Martes 6 de marzo de 2012
Este lunes un escueto correo me informaba del fallecimiento de Ramón Agesta, el bueno de Ramón.
Tenía casi cien años y vivía con su querida esposa a la que conoció en el exilio inglés y con la que se casó formando una pareja entrañable.
Con su hermano Gabriel y como hijos de aduaneros de Irún formaron, a las órdenes de José María Lasarte, el embrión de lo que fue luego el Servicio de Información del Gobierno Vasco que, tras la caída de Bilbao, se residenció en Villa Endara donde desde allí y luego en París, trabajaron al servicio de la causa aliada y contra el franquismo. El fue uno de los agentes más importantes ya que además le gustaba escribir y sus informes eran muy precisos.
Le conocí cuando trabajaba en el servicio de prensa de la embajada venezolana en París y daba asistencia a la Delegación del Gobierno Vasco y a los Lehendakaris Aguirre y Leizaola. Miembro de la Junta Extraterritorial del PNV en París, representó a ésta, con D. Manuel de Irujo, cuando el PNV salió de la clandestinidad en 1977.
Escribía para El Alderdi, Euzkadi, Deia, revistas europeas y unía a su condición de abertzale la de sindicalista de ELA-STV. Y era tan buena persona que en sus años en París si veía la esquela de un vasco, allí se iba al funeral y daba el pésame a su familia. Sus amigos de la Delegación le llamaban cariñosamente “el sepulturero”.
A mí me escribía continuamente dándome consejos y pidiéndome tuviera cuidado pues había mucha gente mala. Y yo le contestaba que él había vivido en un mundo revuelto y ahí estaba vivito y coleando tras dos guerras y un exilio.
En quince días se nos ha ido Iñaki Durañona y ahora Ramón Agesta y bien que lo siento. Eran rocas sobre las que se construye una sólida casa y eran además la conciencia de un nacionalismo ético, respetuoso, trabajador y apto para la convivencia. Mucho cariño a su encantadora viuda y a la buena gente de Irún.