Sábado 28 de marzo de 2020
Seguimos con nuestra divulgación de facetas de la personalidad del primer Lehendakari en la semana del sesenta aniversario de su fallecimiento. Y he puesto este título pues D. Manuel de Irujo nos dijo que José Antonio había definido muy bien lo que era la oratoria, el discurso parlamentario, el de los mítines y el que llega al corazón y para eso decía el Lehendakari que el mejor discurso es el de la madre hablando de la enfermedad de su hijo. Alguien que siente algo, lo transmite. Perfecta definición. Él era un gran orador que cautivaba.
Estos días que he dedicado esta sección al Lehendakari varios me han escrito pidiéndome les recomendara la lectura de algún libro de José Antonio. No hay mucho donde elegir, pues solo escribió dos, ”Entre la Libertad y la Revolución” sobre su acción parlamentaria y “De Gernika a Nueva York pasando por Berlín” donde nos cuenta su peripecia en aquella fuga fantástica que hizo por la Alemania nazi y que sigue esperando una buena película. Hizo también una separata sobre historia y se publicaron sus diarios en Nueva York que son muy interesantes. Por eso hoy he elegido estos cuatro pasajes de su libro “De Gernika a Nueva York…..”. En el podemos comprobar su sensibilidad humana y social.
La niña muerta y la esperanza de un mundo mejor
Cuando abandonamos Bilbao en junio de 1937 en medio del fuego cruzado de las ametralladoras enemigas, un grito desgarrador salido de la cuneta de la carretera hizo detener nuestro automóvil. Era una madre con su hijita en brazos, que yacía en el suelo con el pecho atravesado por una ráfaga de balas, que un avión nazi al servicio de Franco había disparado, aprovechando la claridad de aquella inolvidable noche de luna. Aquella madre moría con un solo consuelo: la esperanza de que sus hijos verían un mundo mejor. Ella cerró sus ojos para siempre, pero éstos aún lo esperan.
Cuando en La Panne, en 1940, ante nuestro compañero muerto y mi hermana moribunda, después de una noche de espanto a cargo de la artillería alemana, vimos llegar el amanecer, contemplamos atónitos, que de nuestros vecinos —una familia de siete individuos— solamente quedaba un superviviente, que velaba transido de desesperación, los cuerpos inanimados de los seis restantes.
Pero era de los que también creían, como nosotros, en un mundo mejor.
El sencillo régimen municipal
Algunas veces suelo recordar el sencillo régimen de algunos municipios pequeños de mi país, en los cuales, una vez realizadas las obras necesarias y pagadas las obligaciones de cada año, se reparten los gastos anuales entre todos los vecinos en proporción de lo que a cada uno corresponde. Yo pienso, si la sencilla sabiduría de aquellos hombres que viven una vida real, por hallarse más cerca de la tierra, no tiene un fundamento aplicable a las grandes sociedades. Suelo pensar muchas veces si es lícito que existan ganancias por encima de un interés módico, antes de que el estado o la sociedad sepan si existe un hombre en la indigencia. En el orden de las necesidades y hasta de la obligada paz social ¿no será conveniente que en primer término esté asegurado el mínimo bienestar de todos —mediante el reparto de lo que corresponda pagar a cada uno— y a partir de él comiencen las ganancias que el trabajo amparado en la libertad pueda producir?. Porque no es lícita la ganancia amasada sobre la miseria.
El mensaje de Gabon, falsamente firmado en Londres
Habían transcurrido quince días. El 20 de diciembre de 1940 recibí un aviso de la Kommandantur convocándome para entregarme el permiso de entrada a Alemania. Aquel mismo día ponía yo mi firma al Manifiesto dirigido a los vascos, siguiendo mi costumbre de dirigirme a ellos durante las fiestas de Navidad. En aquel Manifiesto —que feché intencionadamente en Londres— excitaba a mis compatriotas a seguir luchando por la libertad. El documento salió de los dominios alemanes, atravesó Francia y los Pirineos, y llegó al País Vasco, donde se leyó y divulgó profusamente, sin que supiesen mis compatriotas que el firmante encaminaba sus pasos hacia la capital del nazismo.
José Antonio Agirre y las tierras del Duque
Era en Abril de 1933. Estando en la estación de Marmolejo en Andalucía, me fijé en que una enorme extensión de hermosísimas tierras de regadío estaban sin cultivar y vi que en ellas crecía la hierba. Extrañado pregunté al maletero, de quién eran aquellas tierras y por qué no se cultivaban. El mozo me respondió tímidamente:
Son tierras del Duque del Infantado y no se cultivan porque dicen que el Duque está enfadado «con eso de la Reforma Agraria»…
Pero en esas tierras trabajarían muchas familias, ¿no es así?
Muchas, señor —me dijo—, y ahora están sin trabajo. ¿Y el pueblo no ha elevado ninguna protesta a las autoridades?
No, no lo sé… Como se trata del Duque…
Hacía dos años que había sido proclamada la República en el Estado español y aún se permitían casos como éste por temor al Duque o por temor a lo que sea. La República Española fue tímida en la aplicación de sus principios sociales. Mientras abundaron huelgas absolutamente intolerables, y algunas de ellas verdaderos atentados contra el bien común, se toleraron situaciones de privilegio que no se conciben en ningún país que ha entrado decididamente por la senda social, lo mismo en el campo industrial que en el agrario. Y sobre todo no hubo un programa social definido.
Es menester consignar que los hombres de la República tuvieron que afrontar en el orden social la violenta oposición de las clases conservadoras, que constituían los grupos de derecha de las Cortes Españolas.
La concepción social de estos grupos era tan egoísta y atrasada que si el Gobierno Republicano hubiera decretado los impuestos fiscales que regían, por ejemplo, en Inglaterra, Estados Unidos o Francia, antes de la guerra, hubieran calificado la medida de absurda expoliación inspirada por Moscú.
Me quedo con la imagen mental de la amatxu asesinada por los nazis siguiendo «instrucciones» de los nacionalistas españoles.
¿Qué sería de aquella niñita?
Y también se me ha quedado grabada la anécdota de las tierras del duque.
Es triste y repugnante que quien ordenó el asesinato de madres vascas mantenga aún hoy el poder a través de la dinastía borbónica.
El estado sigue siendo del «duque».
Y los súbditos lo siguen admitiendo con mentalidad de siervos.