Es un chiste muy viejo. El del individuo que entra a una librería y le interpela al dependiente: “Oye, imbécil, ¿tienes un libro que se titula ‘Cómo hacer amigos’ o una chorrada por el estilo?”. La versión de la ETA crepuscular es un comunicado que dice no sé qué de una tal “reconciliación nacional”, al tiempo que farfulla sobre “el relato de los opresores” y se engorila afirmando que ni se le pasa por debajo del verduguillo “renegar de su trayectoria de lucha”. Mezclen en la Turmix las tres expresiones literales que he entrecomillado y les saldrá un potito infame. Mejor ni imaginar el engrudo que resultaría si añadiéramos las chopecientas demasías que salpican el resto de la extensa largada.
La buena noticia, que a lo peor solo es regular, es que a la inmensa mayoría de los hipotéticos destinatarios de la filípica le resbala toda esa verborrea de la que no llega a tener conocimiento. Únicamente los muy cafeteros nos castigamos las neuronas con esta clase de metílicos dialécticos. Lo hacemos un poco por vicio y otro poco por oficio. El resto de los mortales tienen asuntos más enjundiosos de los que ocuparse: el ERE que se les viene encima o les ha caído ya, las medicinas que necesitan y no saben si podrán pagar. O sin ponernos tan lúgubres, la marcha de su equipo en la liga, los vales de Deskontalia o encontrar un rato para arreglar esa cisterna del baño que gotea.
He escrito varias veces sobre esto, y aún habré de reincidir, me temo. No creo que sea insensibilidad ni piel de rinoceronte. Ocurre simplemente que el pueblo también es, el muy puñetero, soberano a la hora de hacerse una composición de lugar y de establecer sus prioridades. Y ahora mismo, salvo monumental error de diagnóstico del arriba firmante, entre ellas no se cuentan los relatos, los suelos éticos, los planes de paz, ni las ponencias. En el imaginario colectivo la disolución y el desarme ya se han producido.