En la última rueda de prensa tras el consejo de ministros —viernes de puente; sólo mirábamos los que estábamos de guardia—, la vicepresidenta española dejó caer como al despiste que su Gobierno tenía la intención de pactar con el PSOE medidas para frenar “el drama de los desahucios”. Me he cuidado de poner las comillas porque tal que así lo soltó Soraya Sáenz de Santamaría, como si utilizando esa denominación que en sus labios no es más que una muletilla fuera a hacernos tragar que la cuestión le quita medio minuto de sueño. Primero tendría que hacer el enorme esfuerzo mental de imaginar qué supone para una familia verse en la puta calle. Ni aunque le llovieran encima diez toneladas de empatía podría hacerlo. Probablemente, en su cabeza no será una faena muy distinta a que a la cocinera le salga grumosa la vichisuá o a que se le haga una carrera en la media cuando está a punto de saludar en un cóctel al embajador de Liechtenstein.
¿Exagero? Sí, pero me temo que apenas lo justo. En lo difuso, casi etéreo, del mismo anuncio se percibe a leguas que, por mucho que sobreactúen llamándolo drama, a este Gobierno se la trae bastante al pairo el asunto. Cada semana nos atizan un ramillete de Decretos Ley dentados que van al BOE corriendo que se las pelan, pero para detener la sangría de quinientos desalojos diarios todo lo que se sacan de la manga es la vaga promesa de estudiar el asunto cuando tengan una ratito libre. De propina, como si no supiéramos que manejan el rodillo a discreción, esta vez se disfrazan de cofrades del consenso y pretenden meter en el ajo al partido mayoritario de la oposición. Es decir, al mismo que cuando tuvo mando en plaza regaló a los bancos miles de millones de euros a cambio de absolutamente nada. Y entonces ya se practicaban los desahucios a tutiplén.
Ocurre simple y llanamente que ni a unos ni a otros les va la vida en ello. Ese es el verdadero drama.