Clavo ardiendo

A pesar de la cosecha de calabazas antidemocráticas que llevamos en el zurrón, aún confío en poder comenzar esta noche Gabon en Onda Vasca anunciando a los oyentes que Bildu estará en las elecciones del día 22. No tengo ni un solo argumento mínimamente sólido para apoyar lo que, a todas luces, no es más que una intuición tozuda. A eso hemos llegado. Han dejado de servir los análisis basados en datos o en la pura legalidad hecha a medida en estos años que quedarán en la Historia (ojalá, por lo menos, ocurra eso) como un tiempo oprobioso. Lo único que nos queda es el clavo ardiendo, la fe a prueba de toda lógica y experiencia que lleva al ludópata a creer que la suerte que se le ha negado con inmisericorde reiteración se va a presentar en la última mano de la timba. Los publicistas de la Lotería Nacional lo supieron sintetizar en aquel eslogan que desafiaba el cálculo de probabilidades: “¿Y si te toca a ti?”

Con ese espíritu, que es más bien un sucedáneo, aguardo la decisión del Tribunal Constitucional. Abandonada la esperanza de un dictamen justo fundamentado en hechos contantes y sonantes, lo fío todo al azar o al rebote. Es altamente verosímil que las reyertas internas entre los guardianes de la pureza legaloide resulten más determinantes para un fallo favorable que el mero debate jurídico sobre el material chuscamente probatorio apañado por las distintas policías.

Favorece este pálpito -insisto en que no puedo aportar premisas racionales- el sofoco que les ha entrado a los amanuenses cavernarios ante la eventualidad de que la cuestión se dilucide en el Pleno en lugar de en la Sala Segunda. No es mal augurio que se pongan las vendas antes de tener la herida y que vayan en plan Mourinho llorando por las esquinas que habrá tongo. Ojalá sus editoriales y columnas de mañana destilen bilis confirmatoria. Se habrá hecho justicia, aunque sea poética y de chamba. Nos vale igual.

Independencia, ja, ja, ja, judicial

Después del chiste de Cipriano, que me contó alguien cuya identidad jamás revelaré, lo que más me está haciendo reír estos días -quien dice días, dice años- es la expresión “independencia judicial”. Les juro que es escucharla y empezar a derramar lagrimones acompañados de estertores histéricos que me dejan el estómago como si hubiera hecho ochocientas abdominales. Menos mal que luego pienso en la indecencia de quienes llevan permanentemente en los labios ese mantra y se me corta el vacilón de raíz.

“Independencia judicial”, sueltan con solemnidad, mientras tienen el rostro de cambalachearse jueces que cojean de su pie a la vista de todo el mundo. Tres años han estado en ésas PSOE y PP para renovar el Tribunal Constitucional hasta que los de la gaviota, no se sabe si por claudicación o por estrategia, han depuesto su intención de colocar en la alta magistratura a un togado cuyo mayor mérito es ser tertuliano lenguaraz de Intereconomía y escribir un artículo semanal en La Razón. Enrique López se llama el interfecto, que tiene escrito que habría que prohibir a la prensa informar sobre sumarios secretos, no sea que se alborote el patio.

¿A cambio de qué?

Habrá que ver la contrapartida del canje, porque estas cosas no se hacen gratis. Ya comprobamos en la reciente y rocambolesca elección del presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que la ideología de sus señorías sí importa. Que lleve tal o cual el teatral mazo de pedir orden en la sala no es anecdótico. Más de una vez y más de quince, supone la diferencia entre treinta años y un día o la absolución con todos los pronunciamientos favorables. No es precisamente una ingenua curiosidad la que lleva a los abogados a preguntar, como Perales, “¿Y quién es él (o ella)? ¿A qué dedica el tiempo libre?”

Si esto va a misa en la llamada justicia ordinaria, en la Champions League judicial -Superiores, Supremo y Constitucional-, donde las decisiones son pura política, se convierte en dogma de fe. Basta mirar la composición del sanedrín para adelantar, sin margen de error, su fallo. La única incertidumbre reside en si alguno de los juzgadores morirá antes de tiempo. Macabro, sí, pero ya ha pasado y, en el colmo del esperpento, los medios hemos subrayado en el titular de la necrológica la condición de progresista, conservador o tibio del finado.

Es muy comprensible el cabreo que provoca en los administradores de justicia este burdo etiquetado, pero en su mano está parar los pies a los políticos que los tratan como a cromos. ¿Lo harán?