Su hermano Juan Mari nos contesta preguntas personales.

Jueves 30 de abril de 2020

La foto familiar es entrañable. En ella se ve a Dña. Bernardina Lecube con sus hijos José Antonio, María Teresa, Encarna, Juan Mari e Ignacio frente a su casa de Bergara, y de esto voy a hablar hoy.

No conocí al Lehendakari pero si a su hermano Juan Mari. Había sido amigo de mi aita, del que era contemporáneo y al que conoció en Juventud Vasca de Bilbao. Juan Mari, cuatro años menor que José Antonio fue quien de verdad llevó a cabo las reformas sociales en la empresa familiar siguiendo las encíclicas de los Papas. Y de eso nos hablaba a su hijo Gorka y a mí cuando íbamos a Bruselas a reuniones de la Unión Europea Demócrata Cristiana .Vivían en Amberes y con su esposa se trasladaban a Bruselas para saludar a su hijo y ahí me metía yo.

Le recuerdo como un hombre muy afable, admirador de su hermano, todo un caballero y con sentido del humor. De ahí que en una de esas reuniones de confianza y donde  siempre acabábamos hablando del lehendakari le propuse me contestara a una serie de preguntas personales sobre su hermano. Siempre se hacía el remolón pero en uno de esos viajes logré que me dijera que estaba de acuerdo en hacerlo.

Ni corto ni perezoso le preparé un cuestionario con veinte preguntas de las que me contestó doce. Una pena. Tienen el valor de ser datos desconocidos, contados por su hermano y de asuntos personales.

Estas son sus respuestas..

P.- ¿De dónde es originaria su familia?.    

Nuestros padres son originarios de Gipuzkoa. El padre nació en Bergara y la madre en Motriko.

P.- ¿Cuáles eran los nombres de sus padres y hermanos?

Nombre de nuestro padre: Teodoro Aguirre Barrenechea-Arando, nació el 7 de mayo de 1873 y falleció el 12 de febrero de 1920.

Nombre de nuestra madre: Bernardina Lecube Aramburu, nació en Motriko el 20 de mayo de 1877 y falleció el 19 de septiembre de 1950.

Nombres de los hermanos: José Antonio (1904-1960), Ignacio (1906-1912), Juan María (1908-1987), María Teresa (1909), María Encarnación (1911-1940), Tomás (1912-1979), María Cruz (1914-1970), Teodoro (1916-1974), Ignacio (1918-1966) y Ángel (1920-1980).

P.- ¿Fue su padre pasante del abogado de Sabino, don Daniel de Irujo?

Nuestro padre fue pasante de don Daniel de Irujo, colaborando con éste en el proceso a Sabino de Arana y Goiri. Abandonó muy pronto su profesión de abogado, pues al fallecimiento de nuestro abuelo José Antonio de Aguirre, fundador de la Fábrica «Chocolates de Aguirre», debió ocuparse de la Fábrica y demás asuntos familiares, pues sus hermanos Pablo y Eustoquia, solteros, así como nuestra abuela Petra Barrenechea-Arando, dejaron en sus manos la adminis­tración de los bienes familiares. Nuestro padre se ocupó, asimismo, en numerosos organismos dedicados a Obras de Caridad y a su falle­cimiento era Presidente de la Adoración Nocturna en Bilbao.

Políticamente siguió la doctrina de Sabino Arana, pero sin que tuviera cargo alguno de responsabilidad.

P.- ¿Cuál fue la trayectoria profesional de su padre?

Hasta el año 1915 la familia vivió en Bilbao, último domicilio en la calle Sendeja, n° 6. Ese mismo año, se trasladó a Algorta, en donde nuestro aita había hecho construir la casa que hoy existe en la calle Miramar, n° 2, en la misma plaza de San Ignacio. En dicha casa vivió la familia hasta el año 1937 que, con la entrada de los franquistas, fue totalmente saqueada. Al casarse José Antonio, el año 1933, ocupó un piso de la casa, que asimismo fue saqueado en 1937.

Nuestros padres nos inculcaron una educación profundamente religio­sa. José Antonio, Tomás, Teodoro y yo, estudiamos Bachillerato en el Colegio de los Jesuitas, en Orduña. Ignacio y Ángel, se iniciaron en dicho Colegio, pero no pudieron continuar al ser disuelta la Compañía de Jesús durante la República. Y las tres hermanas, María Teresa, Encarna y Mari Cruz, hicieron sus estudios en el Colegio Sagrado Corazón, en Algorta.

