciberespacio o, como poco, que sus gañanadas no les salieran gratis. Lo que no trago es que el modo de conseguirlo sea una redada refulgente como la que los guasones bautistas del ministerio español de Interior dieron en llamar Operación Araña. Hemos visto los suficientes espectáculos de luz y color verdeoliva para saber que lo único que se ha buscado con el escarmiento público de un puñado de bocachanclas era seguir exprimiendo la nutricia teta de la serpiente. Eso de saque. En el mismo viaje, acojonar preventivamente a cualquiera que no escriba como dicte la autoridad competente. Una triste coma podría ser enaltecimiento.