Era de manual. Conforme se acercara la hora de echar la papeleta en la urna y las encuestas le mostraran al PP alavés que el culo le va oliendo a pólvora, habría que sacar de la bodega un nuevo bidón de gasolina. No resultaba difícil averiguar cuál, y menos, siendo jefe de la campaña un tipo como Iñaki Oyarzábal, al que nunca se le han dado bien ni las matemáticas ni las sutilezas. Ande o no ande, exabrupto grande. ¿No parece que al munícipe de los récords cutretortilleros le está saliendo medio bien, con sus cosillas, la jugada de los p… moros? Pues a qué estamos esperando para que el otro Javier, el que manda sobre más territorio pero vende menos escobas mediáticas, empiece a ciscarse públicamente en lo p… vascos —léase naturales de Bizkaia y Gipuzkoa— y en su p… idioma, el euskera.
Dicho y hecho. Allá que se plantaron en un pepetoqui los mentados De Andrés y Oyarzábal, con el metáforico pelucón rizado de Pablo Mosquera y la imaginaria falda de cuero de Enriqueta Benito, a vomitar bilis victimista sobre los malvados vecinos y su bárbara lengua de imposición. Si los de las pateras roban las ayudas sociales a los propios del lugar, los que llegan en BMW (como poco) desde el norte arramplan con los curros chachis de los locales. Palabrita del Diputado General: “[Los vizcaínos y los guipuzcoanos] vienen a quitar los puestos de trabajo de aquí porque [en Araba] hay menos euskaldunes y eso supone una barrera enorme para que los alaveses puedan acceder a la Administración”.
Y esa es la versión más dulce. El resto de las intervenciones tuvieron aun mayor octanaje. Creen que sembrar odio da votos.