P-¿Qué recuerdos tiene de su ama?.

A nuestra ama la tuteábamos, pero no a nuestro aita, a quien tratábamos de Vd. El respeto a ellos por parte de todos los hermanos era sagrado. Al fallecer nuestro aita, el 12 de febrero de 1920, a la edad de 47 años, quedó nuestra pobre amatxu en espera de su déci­mo hijo -Ángel, hijo póstumo- que nació el 29 de febrero de 1920. Esta tragedia fortaleció aún más, si cabe, el respeto de sus hijos hacia ella.

Su extraordinario carácter, su gran resignación a lo que el Señor le acordó y, afortunadamente, su salud, le permitieron cumplir su come­tido ante una familia tan numerosa. Pero a ello, hay que ajustar la gran esperanza que mantenía al ver que su hijo mayor, José Antonio, era ya un hombre entero a sus 16 años.

P.- El fallecimiento de su aita debió ser un golpe muy impactante, ¿no?.

Recuerdo, como si fuera hoy, aquel día 12 de febrero de 1920 que, estando José Antonio y yo en el Colegio de Orduña, vino a buscarnos en coche, el administrador y hombre de confianza de nuestro aita, para comunicarnos la triste noticia y conducirnos a casa. En aquel momento comencé a darme cuenta de la entereza de mi hermano José Antonio. Pero mucho más cuando, al llegar a casa y nos introdujeron en el cuarto en donde se hallaba nues­tra pobre amatxu, en la cama, sufriendo, en su estado tan avanzado, su inmensa pena, vi a José Antonio, como demostrando gran sereni­dad, le abrazó, le calmó con palabras que no pude entenderlas, pero que debieron servir de gran alivio para ama, a quien oí bien decirle a José Antonio: «Sí, tú serás ahora el aita de tus hermanitos. ¿Me lo prometes?». La respuesta fue, naturalmente, afirmativa, pero lo que es más importante, que lo fue en la realidad durante años.

P.- ¿Tenía buen carácter?.

Su carácter era de lo más alegre, y nos hacía reír a todos en casa con­tándonos cosas que habían sucedido en el Colegio y, más tarde, de la Universidad. Porque sabía decirlas con mucha gracia, con una mímica muy salada.

P.- ¿Cuáles fueron sus estudios?

En el Colegio de Orduña se portó siempre como un buen colegial, estudioso y deportista. Sus calificaciones en el Colegio, así como en los exámenes oficiales en el Instituto de Vitoria, eran de «sobresa­lientes» y «notables»; tuvo «aprobado» únicamente en alguna de las matemáticas. Su conducta le hizo merecedor de «distinciones» durante los cursos de bachillerato y en su último año, fue nombrado «Sub-Brigadier», que era la segunda «dignidad» en el Colegio. Buen deportista, practicó principalmente el fútbol y la pelota a pala. Su personalidad era muy destacada en el Colegio. Y esta personalidad la demostró ya desde la edad de 12 años.

P.- ¿Seguían la política?.

Siempre recuerdo, aunque en aquella época era yo un niño, con qué sensatez discutía los aconte­cimientos de la primera Guerra Mundial. En dicha época teníamos, en verano, como «preceptor-acompañante» a un seminarista a cuya familia ayudó mucho nuestro aita. Este seminarista, Miguel Larrañaga, fue más tarde colaborador de la Gaceta del Norte, bajo el seudónimo de «Aventino» -o algo parecido- y, claro está, era en aquel tiempo germanófilo y muy monárquico. Con él discutía mucho José Antonio, que lo hacía defendiendo al nacionalismo. Así mismo, este sentimiento vasco, lo reforzó en el seno de la familia, defendiéndolo muchas veces ante dos tíos carlistas, hermanos de nuestra ama, que nos visitaban de vez en cuando en casa.

P.- ¿Y de allí a la Universidad?.

