Arraiz en la tómbola

Falta la banda sonora de Marisol. La Justicia española es una tom-tom-tómbola. Pero no de luz y de color, claro, sino siniestra y sombría. Por añadidura, con trampa y cartón para llenar cuatro trasatlánticos. Los trileros de la bolita del rastro son catedráticos de ética al lado de los feriantes con toga que determinan, conforme a los que les sale de salva sea la parte —llámenle ideología, intereses personales o Razones de Estado— la suerte que corren los atribulados portadores de boletos.

En esas está ahora mismo el presidente de Sortu, Hasier Arraiz. Mañana empieza a girar su bombo en el Tribunal Superior del País Vasco, e igualmente le puede caer la muñeca chochona que el perrito Nicolás, el que mola mucho más. Aquí cambiamos de música. Toca Jarabe de Palo (esperemos que no en sentido literal) y su canción Depende. Según salga el sol de sus señorías y de las beneméritas (ejem) entidades que ejercen de acusación particular, le pueden caer seis años de cárcel y otros tantos de inhabilitación o puede evitar la trena, si bien quedando imposibilitado para desempeñar un cargo público.

Esto último fue lo que les ocurrió a las otras 35 personas juzgadas por la misma causa. A Arraiz, manda pelotas, la misma condición de aforado que a otros les sirve para marchar de rositas le puede suponer una pena más dura que a sus compañeros. Eso es una tropelía sobre la arbitrariedad fundacional que consiste en la persecución judicial de unas personas, las detenidas en Segura aquel infausto día de 2007, que ya ha quedado acreditado que trabajaban para acabar con el ciclo violento de ETA. Que sea para bien, Hasier.

Clavo ardiendo

A pesar de la cosecha de calabazas antidemocráticas que llevamos en el zurrón, aún confío en poder comenzar esta noche Gabon en Onda Vasca anunciando a los oyentes que Bildu estará en las elecciones del día 22. No tengo ni un solo argumento mínimamente sólido para apoyar lo que, a todas luces, no es más que una intuición tozuda. A eso hemos llegado. Han dejado de servir los análisis basados en datos o en la pura legalidad hecha a medida en estos años que quedarán en la Historia (ojalá, por lo menos, ocurra eso) como un tiempo oprobioso. Lo único que nos queda es el clavo ardiendo, la fe a prueba de toda lógica y experiencia que lleva al ludópata a creer que la suerte que se le ha negado con inmisericorde reiteración se va a presentar en la última mano de la timba. Los publicistas de la Lotería Nacional lo supieron sintetizar en aquel eslogan que desafiaba el cálculo de probabilidades: “¿Y si te toca a ti?”

Con ese espíritu, que es más bien un sucedáneo, aguardo la decisión del Tribunal Constitucional. Abandonada la esperanza de un dictamen justo fundamentado en hechos contantes y sonantes, lo fío todo al azar o al rebote. Es altamente verosímil que las reyertas internas entre los guardianes de la pureza legaloide resulten más determinantes para un fallo favorable que el mero debate jurídico sobre el material chuscamente probatorio apañado por las distintas policías.

Favorece este pálpito -insisto en que no puedo aportar premisas racionales- el sofoco que les ha entrado a los amanuenses cavernarios ante la eventualidad de que la cuestión se dilucide en el Pleno en lugar de en la Sala Segunda. No es mal augurio que se pongan las vendas antes de tener la herida y que vayan en plan Mourinho llorando por las esquinas que habrá tongo. Ojalá sus editoriales y columnas de mañana destilen bilis confirmatoria. Se habrá hecho justicia, aunque sea poética y de chamba. Nos vale igual.