El debate de hoy en el Congreso sobre la Abdicación

Miércoles 11 de junio de 2014

Debate de abdicaciónUn primer comentario. TVE solo ha transmitido las intervenciones de Rajoy y de Pérez Rubalcaba. Al parecer no estamos en un «monarquía parlamentaria» sino una «monarquía bipartidaria». Un fraude y una manipulación.

-Muy buenas intervenciones de Esteban, Durán y Barkos. La postura del PNV ha quedado muy claramente expresada.

-Solo el PP no quiere la reforma constitucional.

-La postura del PSOE, vergonzosa con su historia. Papelón el de Rubalcaba. Manipulación de las palabras del socialista Gómez Llorente en la discusión constitucional. Solo ha cogido el rábano por las hojas.

-Intervención dura de Sabino Cuadra, fácil de suscribir. Lo que pasa es que siguen teniendo poca legitimidad para decir lo que dicen  por su pasado y por no condenar la violencia ni decirle a ETA que desaparezca. Tienen ahí un hándicap que hace que lo que dicen, que es valiente y verdad, no traspase el muro de silencio, sino de la manipulación. Le ha puesto a Alfonso Alonso el balón en el punto de penalti.

-Los elogios del PP, de Rajoy y de Alonso, hacia el rey abdicado, han sido cursis, mentirosos, fuera de la realidad y profundamente mentiroso y de absoluta falta de valentía. Falta total de voluntad de cambio y de conexión con la realidad.

-Con un control sobre su partido, Rajoy ha perdido la oportunidad de anunciar un cambio constitucional.

-Pérez Rubalcaba sale elogiado con ditirambos por parte del PP, que le ha aplaudido.

-Una discusión parlamentaria que se ha saltado sus cauces.

 

Un comentario en «El debate de hoy en el Congreso sobre la Abdicación»

  1. LA MONARPÚBLICA, LA TERCERA VÍA

    Con la abdicación del rey Don Juan Carlos, la cuestión del sistema de gobierno en España ha venido a convertirse en monotema. Al igual que se pregunta si eres creyente o ateo, como si no hubiera más opciones, se plantean dos únicas posibilidades, la monarquía o la república. La monarquía, además, con la normativa vigente, con la ley semi sálica, resulta doblemente obsoleta y humillante. Las infantas, ambas mayores que el príncipe, deben ceder ante el niño simplemente porque como mujeres siempre son una opción secundaria, es decir, la última opción a considerar. Una parte de la población, en cambio, sueña con la república, que ha venido a convertirse en una especie de panacea de la democracia, y estas dos únicas opciones generan pasiones, fidelidades, soflamas y enfrentamientos.
    Es evidente que el sistema monárquico pertenece a una mentalidad del pretérito que, a día de hoy, resulta prácticamente indefendible. Su único argumento es la estabilidad y la idea de que se ha criado, con el erario público, a un profesional de la diplomacia que representará mejor que nadie la imagen de la nación en cuestión. Es decir, se da por hecho que una nación necesita una especie de imagen de líder, sea político, sea heredero, para representarse a sí misma ante sí y ante los otros. No parece aceptable que el presidente del gobierno sea una persona que desarrolla un trabajo de mucha responsabilidad y nada más. La imagen del gobierno debe ser encarnada por otra persona que lleve a cabo labores de representante, que inaugure cosas, que acuda a cosas, que represente. En realidad, un presidente del gobierno debería estar demasiado ocupado para dedicarse a representar.
    Indudablemente la opción de la república tiene una lógica aplastante en cuanto al aspecto democrático del asunto. Es, con mucho, la opción más lógica de gobierno o de representatividad una vez pasado el siglo XX y, sobre todo, todos los anteriores. Sin embargo, el asunto de la representatividad merma mucho el tiempo y la energía del que lleva la pesada carga del gobierno.
    Se me ocurre que, si se considera que es necesario alguien que parezca representar la cosa nacional, hay una tercera posibilidad que no se baraja: la monarpública. Este sistema de representación aunaría los aspectos mejores de ambas alternativas. Consistiría en elegir, de entre los interesados en llevar a cabo esta acción patriótica, cada año o cada dos años, a un candidato que hiciera las veces de monarca. Pasaría el año reuniéndose con el jefe de la Casa Real, acudiendo a inauguraciones, representando a su país, paseando en yate, yendo de caza, etc. y haciendo, en fin, el tipo de actividades propias de un monarca de una monarquía parlamentaria moderna. Pasado su reinado anual o bianual, cedería su puesto al siguiente candidato y volvería a su vida normal en el anonimato relativo tras su paso por el reality de la majestuosidad. Los candidatos serían elegidos según su don de gentes, su capacidad para dar conversación, su dominio de las relaciones públicas, su sentido del humor, su estampa regia (en diferentes estilos, para no aburrir al personal), su apertura a que se hable de su vida privada, como si le interesara a alguien, si la nuera se lleva bien con el suegro o la infancia del/la monarca transcurrió con dureza o relativa, aunque tediosa, holgura, etc. Deberían alternarse sujetos de diversa idiosincrasia como aliciente para sus provisionales súbditos, no siempre tipos casados con hijos estilo anuncio de seguros de vida. Tendría que haber princesas que vivían en la calle pero que se despertaban si, bajo ellas, había un guisante en la acera, torvos acomplejados envidiosos e inseguros con alguna deformación de espalda, que recelan del auténtico presidente, señoras maduras llenas de ideas amorosas respecto a los animales abandonados, implacables hombres de negocios, intrépidos jóvenes obsesionados con briosos corceles, decrépitos aunque sabios ancianos, etc. Una variada muestra de tópicos para solaz y entretenimiento del pueblo soberano que financia la institución.
    Habría que exigirles, a su vez, el uso periódico de una pesada y larga capa de armiño, de la corona más fastuosa posible y un cetro como es debido, o, en su defecto, la bola del mundo para ser sujetada con graciosa dignidad en una mano, mientras con la otra debería proceder a sacar chucherías, regalos o bonos de rifas, de un gran saco, para ir repartiendo entre el sufrido pueblo, en sus frecuentes procesiones por las calles de su reino a bordo de su carroza real para admiración y disfrute del personal.
    Así, los interesados en ser reyes por un rato podrían cumplir su sueño (algunos, al menos), y la nación en cuestión estaría siempre totalmente representada por un individuo especial y, a su vez, igual que todo el mundo.

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