Si. En  la Universidad de Deusto continuó, en forma relevante, desarro­llándose más su personalidad. Todos, profesores y alumnos o con­discípulos, le querían mucho. Allí hizo sus cinco cursos de Derecho, obteniendo buenas calificaciones en sus exámenes oficiales en Valladolid. Al iniciar su vida universitaria, ingresó en el «Centro de los Luises» establecido por los jesuitas y participó en la Acción Católica, llegando a ser Presidente de la misma e iniciando sus con­ferencias en las que destacaban ya sus ideales de una justicia social profunda que tanto le preocupaba, como lo demostró durante toda su vida.

P.- ¿Y la militancia nacionalista?.

Lo simultaneaba porque asimismo, asistía a las reuniones de la Juventud Vasca, en donde pronto se dio a conocer, entablando numerosas relaciones amistosas con los dirigentes y jóvenes patriotas vascos. Y era la época de la «clandestinidad» durante la dictadura de Primo de Rivera.

Así practicó siempre con entusiasmo su acción católica, juntamente con su acción patriótica y tuvo tiempo para poder practicar también el deporte.

Abandonó el fútbol una vez terminada su carrera de Derecho. Durante algunos meses estuvo de «pasante» en el bufete de Don Esteban Bilbao y, después de esta práctica, abrió su propio bufete, en donde le tuvo al amigo Julián Ruiz de Aguirre, quien mejor que yo podrá informar sobre el trabajo que desarrollaron.

P.- ¿Le interesaba la música?.

Durante esa época, en Algorta, participó en el Orfeón que allí se orga­nizó. José Antonio tenía gran afición musical, conocía bien la música -no en balde participó en la Banda de música del Colegio de Orduña, en donde tocaba el fiscorno-, tocaba un poco el piano y dio lecciones de violín con un profesor italiano melenudo que venía a casa y se lla­maba Diño Dini…, con el que nos reíamos mucho. En el Orfeón de Algorta cantó de barítono y fue solista.

También en Algorta, perteneció a la Adoración Nocturna, en donde fue nombrado Presidente.

P.- ¿Nos puede hablar de la fábrica de chocolates y del papel de su her­mano?

La fábrica de chocolates, «Chocolates Bilbaínos, S.A.», fue constituida, en 1920, por cuatro fabricantes de chocolate, cuyas marcas eran: «Martina Zuricalday», «La Dulzura», «Caracas» y «Chocolates de Aguirre», participando cada una de ellas en un 25%. José Antonio fue nombrado Consejero a su mayoría de edad; y yo, cuatro años más tarde. José Antonio, ya muy ocupado con su trabajo, especialmente en el orden político, acudía de vez en cuando a las reuniones del Consejo de Administración, aunque en todo momento se preocupaba de la marcha del negocio y, más tarde, el año 1933, de la reforma técnica que se llevó a cabo en la fábrica.

P.- Es ahí donde aplicaron su perfil social.

Si porque su preocupación principal se volcó especialmente al aspecto social en la fábrica. Impulsados por sus grandes ideas sociales, llegamos a establecer un Reglamento, de acuerdo con el comité de trabajadores formado en la fábrica, que para aquel tiempo fue considerado como un gran avance social, tanto que el mismo fue aprobado por unanimidad por el Consejo de Adminis­tración de la fábrica, es decir, que no fue sólo José Antonio, como se ha publicado en ocasiones, sino que merecen los mismos elogios aque­llos otros Consejeros cuyos nombres cito: don Ramón Bayo, don Juan Bayo, don Pedro Menchaca, don Policarpo Ibáñez, don Dalmacio Angulo, don Pelayo Trabudúa, que representaban a las marcas antes citadas. Hasta 1937, fue la segunda fábrica más importante en el Estado español. Todo se desmoronó al intervenir los franquistas durante tanto tiempo.

P.- ¿Cuándo se produce su salto a la política activa?

La Alcaldía de Getxo fue su «trampolín» para lanzarse de lleno en la política. Esto le ocupó de tal forma que los familiares debíamos espe­rar a que algún domingo dejara de participar en algún mitin para poder estar con él con tranquilidad en familia. Su ya personalidad pública nada influyó en él para continuar siendo el mismo y, muy especial­mente, con su amatxu y hermanos. El pueblo de Getxo que ya le cono­cía, aunque desarrollaba su vida en Bilbao, le quería mucho y, hasta sus enemigos políticos -porque otros enemigos no los tenía- le respetaban mucho”.

