Su amigo Tellagorri

Jueves 26 de marzo de 2020

Sigo con mis notas sobre el Lehendakari Aguirre esta semana en la que se cumplen sesenta años de su fallecimiento. También han fallecido el dibujante de Asterix y Obelix así como Lucía Bosé, y lógicamente otros muchos, pero no hubiera estado nada mal que ETB le hubiera dedicado un mínimo espacio al primer presidente de los vascos. Y como no lo hacen, lo hago yo.

Tellagorri era el seudónimo con el que escribía el periodista algorteño José OlivaresLarrondo. No era del PNV sino de ANV y director de su periódico Tierra Vasca. Tuvo que exiliarse en Argentina llegando a ese país en el buque Alsina, tras un viaje que fue una aventura y que duró más de un año. Allí siguió dirigiendo Tierra Vasca y escribiendo magníficos artículos en Euzko Deya de Buenos Aires. Tenía una pluma divina.

José Antonio Aguirre, tras la traición aliada, tuvo que mantener encendida la llama de la causa vasca y cada cierto tiempo viajaba a América  y, naturalmente a la Argentina, donde era recibido por la colectividad, por las autoridades, por los medios de comunicación y pasaba la txapela para mantener un gobierno en el exilio, cosa harto complicada. La fotografía es de uno de esos viajes y está sacada en Santiago de Chile en el Centro Vasco de Santiago. De pie están Pedro Aretxabala, el presidente y quien fuera Delegado muchos años, Shanti de Zarrantz. Las fotos, que me las dejó Zarrantz, creo que son inéditas, y distintas a las que conocemos pues se le ve gesticulando y llevando la voz cantante, con periodistas y directivos.

Para ilustrar todo esto he elegido reproducir el artículo que escribió Tellagorri cuando el Lehendakari falleció en Paris el 22 de marzo de 1960.Narra bien su relación y el dolor que le produjo su muerte.

Escribió así:

No fue en la política donde lo conocí primero, sino en el barrio de mi pueblo, donde vivíamos los dos. El era todavía un chiquillo y yo algunos años mayor. Su padre había muer­to muy joven, y su madre, una mujer lista y enérgica, llevó la familia adelante.

Poco después lo vi jugar en el Athletic de Bilbao, mientras cursaba sus estudios en la Universidad de Deusto, de los jesuitas. Era un delantero fuerte de gran fuelle, que ti­raba muy duro a gol. Luego, los de mi pueblo lo hicieron concejal y lo eligieron alcalde. Como tal organizó y presidió la Comisión de Alcaldes para el Estatuto de autonomía, y al cabo de poco tiempo estaba ya en el Parlamento español, como diputado por Bizkaia y por Nabarra. Esto era hace treinta años, cuando advino la República. Desde entonces, su vida política fue de lo más activa y agitada. Luchó en la Cámara de Diputados, donde definió cuándo era de derecha y cuándo de izquierda, definición que estaba muy bien hecha. Todas sus intervenciones fueron tan notables, tan sinceras, que hasta sus mayores adversarios políticos le guardaron respeto. Por aquella época, cuando volvía a Algorta, solíamos pasear por la Avenida y hablar de política.

Pero cuando más resaltó su figura fue cuando lo eli­gieron en la Casa de Juntas de Gernika, los alcaldes vascos allí reunidos, presidente del Gobierno vasco. Desde aquel día no tuvo un minuto libre: estaba dedicado por entero a su cargo y fue conseguida por su esfuerzo personal casi principalmen­te, la autonomía, que defendió con uñas y dientes hasta que la fuerza brutal del enemigo le obligó a salir al destierro, donde para él no hay más que Euzkadi, sus gentes y sus de­rechos, y si ampara a las primeras todo lo poco que puede, defiende los segundos sin tregua.

El Gobierno Vasco no tiene ya ni un céntimo, de los ingresos con que cuentan siempre los gobiernos; sin embar­go, es tal la honestidad de Agirre y tal el patriotismo de muchos vascos que siempre encuentra amigos y paisanos que acuden en su ayuda, y mal que bien, así ha vivido hasta la última hora, cubriendo los gastos indispensables para re­alizar la gran labor que estaba realizando. Lo que más méri­to político tiene es la de haber mantenido a todo el equipo gubernamental, con el cual pensaba entrar en Euzkadi el día de la liberación de su pueblo.

Estando en París, en 1939 y 1940, otro amigo mío y yo teníamos que acudir todos los sábados por la tarde a su des­pacho en la casa de la Avenue Marceau, a darle cuenta de lo que habíamos leído de interesante en la prensa francesa y la española franquista, que nos llegaba muy bien. Hasta que una tarde se despidió de nosotros, diciéndonos que tenía que ir a Bélgica, de donde ya no pudo volver, pues la avalancha alemana fue tan rápida en Mayo de 1940, que no dio tiempo para nada.

No volvimos a saber nada de él en mucho tiempo y todos le dábamos por definitivamente perdido, o muerto por los alemanes o detenido por la Gestapo y enviado a Franco, lo mismo que Companys, Zugazagoitia y otros.

Bastante después, en la primavera de 1941, estando no­sotros en el Senegal, en Dakar, tuvimos una noticia que si no era nada concreto, nos hizo creer seriamente que Agirre se había salvado y que se dirigía a Norteamérica. Pero de es­to no hay por qué hablar, ya que el propio Agirre lo ha rese­ñado en su libro «De Gernika a Nueva York, pasando por Berlín». Sí, por Berlín, porque Agirre, con la serenidad y la agudeza que ha tenido siempre, creyó que el mejor sitio para evitar la búsqueda de los alemanes era Berlín.

Algún año después, o dos, Agirre vino a Buenos Aires. Fui a saludarlo, solo, al sitio donde creí que se encontraba, al local de «Eusko-Txokoa». Nada más entrar, un argenti­no, que ya era amigo mío, me dijo en cuanto me vio:

¿Viene usted a saludar al Sr. Agirre?

Sí.

¿Y no lo conoce usted, no? No —le dije—.

Venga, venga, que yo le presentaré.

Y me llevó al lugar donde estaba José Antonio, viendo algunos bailes.

Sr. Agirre —le dijo mi amigo el argentino—. Aquí, un periodista vasco, que quiere conocerlo y saludarlo.

En cuanto me vio Agirre se echó a reír y me dio un abra­zo muy fuerte.

Unos años, después, hace tres o cuatro, volvió Agirre a Buenos Aires. No pude ir a saludarlo, como hubiera sido mi deseo, porque me encontraba recién operado de los ojos, prisionero en casa, y con unas gafas de cristales negros. Sa­biendo eso, vino él a verme a mi casa, y charlamos muy amistosamente, de muchas cosas.

Ahora, la misma tarde del día 22 de Marzo, la noticia de su muerte fue para mí un golpe muy duro. Lo quería mucho, no sólo como viejo amigo, sino como un gran político en quien estaba personificada la obra por la libertad de Euzkadi.

No pude hacer otra cosa que echarme a llorar. Pero no me vio nadie porque estaba yo solo en casa en aquel momen­to”

Tellagorri le dedicó esta semblanza al Lehendakari fallecido. Se conocían y se apreciaban. El artículo rezuma admiración, respeto y cariño. Y eso que eran de partidos distintos. Todo un mérito. Y una marca de la casa.

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