El verdadero drama

En la última rueda de prensa tras el consejo de ministros —viernes de puente; sólo mirábamos los que estábamos de guardia—, la vicepresidenta española dejó caer como al despiste que su Gobierno tenía la intención de pactar con el PSOE medidas para frenar “el drama de los desahucios”. Me he cuidado de poner las comillas porque tal que así lo soltó Soraya Sáenz de Santamaría, como si utilizando esa denominación que en sus labios no es más que una muletilla fuera a hacernos tragar que la cuestión le quita medio minuto de sueño. Primero tendría que hacer el enorme esfuerzo mental de imaginar qué supone para una familia verse en la puta calle. Ni aunque le llovieran encima diez toneladas de empatía podría hacerlo. Probablemente, en su cabeza no será una faena muy distinta a que a la cocinera le salga grumosa la vichisuá o a que se le haga una carrera en la media cuando está a punto de saludar en un cóctel al embajador de Liechtenstein.

¿Exagero? Sí, pero me temo que apenas lo justo. En lo difuso, casi etéreo, del mismo anuncio se percibe a leguas que, por mucho que sobreactúen llamándolo drama, a este Gobierno se la trae bastante al pairo el asunto. Cada semana nos atizan un ramillete de Decretos Ley dentados que van al BOE corriendo que se las pelan, pero para detener la sangría de quinientos desalojos diarios todo lo que se sacan de la manga es la vaga promesa de estudiar el asunto cuando tengan una ratito libre. De propina, como si no supiéramos que manejan el rodillo a discreción, esta vez se disfrazan de cofrades del consenso y pretenden meter en el ajo al partido mayoritario de la oposición. Es decir, al mismo que cuando tuvo mando en plaza regaló a los bancos miles de millones de euros a cambio de absolutamente nada. Y entonces ya se practicaban los desahucios a tutiplén.

Ocurre simple y llanamente que ni a unos ni a otros les va la vida en ello. Ese es el verdadero drama.

Dos fotos

Magnífico contraataque a esas imágenes de menesterosos rebuscando en la basura o policías abriendo cabezas con las que The New York Times y otras biblias informativas de Occidente se hacen lenguas del derrumbe hispanistaní. Como hay que contarle al mundo que todo eso son insidias —inshidiash, en pronunciación rajoyana—, como hay que convencer a los inversores que huyen en estampida sobre la solidez y la rabiosa modernidad de la Marca España, las números dos y tres del PP olvidaron por un rato que se llevan a taconazos y marcharon al Vaticano a posar de Dolorosas. Como coartada, el ascenso en el escalafón divinal de no sé qué santo patrio.

Si no han visto los retratos, huelga cualquier esfuerzo por mi parte. Veinte columnas se me quedarían cortas para describirles el instante atrapado por las cámaras. Sólo les diré que ahora podemos estar seguros de que es posible fotografiar el pasado. Ese luto riguroso, esa peineta cubierta por la reglamentaria mantilla de organdí sobre la cabeza de Cospedalis Aflictorum, ese velo de beata de provincias que lucía Sor Aya, esos medallones de libra y media que les pendían a ambas a la altura del ombligo… Y en segunda fila, como una aparición, Nuestra Señora de los Aznares, también de negro zahíno y las manos entrelazadas en piadosa oración. ¿Cómo iba a estar ocurriendo un domingo del siglo XXI? Ni idea, pero me temo que, efectivamente, ocurrió.

No fue, de hecho, la única estampa añeja de la jornada. Poco más o menos a la misma hora, en Zaragoza, la Virgen del Pilar recibía —es de suponer que con honda e inenarrable emoción— la Gran Cruz del Mérito de la Guardia Civil. Se la impuso el locuaz ministro de Interior Fernández, flanqueado por la presidenta Rudi (también con peineta y mantilla, faltaría más) y el alcalde Belloch, otrora juez para la democracia.

¿Todavía es necesario explicar las prisas por hacer las maletas y alejarse de esta España?