Hasta aquí las preguntas que me contestó y que como se ve fueron sustanciosas y aportaron datos. Lástima que D. Juan Mari falleciera pues había quedado con él para seguirle preguntando muchas cosas.

Dos hermanas nos hablan del Lehendakari

Miércoles 29 de abril de 2020

Le conocí junto a su esposa Mercedes Iribarren en su casa de Caracas. Nos recomendó fuéramos al funeral de alguien, cuya esquela había visto en la prensa y que parecía vasco y al final nos presentáramos como miembros de la colectividad  y le diéramos el pésame porque eso les reconfortaría y les uniría más a lo vasco. El y su mujer habían dirigido el refugio de niños vascos en la Citadelle (Donibane Garazi) en sus tiempos de refugiado y había tenido que vivir las vicisitudes de un exilio que le castigó pero le permitió dejar una obra de creación y traducción muy notable. Nos comentaba risueñamente que el trámite civil de la boda de Agirre en Algorta le había tocado a él y que el Lehendakari no se lo perdonaba. Fallecido en Caracas en 1969 les acompañé junto a la colectividad al entierro en el Panteón Vasco del Cementerio general del Sur en Caracas. Recuerdo perfectamente la sensación  de pérdida que vivimos.

D. Vicente Amezaga, intelectual vasco tiene un busto frente al Abra en Algorta colocado en tiempos del alcalde del PNV Javier Sarria y desde allí vigila la salida y entrada de los barcos por ese mar infinito que le llevó a en viaje increíble en el  Quanza y Alsina a Argentina, Uruguay y Venezuela. La foto es de la cubierta del Alsina.

Vicente y Mercedes tuvieron 5 hijos. La mayor Mirentxu (Marie Clark) nació en Paris y vive en Washington donde fue presidenta del Centro Vasco y está casada con el historiador y escritor Bob Clark. Tienen tres hijos, Ane Miren, Kathleen y Robert. Begoña, también nacida en Paris y casada con José M. Martin y con cinco hijos, Pedro, Begoña, Ignacio, Amaia y Javier viven en Donosti. Arantza, la escritora y bibliotecónoma que nació en Buenos Aires y se casó con Pello Irujotuvo cuatro hijos en Caracas, Xabier, Pello, Mikel, Enekoitz y vive en Alzuza (Navarra) desde 1972, Bingen, nacido en Montevideo, médico, casado con Zuriñe Zubillaga tiene tres hijos Zuriñe, Bingen  y Maite viven en Errenteria, aunque toda su vida la han hecho en Venezuela y, Xabier, nacido en Montevideo  y casado con Marisa Larunbe dos hijos, Xabier Eneko y Gorka. En la actualidad vive en Caracas y está casado con Izaskun Landa.

Cuento esto porque es el reflejo de la típica familia vasca aventada por la guerra y con unos padres comprometidos con una causa hasta el final y viviendo toda su existencia pensando en Euzkadi. Escritor y traductor de lengua vasca Vicente Amezaga,el patriarca familiar que no ha conido a sus nietos,nació en Algorta (Getxo) en julio de 1901. Falleció en Caracas (Venezuela) el 4 febrero de 1969.

Realizó los estudios de Técnica Mercantil en Bilbao para encargarse de los negocios económicos de la familia pero la afición que sentía por las humanidades lo empujó a estudiar Derecho en la Universidad de Valladolid en 1924. En 1931 fue elegido concejal en el Ayuntamiento de Getxo, siendo alcalde José Antonio Aguirre.

Vicente  Amezaga cultiva entre 1920 y 1936 los ejes por el que va a transcurrir su vida intelectual. El euskera lo aprendió por aquellos años llegando a dominarlo de forma notable. En 1936 fue nombrado director de Primera Enseñanza por el Consejero de Justicia y Cultura  Jesús María de Leizaola en el Gobierno Vasco. La primera responsabilidad de ese cargo fue defender a los niños escolarizados del peligro de los bombardeos.

