No nos resignemos

39 años y un mes después, llegan a la demarcación autonómica las transferencias de 6 kilómetros de una autopista y 14 de dos líneas de ferrocarril de mercancías. Un pellizquito a descontar del Cupo. No me digan que no es motivo de celebración. Casi para sacar la gabarra, si no fuéramos a herir sensibilidades. Pero eso no es todo, oigan. Lo rebueno es que hay un calendario. ¿El de los bomberos? ¡Ca! ¡Mucho mejor! Uno que hace el inventario de lo que ponía en el Estatuto de 1979 en la fila de la derecha, mientras que en la de la izquierda figuran las fechas en las que el muy cumplidor Estado español va a ir devolviendo el trigo a su dueño nominal. ¿Como las anotaciones de las deudas en la barra de hielo? Por ahí debe de ir la cosa, con el pequeño matiz de que el gobierno presuntamente pagador está en situación de interinidad y podría ser que pasado mañana, cuando toquemos el timbre para ver qué hay de lo nuestro, nos contesten que Pedro ya no vive aquí y que las reclamaciones, al maestro armero.

Admito que me llamen pinchaglobos, incluso antes de que les revele el minúsculo detalle de que la ministra Batet, cabeza del equipo negociador español, ha dejado claro que, sintiéndolo mucho, la Seguridad Social (artículo 18.2) se cae de la lista de lo demandable. Bastante será que se ponga sobre la mesa la competencia de Prisiones, esa que Marlaska dijo que no y Celaá que quién sabe.

Comprende uno que, con la amenaza ultracentralizadora de la tripleta Casado-Rivera-Abascal cerniéndose en el horizonte, quepa apechugar con la teoría del mal menor. Pero resignarse a quedarnos sin lo que es ley no debería ser una opción.

¿El fin del taxi?

Escucho que la huelga de taxistas ha sido un gran éxito. No lo pongo en duda. Desde luego, si el tal éxito se mide en seguimiento, capacidad para hacerse sentir y repercusión mediática, la afirmación resulta incontestable. Me temo, sin embargo, que si nos referimos a la posibilidad real de cambiar los hechos que han provocado la movilización, la apreciación no puede ser tan optimista. ¿Que ya está otra vez el cenizo que dice que las huelgas no sirven para nada? Les aseguro que no voy por ahí. Por supuesto que pueden servir, y hay un millón de pruebas de ello, bien es cierto que casi siempre en sectores muy determinados.

Lo que digo es que esta concreta de la que hablamos lo tiene verdaderamente difícil, puesto que enfrente no hay ningún interlocutor con la facultad de atender las reivindicaciones que se plantean. Porque esto no va de reducir licencias —algo que ya de por sí sería complicado de acometer para una administración que no prevaricase—, sino de un cambio social, quizá hasta histórico, imparable. Simplemente, el modelo de transporte de viajeros donde a los clientes les toca poco más que pagar y callar está agotado. De hecho, lo difícil de entender es que haya durado tanto.

Siendo humanamente comprensible la protesta de quienes salen perdiendo, no hay que esforzarse demasiado para hacerse una idea de por qué las diferentes alternativas al taxi tradicional han triunfado prácticamente según se han instalado. El precio es una parte, pero lo es en mayor medida la calidad del servicio. Cabe reclamar, por supuesto, igualdad de condiciones a la hora de competir. A partir de ahí, que gane el mejor.