AQUEL LEHENDAKARI DONOSTIARRA

Miércoles 7 de septiembre de 2016

Jesus Maria LeizaolaEl 7 de Setiembre de 1896, nació en la Calle Getaria de San Sebastián, Jesús María de Leizaola. Este miércoles hubiera cumplido 120 años. Y lamento no se le haya recordado salvo por el artículo escrito por José Manuel Bujanda. Pero en Gipuzkoa nada de nada.

Trataré 120 años después, de contar las que recuerdo, de una persona que fue referencia institucional y del nacionalismo. Y que en Bilbao, laUniversidad de Deusto, sigue sin reconocer que gracias a él, el edificio actual sigue en pie.

Santiago Aznar, quien fuera Consejero de Industria del Gobierno Vasco recordaba cómo una vez en un Consejo de Gobierno, en plena guerra, el Lehendakari Aguirre le dijo: «Jesús, tu hasta el siglo XVIII. Del XVIII en adelante nos ocupamos nosotros». También cómo, al caer Bilbao y quedarse Astigarrabia, oculto al estar perseguido por sus correligionarios, Aznar y el propio Leizaola como miembros de la Junta de Defensa, le comentó que le gustaría quedarse escondido entre la población, para ver cómo era la entrada de los sublevados en Bilbao y luego huir por monte. Astigarrabia por su parte, recordaba a Leizaola siempre con un libro y Juan Manuel Epalza contaba cómo, derrumbándose Francia en 1940, consiguieron él, D. Alberto de Onaindia y Landaburu una entrevista con el primer ministro francés para contarle el caso del Lendakari Aguirre que había desaparecido en Ostende y cómo Leizaola se le puso a hablar de Enrique IV de Francia y Navarra.

¿Anécdotas? Mil. No era pues un político a la manera tradicional. Cálculo, maniobra, previsión, o puñalada, no estaba en su proceder. Lo suyo era la reflexión, el análisis, una cierta intemporalidad, la presencia, la prudencia, pero asimismo la firmeza y la consecuencia.

Cuando dejó de ser parlamentario vasco en 1981, en el restaurante Portalón de Gasteiz, todos los grupos políticos le ofrecimos una despedida. Cada representante vasco contó alguna vivencia con Leizaola. Recuerdo que Mario Onaindia, relató como en 1977, estando Leizaola todavía en París, fue a visitarle con su organización EIA. Argumentaba Onaindia, que si su grupo quería entrar en el país, a hacer política, tenía que ir asumiendo todas las realidades, y una de ellas era, el gobierno vasco en el exilio.

Pidieron una entrevista y el Lehendakari les recibió en París. Al parecer les empezó a hablar de la importancia de la revista infantil y del método «Kili-Kili». Los barbudos personajes no terminaban de creérselo. Ellos, los de la revolución pendiente, hablando de Kili-Kili en París. Y salieron malhumorados y con la sensación de irrealidad que parecía representar aquel anciano personaje, para ellos, una página del pasado. Y finalizaba Mario Onaindia:

«De repente me di cuenta que Leizaola representaba el país mucho mejor que nosotros. Porque nos hablaba de un hecho cultural, de los niños, de la recuperación de la lengua, de algo distinto a la política. Y capté que eso también era Euzkadi y que si no hablábamos de eso, nada haríamos».

Y es que Leizaola parecía una roca imperturbable. De ahí que la acción de los últimos días de Bilbao, descrita por Steer magistralmente, presenta un personaje clave, en un momento de terrible confusión y cómo con su sangre fría y su buen hacer, pudo remontar una dificilísima situación, impidiendo voladuras y crímenes indiscriminados. Una de estas destrucciones preparadas fue, la de la Universidad de Deusto. Este hecho ha pasado a la historia de esta casa de estudios, que no tuvo la generosidad de reconocer públicamente, con un doctorado «honoris causa» el que un hombre de bien, como Leizaola, impidiera su dinamitación. Pero así es la vida vasca. A Leizaola le entusiasmaba el estudio de la pesca de la ballena. Recuerdo cómo en 1976 se celebraba el cuarenta aniversario de la formación del Gobierno Vasco en Gernika. Había comenzado la transición política. Decidimos por tanto organizar un homenaje y que al mismo fuera invitado el presidente Tarradellas. Estando las cosas así, preparados los autobuses, el Prefecto suspende el acto público, pacífico e institucional. Conmoción.