Nada más ser nombrado director, el 4 de diciembre, Amezaga mandó abrir la primera ikastola bajo la tutela del Estatuto de 1936; en concreto mando abrir la ikastola de Plentzia. Esta primera Ikastola oficial quedó bajo la protección y cuidado del Departamento de Justicia y Cultura del Gobierno vasco. Así empezó la creación de un sistema vasco de Educación, el primer paso para el resurgir del euskera y de la cultura vasca. Pero la guerra civil española del 36 truncó todos los esfuerzos del Gobierno vasco y se vieron obligados a cerrar la ikastola San José de Plentzia. Cuando llegó la guerra y Bilbao estaba a punto de caer en manos del bando franquista, Amezaga tomó bajo su cargo la evacuación de los niños vascos. El mismo Amezaga tuvo que exiliarse junto a su mujer Mercedes Iribarren y se refugió en Iparralde, Inglaterra, Argentina, Uruguay y Caracas. Vivió en la capital de Venezuela hasta que falleció en 1969. Fue Secretario del Centro Vasco de Caracas.

Desde que llegó a América se adentró en el ambiente de los vascos y se entregó a la cultura vasca,sin dejar de trabajar por una causa en la que creía como fueron los Servicios de Información del Gobierno Vasco en el exilio. En Buenos Aires fue miembro del Instituto Americano de Estudios Vascos y profesor en las universidades de Caracas y Montevideo. De octubre a diciembre de 1943 escribió  artículos en las revistas Euzko Deya y Tierra Vasca. También publicó numerosos artículos en la revista La Prensa de Buenos Aires y en El Plata de Uruguay. En julio de 1957 la  Academia de la Lengua Vasca le nombró miembro correspondiente por la labor realizada a favor del euskera y la cultura vasca.

Colaborador de Euskal Esnalea, en Euzko Gogoa y en Egan con sus temas preferidos como el cuento, la narración, el ensayo y la poesía. Pero donde más se ha destacado ha sido en la traducción de autores de renombre universal como Oscar Wilde; Reading Baitegikoleloa (1954); William Shakespeare,  Hamlet. Danemark’eko Erregegaya (1952); Johann Wolfgang von Goethe, Lur-Miña (1960); Plinio, Plini gaztearen idazkiak (1951); Esquilo, Prometeu burdinetan (1959); Cicerón, Adiskidetasuna (1952); Juan Ramón Jiménez, Platero ta biok (1953).

También ha traducido a Pío Baroja, Bolívar y Boccacio. En castellano publicó en colaboración con Edgar Pardo Stolk, Jesús Muñoz Tébar (Caracas, 1959), Hombres célebres de la Compañía Guipuzcoana (Caracas, 1966) y El Hombre Vasco (Buenos Aires, 1968).

Con motivo del 400 aniversario de Caracas en 1966 publicó dos obras: Vicente Antonio de Icuza, comandante de corsarios y El Elemento Vasco en el siglo XVIII venezolano. Las dos obras fueros publicadas por la Comisión del Cuatricentenario de Caracas.

Su hija Arantza, casada con el sobrino de D. Manuel de Irujo Pello, y el hijo de ambos, Xabier el historiador son personas muy conocidas y reconocidas pero no voy a hablar de ellos, aunque lo merezcan y mucho, junto con los demás miembros de una familia  tan representativa de una época  viviendo hoy en dos continentes.

Se trata de Mari Clark, conocida en familia como  Mirentxu. Vive en Washington y fue muy activa en la comunidad vasca  siendo presidenta de su Centro Vasco  en aquella complicada ciudad donde no son muchos y las distancias largas. Hizo una meritoria labor y siempre ha estado alentando y ayudando a su esposo, el profesor Robert Clark, que ha escrito varios libros sobre los vascos,  sobre ETA así como  artículos en medios varios, convirtiéndose en los Estados Unidos en toda una referencia.

Mirentxu ha tenido la amabilidad de seguir esta serie de escritos sobre el primer Lehendakari que voy publicando  y nos escribió la semana pasada una muy interesante  vivencia, para mi desconocida, que creo merece ser destacada porque aporta no solo un dato sino la huella que  la guerra dejó en una niña hasta el punto de  querer volver a ver y reconocer aquello que había vivido y posteriormente leído.

Dice así:

Mis aitas junto a numerosos exiliados vascos, entre ellos María Teresa Aguirre de Madariaga, hermana de José Antonio Aguirre, llegaron al puerto de Hamilton, Bermuda a bordo del barco portugués Quanza un 10 de noviembre de 1941.

