Diario del covid-19 (25)

Por primera vez en no sé cuántos lunes de Pascua no he podido subir al Serantes a celebrar Cornites. Me he conformado con tuitear una foto nostálgica de la cumbre acompañada del deseo de poder hacerlo el año que viene. Creí entender que había una quedada para comer el bocadillo a las dos y media en balcones y ventanas del barrio, pero no ha salido nadie. Da igual. Desde antes de las doce hasta esa hora ha estado sonando la música un día más, como volvió a hacerlo después de los aplausos de la tarde hasta que casi dejó de haber luz.

Rara es la canción que coincide con mis gustos, pero ese chuntachunta de fondo se ha convertido para mi en una especie de himno de resistencia. ¿Contra el bicho? No, desde luego que no. Solo contra unas circunstancias para las que carezco de manual de instrucciones. Cuánta envidia de quienes atesoran todas las certezas. Antes sabían que esto era una gripe de chicha y nabo con la que pretendían meternos miedo y ahora están seguros de que es la mayor prueba por la que ha atravesado la especie humana desde que pisa la faz de la tierra y de la que saldremos siendo la leche en vinagre. Pues qué bien, pero a mi me basta con llegar al día siguiente sin que se me hayan ido a la mierda del todo los varios frentes en que peleo como el común de los mortales que alcanzo a ser.

Diario del covid-19 (11)

Sigue imparable la carrera vertical de la curva. Cada rueda de prensa de las autoridades nos llena de zozobra y de congoja. Y no porque se estén inventando nada o pretendan dar más miedo del que ya nos recorre el cuerpo. Simplemente, porque la realidad no se puede edulcorar. Queda muchísimo hasta que intuyamos que escampa. E incluso cuando eso ocurra, quedará lo otro, el páramo social y económico que deberemos hacer frente durante años.

Son y serán tiempos de sacrificio. Estoy convencido de que la inmensa mayoría alberga esa terrible certidumbre y que, en la medida de lo posible, está dispuesta a arrimar el hombro desde donde les toque, que en general es desde su casa, acatando la obligación de no salir. Si hace apenas unos meses nos hubieran dicho que el confinamiento domiciliario iba a ser respetado con tanta diligencia y hasta entusiasmo, no hubiéramos dado crédito.

Pensaba que esa disciplina era digna de aplauso general, pero empiezo a ver desmarques clamorosos. La penúltima moda entre la vanguardia moral de Occidente es tachar de fascistas de ventana o balcón a quienes tienen el atrevimiento de afear la conducta de los individuos que se pasan el encierro entre las ingles. No negaré alguna extralimitación o error de juicio, pero me aterra que en una situación como esta se defienda a los jetas.