Miércoles 15 de agosto de 2012
El viernes 3 de agosto, pasando cerca de Cariñena, me llamó Joseba Zubia para comunicarme la mala noticia del fallecimiento de Joseba Aguirre Zabala, hijo del Lehendakari Aguirre. La noticia me entristeció y, dado que estaba fuera de Euzkadi, no pude acudir el sábado a su funeral en Algorta.
No sé cuando le conocí pero sí que era de esas relaciones “de toda la vida”. En Donibane, en decenas de actos, conferencias, manifas, presentaciones de libros, comunicándome por correo electrónico, en la calle. Mi aita era contemporáneo de su hermano Juan Mari, y el apellido Aguirre, además de por la política, siempre ha estado presente en casa, lo mismo que el de su muy querida esposa Mª Josepa Muñoa.
Por eso, en la hora de la despedida, permítanme un breve comentario no solo sobre su personalidad sino sobre un trabajo que llevaba haciendo los últimos cincuenta años, con gran eficacia.
Uno de los grandes déficits de la mal llamada “democrática transición” fue el no haber asumido ningún Gobierno Vasco y de manera seria la recopilación de la historia oral de aquellos años de plomo y hierro. Años de silencio, de persecución, de oprobio, de muerte, de tal manera que parecería que la historia de la guerra del 36 es la historia de pequeñas batallas y la historia del franquismo, algo menor. Triste balance para quienes deberían haber sido los promotores o los sostenedores de un trabajo singular emprendido en su día bajo Franco, por Luís Ruíz de Aguirre (Sancho de Beurko), Jose Mari Ganboa, Eugene Goyenetche, Jean Claude Larronde y Joseba Aguirre. En casa de Eugenio, en Ustaritz, recopilaban el material fotográfico y lo reproducían con los pobres medios de la época, archivaban documentación y hasta editaron un folleto de lo que querían hacer en aquel recién nacido Instituto de Investigación Bidasoa. Yo, de Venezuela, les traje varias entrevistas hechas a viejos gudaris y resistentes que ellos transcribían. Todo modesto y amateur.
Con el tiempo fueron editando pequeños folletos y libros de gestas de la guerra como la de la batalla Matxitxako. Asimismo encargaron a un pintor inglés experto en escenas bélicas la pintura de esta desigual batalla, así como la de las Intxortas,la Brigada Gernika, la biografía de Aguirre, la biografía de D. Manuel de Intxausti y algunas más. Libros de tapa roja con una fotografía en su mitad y escritos en euskera, castellano y hasta en francés.
La división del PNV, el fallecimiento de Ruiz de Aguirre y el paso del tiempo hizo que aquel esfuerzo se mermara por la escasa y esporádica ayuda del Gobierno Vasco y su falta de priorización y en un intento por tomar aquella quijotesca idea, cada cierto tiempo, en invierno nos llamaba Jose Mari Ganboa a Josu Jon Imaz, Josu Erkoreka y a mí para mantener una reunión en la que erala Casa Torrede su mujer en Laurgain, cerca de Zarautz. Allí, al calor de la hoguera, rodeados de cuadros y documentos, pisando una crujiente madera, como si estuviéramos en el Pentágono, Jose Mari Ganboa llevaba la reunión como si del general Patton se tratara. Había estado en el desembarco de Normandía como soldado y había sido herido allí. Cumplía el orden del día y realizaba el seguimiento de los acuerdos e invitaba a personalidades de acuerdo a la efemérides por caer. Recuerdo una con el secretario general de la presidencia de Ibarretxe, Chus Peña, tres con el Diputado General de Gipuzkoa, José Juan González de Txabarri de la que salió la edición de la obra de D. Jose Miguel de Barandiarán con las encuestas que hacía en Villa Endara a los que pasaban la muga en plena guerra y con Jose Mari Muñoa, alguna vez.
Jose Mari no quería que el recuerdo de la figura de los gudaris del 36 se mezclara con los miembros de ETA, a quienes Monzón llamaba “los Gudaris de Hoy”. Deseaba que en el monte sobre Gernika se inaugurara un monumento como Dios manda en el 75 aniversario del bombardeo. La idea era muy simbólica y plástica. Y siempre quiso que se erigiera, como hacen los países serios, un monumento al gudari como Dios manda y no quedaran como tales los dos actuales que no reflejan lo que fue aquella figura irrepetible.
Tras la reunión venía la comida en un comedor adornado con pinturas murales con una vista espectacular, el seguir con planes, y para terminar, pasábamos al cuarto de la chimenea donde dábamos cuenta del café con algo de malta como antiguos lanceros de Bengala. Lo bueno del caso es que de allí algo salía y algo se hacía. Un ejecutivo motivado hubiera hecho maravillas.
Todo eso acabó con el fallecimiento de Ganboa y ante el vacío en estos años han sido varias las veces que hemos hablado con Joseba para retomar aquella semilla, laminada por el tiempo. El cincuenta aniversario del fallecimiento de su aita y los actos a los que hubo que hacer frente, el inicio de su enfermedad y lo poco que interesan estos temas, fue logrando hacer languidecer el Instituto. Queda como último mohicano un ciudadano ejemplar como Jean Claude Larronde, pero es la última referencia. En eso estamos.
Haciendo gestiones, dentro de Bidasoa allí estaba Joseba animando el cotarro, llamando, yendo y viniendo, llevando a uno y otro, recordando algunas vivencias con su aita y siendo elemento dinamizador del proyecto. Ya fallecido su pérdida la echaremos en falta por esa doble dimensión. Su calidez humana, con sus bromas y apuntes y la histórica. Toda una pérdida. G.B. Joseba.