Esta isla jugó un papel importante en las operaciones de información de los servicios secretos de los poderes aliados. Había 1200 expertos británicos científicos y lingüistas trabajando bajo difíciles condiciones en el sótano del Hotel Princess interceptando y analizando correo y mensajes entre Las Américas y Europa antes de ser enviado a sus destinatarios. Mis aitas y la hermana del Lehendakari  no sabían nada del paradero de José Antonio porque llevaban mucho tiempo de viaje. El control británico les detuvo por dos días, e invitaron a María Teresa, mis aitas y unos pocos vascos más al Hotel Princess donde fueron interrogados por el servicio de Inteligencia británico, llevando a cabo este interrogatorio en privado por orden del Gobierno inglés, y es allí donde le dijeron a María Teresa que su hermano estaba a salvo y que pronto sabría de él.

Con  mi esposo, nuestra hija Anne Miren y su esposo Joel, en nuestro último viaje a Euskadi en marzo de 2016, hicimos escala en Hamilton, Bermuda. Nuestra meta era visitar al Hotel Princess. El hotel está a poca distancia del puerto y fuimos caminando.

En el hotel nos presentamos y expliqué lo que queríamos y muy amables nos concedieron una gira del salón donde todo esto se había llevado a cabo y el cual se conocía como «Salón 99».Toda una experiencia que os cuento.

El segundo testimonio es el de la hija de D. Vicente, Arantza, prolífica escritora, autora de la organización de la Biblioteca del Parlamento Vasco, casada con Pello Irujo y que no solamente ha escritos esa colección de estupendos libros que nos ha puesto a disposición en internet, sino de cientos de artículos de reflexión y divulgación. Ahondando en el exilio del lehendakari nos hizo llegar este testimonio.

“Conocí al lehendakari Aguirre antes de nacer, en su primera visita a la Argentina. En la foto que guardo como tesoro, un grupo del Laurak Bat de Buenos Aires rodea al diplomático panameño Dr. Guardia Jaén y a su esposa, junto al lehendakari Aguirre, al que flanquean mis aitas. Los hombres resguardados con pesados abrigos y las mujeres adornadas con pamelas floridas y tapados cortos de lana, miran sonrientes a la cámara en aquel octubre austral.

Después le recibimos con flores en el aeródromo de Carrasco, Uruguay, con txistus en el aeropuerto de Maiquetía, Venezuela, momentos de los que también guardo fotos. Lo recuerdo siempre tocado con su sombrero y cubierto con su sobretodo, clavando su mirada franca en cada uno y en todos nosotros, y despachando sus convincentes discursos que nos trasladaban su optimista esperanza de retorno. Sus visitas a las Eusko Etxeas de América tenían como propósito primordial revigorizarnos el espíritu porque aseguraba que no habíamos perdido una guerra, sino una batalla, y asegurar el mantenimiento del Gobierno vasco del exilio, representante de nuestra protesta en los escenarios europeos y americanos. La tarea recayó primero en los vascos argentinos, luego pasó a manos de los vascos venezolanos.

Cuando murió, el mundo vasco sintió una conmoción semejante a un terremoto. Una especie de orfandad. ¿Qué vamos a hacer sin el lehendakari? preguntaron todos, tal como lo habían hecho cuando hubo de abandonar Bilbao en 1937, cuando cruzó la frontera de Catalunya en 1939, cuando en mayo de 1940 desapareció en Dunkerque.

Nadie hablaba del lehendakari por temor a cometer una indiscreción aún en nuestra ignorancia de su paradero, repetía mi madre, pasajera del Alsina y del Quanza, rumbo a América, junto a mi padre, Vicente/Bingen Amezaga, Tellagorri, Telesforo Monzón, Francisco Basterretxea, Luis Bilbao, Lucio Aretxabaleta y sus familias, y la hermana del lehendakari, María Teresa. Rezaban por su salvación en las cubiertas de los barcos de su expatriación, mientras Manuel Irujo desde Londres, para confortar el ánimo de la dispersa comunidad vasca, organizó un Consejo Nacional Vasco, a la espera de su reaparición. Porque no se permitieron la duda de su muerte.