Leizaola convoca una rueda de prensa en la Delegación de Bayona. Acudieron, a un acto del Gobierno Vasco, medios de comunicación, que durante cuarenta años habían tenido silenciada a la institución. Recuerdo al periodista Manolo Alcalá. Y Leizaola se puso a hablar de la pesca de la ballena, y, apenas de la prohibición. Lo relativizó, para no desmesurar la cuestión. Finalizada la rueda de prensa, me llevó a un despacho contiguo y enseñó un cuadrito donde estaba el texto escrito del Pacto de Bayona. Me mostró su firma. «Es la misma de hace cuarenta años. No he cambiado». Tampoco cambió en 1974. El PNV le sugirió la importancia de ir a Gernika, clandestinamente y hacer una manifestación pública bajo el Árbol. Sólo preguntó el día y la hora. Recuerdo cómo ese Aberri Eguna, mientras se celebraba la fiesta en el Centro Vasco de Caracas, un grupo que preparábamos las emisiones clandestinas de Radio Euzkadi, transmitiendo en onda corta, llamábamos a Donibane. El entonces consejero, Martín Ugalde, me relató el viaje, que transmitimos inmediatamente a través de radio. Recuerdo la emoción. «El Lehendakari, hoy, ha ido a Gernika, para animar a la juventud vasca a seguir la lucha y a ratificar su juramento ante el féretro de Aguirre, diciendo que ahí estaba su cargo para perfeccionarlo y ampliarlo». Años después, Segundo, el guía de la Casa de Juntas recuerda las molestias que sufrió por el terrible delito de permitir que, el presidente de los vascos, fuera a la Casa de Juntas, de incógnito, un día de «Aberri Eguna». Y eso es lo que hizo. Naturalmente, calladamente, humildemente…

Comenzada la transición, el EBB solía reunirse cada cierto tiempo con el Lehendakari en Beyris. Alentábamos estas reuniones, pues queríamos se reconociera la legitimidad fiel primer Gobierno Vasco. Leizaola bajaba de París, y mantenía su actividad política, mermada por el tiempo y por la rapidez con la que comenzaban a desarrollarse los acontecimientos. En una de estas reuniones, el Lehendakari nos contó una discusión que había tenido con Gonzalo Nardiz. Al final de la misma, Leizaola le había dicho que la diferencia entre él y Nardiz, era, que Nardiz creía que la política era como una especie de partida de ajedrez, con movimientos matemáticos de fichas, pero que para él la política era como el fútbol, habilidad libre, velocidad y chutar a gol.

Un pensamiento que parecía contradictorio con su reposada personalidad y esa simpática expresión que le dedicaba Irujo: «Sabes tanto, que das asco». Y es que Irujo y Leizaola discutían mucho, pero siempre respetuosa y amistosamente. Irujo era todo impulso y vitalidad. Leizaola reflexión, circunloquio y un cierto misticismo. Cuando un día, le presenté al periodista Gregorio Morán, diciéndole que era quien había escrito aquel libro sobre Adolfo Suárez, le dijo directamente: «No me interesan esa clase de trabajos». No nos extrañó que Morán le tratara con tanta dureza en su libro «Los españoles que dejaron de serlo».

En una oportunidad le solicitamos un trabajo sobre Doroteo Ziaurritz. Nos escribió un libro, que editamos. Nos pasó algo parecido a lo que contaba José Mari Barrenetxea de él: «Le pides la hora y te cuenta la historia del reloj».

Afortunadamente pudo vivir intensamente casi diez años desde su regreso del exilio en 1979 viajando por toda Euzkadi y por todas partes. Visitaba a sus hijas, iba de peregrinación a Jerusalén, acudía a todas las conferencias, en definitiva, no paraba como en esa búsqueda angustiosa del tiempo perdido. Recuerdo que la primera entrada en Madrid tras su regreso la hizo en el viejo CX que tenía el partido.

Lo conducía Iñaki Larreategui. Íbamos, además, Peru Ajuria y quien esto es­cribe. Al llegar a la calle de Alcalá el coche se estropeó. Quería empujar. Lógicamente no le dejamos. Y su entrada «gloriosa» en Madrid fue en un coche estropeado al que empujábamos Ajuria y yo.

