Miércoles 24 de septiembre de 2014
Franco había muerto en 1975. Desde mediados de 1976 y principios del 77, la calle ardía. «Libertad, amnistía y estatuto de autonomía» era lo que más se oía en la calle. Al poco solo se gritaba ¡Amnistía! porque las cárceles seguían llenas y los responsables de la dictadura tomando el vermouth en las terrazas. La amnistía era lo políticamente más perentorio. El mundo de aquella Izquierda Abertzale y de ETA nos pedía que no fuéramos a las elecciones mientras hubiera un solo preso en las cárceles.
No era asunto fácil y si muy emocional.
Nosotros les decíamos que había que ir a las elecciones para sacar los presos de las celdas.
Y llegó el Aberri Eguna de 1977. Salvo HB todos lo celebramos juntos. Incluso el partido socialista. Y lo convocaba el Gobierno Vasco en el exilio. Y volvió a ser la Amnistía la frase más coreada. Y, nosotros, con la sopa de letras y el PSE, allí estuvimos. Con cierto cabreo. Nosotros poníamos la gente y ellos las pancartas y las fotos. Pero había que celebrarlo juntos. El PSE lo dejó de hacer en 1979.
Yo era miembro del EBB y del BBB.Y había visto en Venezuela como celebraban los partidos, AD y Copei, su fiesta anual. Mataban un ternero, tenían casetas por estados, había música criolla, acto político donde hablaban dirigentes y al día siguiente comentarios sobre lo dicho. Y, asimismo lo vi, de otra manera en Roma en 1975 con el partido comunista italiano. Y en París con el diario L´Humanité.
Y se me ocurrió plantear hacer lo mismo en Euzkadi. Y lo propuse en el EBB. El presidente era Carlos Garaikoetxea al que le pareció buena la idea, aunque nos dijo que nos ocupáramos nosotros de la organización.
En Bizkaia había un organizador nato que era Txomin Saratxaga. Había sido un resistente activo y comprometido y seguía los temas hasta el final. Y además daba ejemplo y no admitía bromas. Era el hombre ideal. Cuadriculado, mandón y muy organizado.
Con la aprobación de la idea por parte del EBB y en marcha la organización del día en San Miguel de Aralar, por el valor simbólico del lugar (patrono del PNV), lo pusimos en marcha. Creíamos iba a ser una concentración de, como mucho, unas doscientas personas.
Y, en eso, nos llamó Juan de Ajuriaguerra. Era el gran Pope del partido. Tenía una pequeña empresa en la calle Dr. Areilza, de marcos metálicos de ventanas. Y allí fuimos.
Nos dijo que no estaba de acuerdo con la organización de aquel acto pues rompía la dinámica unitaria del Aberri Eguna y que nos interesaba como partido eje reivindicar la Amnistía de forma conjunta.
Era difícil rebatirle a don Juan. Le dijimos que ir juntos en el Aberri Eguna no impedía hacer una fiesta propia casi de tipo familiar como la que proponíamos y que yo había visto que eso funcionaba en otros sitios. Nos dijo que no. Tragamos saliva. Nuestro gozo en un pozo.
Y yo, un pipiolo, no sé de dónde saqué fuerzas y le repliqué respetuosamente:
«Mire Don Juan. Usted nos ha enseñado que en el partido mandan las organizaciones municipales, los afiliados y los burukides pero no los diputados. (Él había sido elegido en junio de aquel año diputado por Bizkaia).Y yo creo que si en otros países funciona, aquí también va a funcionar».
Me mantuvo la mirada. Casi me licuó. Era una insolencia. Y me contestó: «hacer lo que queráis».
No le gustaba ni la idea, ni mi respuesta. Pero era, sobre todo, un hombre de partido.
Y decidimos seguir organizando el día. No sin temor.
El lugar elegido fue el peor. Mucho simbolismo, pero con pésimos accesos. Paisaje precioso, pero lugar inadecuado para el gentío que iba a venir y que nosotros desconocíamos.
Se podía subir pero no bajar simultáneamente por la misma carretera. No reunía condiciones.
Pero fue tal el entusiasmo que a pesar de que hubo autobuses que llegaron a las cuatro de la tarde, la gente estaba entusiasmada. Muchos se veían tras cuarenta años de silencio, los gudaris se reunían por batallones y desfilaban saludando, los abuelos iban con sus hijos y nietos, los dirigentes del exilio saludaban como actores en el festival de Cine, las extraterritoriales iban con su letrerito y la comida fue por grupos, con acordeones, txistus e irrintzis.
Fue un aldabonazo que sorprendió a propios y extraños. Y nos dio fuerza de conjunto, pues era casi imposible saber cuántos estábamos allí porque continuamente llegaba gente y aquel motrollón fue noticia al día siguiente.
El viejo PNV estaba vivo y coleando como una lagartija.
Aquel éxito fue la gasolina para hacerlo al año siguiente y así hasta la actual edición 37 años después, sin faltar un año y pasando por todas las borrascas.
Al bajar le vi a Ajuriaguerra.
Seco, me miró y me dijo: «ha sido un acierto». Fue todo.
No necesitábamos más.
Al año siguiente falleció. A los dos años, lo hacíamos con la presencia del Lehendakari Leizaola que había vuelto del exilio.
Y cada Alderdi Eguna ha tenido su aquel, su historia y su contexto.
Esta es la simple historia de una decisión acertada y que no nació por generación espontánea.