José Antonio Agirre, el músico y el historiador

Martes 28 de abril de 2020

Para los que piensan que Agirre solo hablaba de política, del estatuto, de la guerra, del exilio es bueno destacar que era una persona equilibrada a la que  le gustaba también hacer otras cosas. Obvio. Desde jugar al fútbol en el Athletic a tocar el fiscorno (en la foto en el Colegio de Orduña)  o cantar en el Elai Alai. Cuando cayó Bilbao no mandó una división militar que no tenía sino al coro Eresoinka,  grupo Elai Alai y a la selección de Euzkadi para que explicaran al mundo que aquí había un pueblo pequeño amante de la paz que estaba siendo sometido a los rigores de una guerra de exterminio. Lo hizo con música y deporte.

De eso nos habló su compañero de fatigas Manuel de Irujo que lo ilustraba de esta manera:

“La figura del primer presidente del Gobierno Vasco, el aniver­sario de cuya desaparición conmemoramos, es bien conocida y merece atención, cariño y respeto. Para vivir aquella existencia era preciso ser un hombre extraordinario, fuera de serie, como en efecto lo fue el lehendakari Aguirre.

Los libros de José Antonio son trasunto de su vida política y describen la historia del período de la vida del pueblo vasco a que hacen referencia. Nadie podía realizar esa labor con más autoridad que él.

A mí, no obstante, me llama más a la mente y al corazón el recuerdo del hombre, la condición humana de su ser, sus reacciones personales, desprovistas de luz y taquígrafos. Y no me refiero al futbolista, a quien no conocí, sino al hombre maduro con el que discutí e intimé.

Mucho más que cualquier otro arte, amaba José Antonio la música. Le gustaba oírla, tararearla o cantarla. Muchas veces pensé, escuchándole, que su vocación más definida fuera la de músico  y que tal  vez su segunda afición fue la histórica. José Antonio se estaba haciendo historiador. Dedicó muchas horas de su existencia a leer historia e investigar sobre sus motivos. En los postreros años de su existencia, vividos en París, partía el día en dos: la mañana la dedicaba a la Delegación, y la tarde a la investigación histórica.

Cuando José Antonio murió, su viuda hizo examinar aquellos trabajos históricos a Ildefonso Gurruchaga, que publicó un cuaderno dedicado a Sancho VII, «El fuerte», rey de Navarra”, aquel hombre de estatura colosal que estuvo a punto de anticipar en tres centurias el término de la lucha de la reconquista peninsular, dándole fin a principios del siglo XIII. ¿Por qué no se estudian mejor aquellas notas históricas de Aguirre?

Era extraordinario su  valer en José Antonio, su simpatía personal, su calor humano, su «charme». Yo he visto y he oído a los vascos que venían a visitarle. Salían de su despacho encantados. Y no es que les prometiera mercedes, cargos, ventajas u honores. Nada de eso. ¿Qué podía darles un exilado? Les transmitía, pura y simplemente, los afanes patrióticos de su corazón de vasco enamorado de Euzkadi y demócrata ofrecido a la causa de todas las libertades.

Porque, además de humanista, era José Antonio un ser humano de primera condición. Estrechaba la mano de sus amigos como él sólo sabía hacerlo. Y no es que montara la comedia. Era la más auténtica expresión de su propio ser la que transmitía.

Mauriac, Premio Nobel de Literatura, comentaba un día en que cenamos juntos en París, en casa de Mme. Malaterre, que iba a tratar de dar vida a alguno de sus personajes tomando modelo del modo de ser y de traducirse de José Antonio. El propio Mauriac, que sobrevivió a Aguirre, semanas antes de sufrir  la caída que precipitó el fin de sus días, me lo re­cordaba.

Lo mejor de José Antonio era el hondo sentido humano que llenaba su ser, su cordialidad abierta y gene­rosa, su capacidad de sentir, de querer y de amar.

Tal vez hizo añorar su específica condición de líder el hecho de ser el hermano mayor de numerosa familia, de la que tomó el timón de gobierno muy joven, a la muerte de su padre. La responsabilidad inherente a esa condición de director de los negocios de la casa y jefe de la familia, creó el marco adecuado para que su valer personal y su propio carácter encontraran medio idóneo donde proyectarse en el ámbito social que le vio nacer.

Muerto en el destierro, constituye un símbolo representativo del pueblo vasco y de sus afanes de libertad”.