Dio su charla en el Ateneo de Madrid, cenó con la Junta Extraterritorial y volvimos por Medinaceli porque a él no le gustaba volver por el mismo sitio por donde había ido. Lo mismo nos ocurrió en 1982, veinte años después del llamado «contubernio de Munich». Le acompañamos a un acto en la Generalitat a Barcelona. A la vuelta, en la autopista, y con suaves protestas de Mitxel Unzueta, volvimos por Huesca…

Su vida pública y privada era una urna de paredes de cristal, a prueba de balas de cualquier calibre. Con modestia, sencillez, gallardía y con gran espíritu de superación, viejo roble de Euzkadi de principios de siglo, representó una especie lamentablemente en extinción. La caballerosidad en la política y la honestidad a carta cabal.

Cuando se iba a celebrar el Juicio de Burgos, consiguió que por estar juzgados sacerdotes, el Vaticano no impusiera el criterio que éste fuera a puerta cerrada, sino todo lo contrario, logrando que por causa de esta medida quien estuviera en el banquillo fuera el propio franquismo. Religioso, quiso retirarse a una abadía y le convocó a tal efecto a D. Juan de Ajuriaguerra para mostrarle su voluntad. Ajuriaguerra llegó tarde a la cita y Leizaola cenó dos veces. Cuando le contó sus planes, fue éste el argumento que utilizó D. Juan para disuadirle: «Con semejante apetito no te admiten en ningún sitio». Afortunadamente así quedó todo.

Celebramos con él sus noventa años, que eran, uno menos que los del PNV. Y lo hicimos por todo lo alto. En el «Alderdi Eguna» de 1986 el izamiento de la ikurriña, de una concentración convocada con el lema «Noventa años de lealtad» fue el gran homenaje del Partido Nacionalista Vasco a quien le había servido de manera tan continua y desinteresada. Luchador político, STV y el PNV fueron el cauce de su acción. Sin abandonar ni un solo momento ese cauce madre, supo cumplir sus obligaciones y reclamar sus derechos en la lucha por la consecución del estatuto de autonomía y en la consecución de una democracia participativa que pudiera construir una sociedad abierta, pluralista, y de libre juego de las ideas.

En una oportunidad asistió en Madrid a una conferencia del Lehendakari Ardanza. Le vimos en el hotel y le invitamos a visitar el Congreso del que era el último diputado vivo del PNV de la legislatura de 1933. Al principio rechazó la idea. Posteriormente la aceptó argumentando que deseaba saber si en el despacho del presidente existía todavía el crucifijo que tenía Besteiro. Y por allí anduvimos siendo recibidos por Félix Pons. No estaba el crucifijo. Y él le recordó a Pons como tras una intervención, un diputado le agredió y el entonces presidente Besteiro le llevó a su despacho donde se fijó en el crucifijo.

Así como a Irujo, le preparamos su vuelta del exilio en avión. Fletamos un charter de Aviaco y le recogimos en París. Cerró la Delegación Vasca y con la misma naturalidad se aprestó a un recibimiento multitudinario, tanto en el aeropuerto, en el trayecto, como en San Mames. ¡Cómo distaba ese momento y esa expectación con su exilio y su viaje clandestino en 1974!.

Un viejo gudari, al llegar escribió algo que resume, toda una vida cargada de realizaciones: «Jesús María de Leizaola está ahí, erguido, de pie, sin flaquezas, sin desmayos, sin extravíos ideológicos causantes de traumas, y de amnesias, sin odios que anulan y amargan, fraterno, terco en la defensa de sus posiciones políticas y sindicales, caballero de la amistad y la fraternidad combatiente, que se forja al calor de las vicisitudes de todas las horas, de las buenas y de las malas, sectario en el buen sentido de la palabra, porque se consideró, y lo fue, un hombre honesto, leal y puro, aferrado a una bandera, a un programa y a una causa».

Ya de vuelta comenzó su periplo continuo. Parlamentario vasco en 1980 participó con su autoridad moral para que, cuando fuimos secuestrados en el Parlamento Vasco, defender la institución con firmeza y energía.

Mucho se podría estar hablando de Leizaola y de lo que representó. No está ya con nosotros y nos encontramos, un poco, como un árbol con las raíces al aire. De todas formas este homenaje al Lehendakari en el 120 aniversario de su nacimiento en Donostia, es solo un apunte sobre quien fue tanto en la vida política vasca.

Y no debemos perder la esperanza en ver renacer este tipo de hombres, en quien se puede creer porque acostumbran honrar sus palabras con sus actuaciones. Con los hechos. No participan del carnaval de caretas y antifaces. Son sencillamente ellos mismos. Tienen una sola identidad. Una sola. Por eso el PNV se enorgullece de haber tenido entre sus filas a un hombre cabal como el Lehendakari D. Jesús María de Leizaola.

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