Bendito malvado capitalismo

Parece que el gobierno disolvente, cuatripartito y pecador de Uxue Barkos no ceja en su empeño de hundir Navarra. Como prueba, el penúltimo logro: la decisión de Volkswagen de conceder la producción del segundo modelo a la planta de Landaben. Notable jodienda para los navarrísimos, foralísimos y españolísimos apóstoles del cuanto peor mejor. Van a tener su gracia las próximas descargas de bilis desde el atril parlamentario de Esparza o Ana Beltrán. O los tuits encabronados de Carlos Salvador, ese señor que dice que una de las lenguas de su tierra es un lujo prescindible.

Fuera de sarcasmos, o quizá no tanto, merece la pena darle dos vueltas a lo que supone lo que con su habitual buen tino, Rafa Aguilera calificaba como una de las noticias de 2016 en la comunidad. Estamos hablando de asegurar mucho trabajo durante mucho tiempo. Probablemente, en condiciones mejorables —¿quién no quiere más?—, pero sustancialmente superiores a la media y, desde luego, cumpliendo unos mínimos holgados de dignidad.

¿Qué le lleva a una multinacional como la alemana a dar un paso así? Obviamente, no ha sido una cuestión sentimental; bien sabido es que las corporaciones carecen de corazón. Y pese a la broma inicial de estas líneas, poco ha tenido que ver, ni para bien ni para regular, el color del gobierno de turno. Así que todo se ha reducido a una cuestión de números. Simplemente, después de los pertinentes cálculos, Volkswagen ha llegado a la conclusión de que el sumatorio de circunstancias que presenta Landaben es el que le resulta más beneficioso para sus intereses. Así funciona el bendito malvado capitalismo.

Volkswagen, qué sorpresa

Enternece asistir al escándalo de plexiglás por un quíteme allá esas emisiones contaminantes de más. De golpe descubrimos que las grandes corporaciones engañan y que los coches contaminan un congo. Demasiado para nuestro delicado himen moral, que salta hecho pedazos, antes de sumirnos en la depresión que sigue al conocimiento del mecanismo del sonajero. ¿Es que ya no se puede confiar en nadie?

Ese estado de ánimo es el que nos están vendiendo. Por fortuna, quizá cuele en las páginas salmón o en ciertas tertulias de postín, pero no en la calle. A pie de barra de bar, de mostrador de frutería o de ascensor, lo que extraña del marrón de Volskwagen es que haya salido a la luz y que se le esté dando tanto bombo. La composición de lugar más común es que no se trata de un caso de rectos principios, sino de la bomba de un competidor o la venganza de un currela (de cuello blanco, se entiende) resentido. Y una vez que estalla y crece la bola, llegan los maquilladores a presentárnoslo como la demostración de que el que la hace la paga, menudos bemoles le echan.

Insisto en el escaso éxito de tal empresa. Salvo cuatro o cinco seres angelicales, la mayoría de los consumidores sospechamos hace mucho que el contenido de azúcar declarado en el brebaje que sea siempre es mayor, que lo del Omega 3 es una coña, que al interés que nos asegura un banco en el contrato hay que sumarle un pico, que lo que dice la pegatina del frigorífico sobre su eficiencia energética puede ser o puede no ser, y, por supuesto, que nuestro utilitario suelta bastante más porquería de la que jura el fabricante. Ningún motivo de asombro.

¿Escenificación o escándalo?

Prodigio de los prodigios. En menos de una semana, los 1.500 kilazos del IVA de Volkswagen se convierten en cien. Cómodamente abonables en cuatro anualidades de 25. El apocalipsis anunciado para las arcas navarras se queda en un mal sueño. Montoro aprieta pero no ahoga. Solo es cuestión de pedirle las cosas con la debida delicadeza. Ayuda, y mucho, que los solicitantes tengan en el bolsillo el mismo carné. A Pablo Zalba y Ana Beltrán, que no son exactamente Winston Churchill e Indira Gandhi, les ha bastado una sonrisa y una gaviota estampada en una cartulina para triunfar allá donde mordió el polvo la corajuda presidenta. Se imagina uno los cagüentales de la doña al ver la foto de los conseguidores en animada cháchara con el perdonavidas de la voz atiplada. Su trabajo, hecho por un par de secundarios de la política foral a los que, para colmo, últimamente no deja de hacerles rabiar. Dice mi periódico que Barcina ha sido ninguneada. Supongo que no se han querido cargar las tintas. En realidad, ha sido humillada. Por sus prójimos ideológicos, además, lo que debe de resultarle aun más doloroso. Con esos amigos, ¿quién necesita enemigos?

Los espectadores de estos volatines también hemos sido muy benevolentes. Hablamos de escenificación, y sin duda, lo ha sido, con interpretaciones bastante pobres, por cierto. Pero lo gordo ha ocurrido en la tramoya. Resulta que por interés político, un señor Estado puede sacarse de la sobaquera una deuda que arruine a una Comunidad… o dejarla en algo más que una multa de aparcamiento. Eso ya no es teatro, sino un escándalo indecente perpetrado a la vista pública.