Lunes 30 de enero de 2012
Encima de la mesa del despacho en Madrid y con tarjeta de Bono me encontré esta fotografía. Es de setiembre. Bono invitó a desayunar a la Comisión Mixta Congreso Senado de la Unión Europea ya que había sido la comisión parlamentaria que más veces se había reunido en la novena legislatura: 72 veces. La había presidido Miguel Ángel Arias Cañete que olía a ser ministro con Rajoy y estaba Soledad Becerril, ex ministra y ex alcaldesa de Sevilla, que abandonaba la primera línea. El de las gafitas al lado de Bono, es Juan Moscoso, actual portavoz de la candidatura de Pérez Rubalcaba.
He de decir que esta comisión trabajó bien, y trató siempre de lograr los acuerdos por consenso y no por votación. Se trabajó en una ponencia sobre la situación de la Política Agrícola Común y sobre Ceuta y Melilla, y seguimos de cerca el barullo europeo invitando a embajadores y personalidades ligadas a este mundo.
El pie de foto es el siguiente: Sanin, Arias Cañete, Becerril, Bono, Moscoso, Soravilla, Delgado Iribarren, Sabaté, Yubero, Parera, Anasagasti. Puerta del Congreso.
En España sientan a un juez, en Argentina condenan a un viejo dictador
El juez Baltasar Garzón compareció por enésima vez en pocos días ante el Tribunal Supremo, en esta ocasión para ser juzgado por la causa abierta sobre los crímenes del franquismo. A Garzón se le acusa de prevaricar por intentar dar una respuesta legal, desde las exigencias de la España democrática, a los familiares y asociaciones de víctimas del franquismo que no renuncian a recuperar los restos de allegados que yacen todavía en fosas comunes en toda España.
Además de temeraria, por lo que comporta de apología y reivindicación de un régimen dictatorial de infausta memoria para muchos, la querella que sentó en el banquillo a Garzón añade un tono provocador difícilmente soportable en la España democrática. No es irrelevante en este caso el perfil ideológico de los querellantes: una asociación nostálgica del franquismo -Manos Limpias- y un grupo político de corte fascista -Falange Española, luego expulsada del proceso- que sirvió de hechura de partido único a los diversos elementos de la dictadura. Ese tono ha contaminado el juicio y está causando un grave daño a la imagen internacional de España.
Y frente a esta vergüenza, el último dictador de Argentina, el exgeneral Reynaldo Bignone, sumó su tercera condena al ser sentenciado a 15 años de prisión por delitos de lesa humanidad cometidos en una cárcel clandestina que funcionó dentro de un hospital público durante el régimen militar.
El Tribunal Federal Oral 2 de Buenos Aires condenó a Bignone, de 83 años, por la privación ilegítima de la libertad de al menos 15 personas que permanecieron detenidas ilegalmente en el Hospital Posadas, que funcionó bajo jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército durante la última dictadura (1976-1983). Nada que ver con esta España poco seria y de democracia tan débil.
Cirarda y Tarancón
Salí la semana pasada de la librería Kirikiño con el libro de las Memorias de Monseñor Cirarda quien fuera Administrador Apostólico de Bilbao bajo el franquismo. Le conocí en una misa celebrada en Mundaka cuando a esta iglesia se reinauguró tras las obras allí realizadas. Estaba también el obispo Blázquez y tras la ceremonia en la parroquia fuimos a una cafetería donde tuve oportunidad de conversar con él.
Me pareció, a pesar de sus muchos años, de una inteligencia privilegiada y de una oratoria contundente. Si a ésto se le sumaba una envergadura humana notable, hacían de él una personalidad llamativa que reconoció al final de su vida que debería haberse implicado mucho más en el tema vasco.
Con esta curiosidad me acerqué al trabajo de Juan Cruz sobre otro prelado «La rabia de Tarancón». Era un trabajo que tenía como eje al cura Martín Patino que le recordaba escenas claves de la vida del cardenal, entre ellas cuando quemó sus memorias, tras haber sido cesado de su puesto al frente de la Iglesia española.
Lástima de iniciativa. De no haberlo hecho nos hubiéramos enterado de muchas cosas porque solo desde la rabia y el desprejuicio se dicen las verdades del barquero. Escribía Juan Cruz: “la llamada del nuncio aceleró su escritura, y el cardenal no puso freno a los adjetivos, que fueron del Rey abajo, y no siempre eran favorables. Patino recuerda algo que leyó: «¡Me marché de Madrid sin que nadie me hiciera caso, ni siquiera el Rey!» El Rey era amigo suyo; el cardenal contrariado se sintió solo; a Patino le pareció que no podía reaccionar así. «Eso no lo debe poner». Pero él quería dejarlo todo; lo que decía del Rey, lo que decía de Suárez, lo (terrible) que decía del obispo Guerra Campos… Había tenido muchos encuentros y muchos desencuentros, y ahí estaban, mezclados con su rabia de ciudadano dispuesto a contar qué pasó. Le dijeron (Martín Patino se lo dijo, otros también) que de ese volumen de recuerdos había que tachar al menos cincuenta páginas, pues no iba a quedar él mismo satisfecho con las consecuencias… Don Vicente le dio muchas vueltas a su decisión; un día de esos, Martín Patino volvió a la casa valenciana del cardenal. «¿Qué? ¿Sigues pensando lo mismo?». Martín Patino no tenía razones para haber cambiado de parecer, y entonces el sacerdote más importante de la transición democrática se levantó de su asiento, le pidió a su vicario general que lo acompañara a la terraza, se dirigió a las brasas ardientes de la barbacoa y fue depositando página a página el fruto escrito de su memoria. «¿Qué hace, cardenal?». «Aquí estoy, quemando las memorias». «Quemó hasta la última hoja. Y se acabó», dice Patino. «Todavía hay gente que cree que me quedé con alguna copia». No hay copias”.
Mira por donde, sale el rey y no bien parado. Éste tiene fama de usar a la gente y olvidarse de ella. Y estas líneas lo ratifican y eso que la homilía el día de su coronación marcó una época en la actitud de la jerarquía eclesiástica al inicio de la Transición. Fue el 27 de noviembre de 1975 y le dijo al rey, y a todos los obispos y jerarcas del régimen lo siguiente:
«La fe cristiana no es una ideología política ni puede ser identificada con ninguna de ellas, dado que ningún sistema social o político puede agotar toda la riqueza del Evangelio, ni pertenece a la misión de la Iglesia presentar opciones o soluciones concretas de Gobierno en los campos temporales de las ciencias sociales, económicas o políticas. La Iglesia no patrocina ninguna forma ni ideología política, y si alguien utiliza su nombre para cubrir sus banderías, está usurpándolo manifiestamente».
«La Iglesia (…) sí debe proyectar la palabra de Dios sobre la sociedad, especialmente cuando se trata de promover los derechos humanos, fortalecer las libertades justas o ayudar a promover las causas de la paz y de la justicia con medios siempre conformes al Evangelio. La Iglesia nunca determinará qué autoridades deben gobernarnos, pero sí exigirá a todas que estén al servicio de la comunidad entera; que respeten sin discriminaciones ni privilegios los derechos de la persona; que protejan y promuevan el ejercicio de la adecuada libertad de todos y la necesaria participación común en los problemas comunes y en las decisiones de gobierno…».
Lástima que Rouco Varela no sea Tarancón.


