Detalles inéditos de la elección del Lehendakari Agirre

Miércoles  15 de abril de 2020

Si algo era Ceferino de Jemein,”Keperin” era su vocación de notario histórico, persona a la  que le gustaba contar todo minuciosamente para que constara lo que se había hecho en el mundo del nacionalismo, para las futuras generaciones. Nació en Abando (Bilbao) y murió a los 78 años en Bilbao, el año 1965, año en el que se cumplían cien  del nacimiento de Sabino Arana. Y digo esto porque si algo, asimismo le caracterizó, fue el haber sido un ortodoxo sabiniano hasta el punto que su biografía del fundador del EAJ-PNV es uno de los clásicos trabajos de consulta.

Combativo, aguerrido, luchador, fundador del Jagi-Jagi con Eli Gallastegi, escritor, empresario tuvo una relación muy estrecha con el Lehendakari del que escribió muchas páginas, una de las cuales traemos a colación, sobre como su produjo su elección y los dos juramentos que hizo Aguirre, tanto en Begoña como en Gernika, para ser Lehendakari.

Me cabe la satisfacción de que este trabajo de Jemein se lo enseñé al Lehendakari Garaikoetxea en 1979 que lo leyó con interés y gracias al mismo él utilizó el juramento de Aguirre tanto como presidente del Consejo General Vasco, como hace cuarenta años en Gernika en su promesa como Lehendakari. Yo lo conocía pues mi aita me lo dio en su día  con gran emoción pues había sido publicado en la revista del Centro Vasco de Caracas en 1947. Había sido un trabajo especial para aquella publicación de Ceferino de Jemein. Era pues un trabajo casi desconocido aquellos años boreales.

De esta forma, un juramento privativo de Aguirre pasó a ser de todos los Lehendakaris porque recordemos que Leizaola, en el cementerio de Donibane en 1960, hizo otro en virtud de las circunstancias que en ese momento se vivían. A mí el juramento de Agirre me había parecido de una concisión y hermosura muy manifiestas y lo utilicé, como recurso oratorio en un mitin en el campo de fútbol de Gerninka en junio de 1977 diciendo que esas palabras deberían resonar de nuevo  bajo el Árbol cuando Leizaola volviera del exilio y tuviéramos un nuevo gobierno vasco. Cuando terminó el mitin, Ajuriaguerra que también fue uno de los oradores me dijo que la redacción era suya, y, efectivamente tiene la cadencia cortante de un ingeniero. Posteriormente esas palabras han sido utilizadas por los Lehendakaris Ardanza, Ibarretxe, Patxi López y Urkullu, aunque cambiadas en algunas de sus partes. A mi, que estuve en la génesis de la recuperación del Juramento por los lehendakaris nunca me gustaron esos cambios a cuenta de una mal entendida laicidad. Los ingleses tienen, nada menos que en francés, el lema de la corona británica “Dieu et mon droit”, y no pasa nada. Se puede ser ultra moderno y respetar la tradición, menos en Euzkadi, porque lo importante son las personas y su actitud. Pero ese es otro debate.

Hoy le toca a Jemein  explicar la elección de Agirre. Dijo así:

Fecha histórica y trascendental para Euzkadi la del 7 de Octubre de 1936. Aprobado el Estatuto Vasco de Autonomía el día primero, el Gobierno civil de Bizkaia publicó el día 5 la convocatoria a elección popular de Presi­dente del Gobierno Provisional del País Vasco.

Los partidos del Frente Popular daban las siguientes ins­trucciones a sus concejales:

«Estimando que el Presidente del Gobierno Provisional del País Vasco está revestido de la máxima autoridad, los partidos políticos que integran el Frente Popular han acor­dado unánimemente que todos los concejales pertenecientes a los mismos de las provincias de Gipuzkoa, Bizkaia y Ara­ba voten sin excusa alguna a don José Antonio de Agirre pa­ra ocupar la presidencia del referido Gobierno. «—Partido Socialista, Partido Comunista, Partido de Izquierda Re­publicana, Partido de Unión Republicana y Partido de Ac­ción Nacionalista Vasca».

El Partido Nacionalista Vasco, que no pertenecía al Frente Popular había dado previamente su aprobación a es­te nombramiento, y así, don José Antonio de Agirre y Lekube fue elegido sin oposición Presidente del Gobierno Vasco.

Como este resultado estaba previsto, por las circunstan­cias expresadas, por deseo del propio José Antonio de Agirre se celebró en la basílica de Santa María de Begoña un juramento solemne de fidelidad a la Iglesia y a Euzkadi, y de ofrenda de su vida, horas antes de ser elegido Presidente.

De este acto emocionante, al que acudieron todas las autoridades del Partido Nacionalista Vasco, vamos a repro­ducir solamente —por falta de espacio— el juramento so­lemne que don José Antonio de Agirre pronunció con voz clara y sonora, en el centro del camerino de la Virgen, arro­dillado sobre una silla de terciopelo rojo.

De este juramento trascendental le cabe la honra a la re­vista «Euzkadi», de Caracas, de ser la primera en darlo a conocer, por haberse guardado hasta el presente en el secre­to.

Dijo así el que pocas horas más tarde había de ser popu­larmente elevado al más alto cargo de Lendakari de todos los vascos:

«Juro ante la Hostia Santa fidelidad a la fe católica que profeso, siguiendo y cumpliendo las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.

Juro fidelidad a mi patria Euzkadi y en su servicio queda ofrecida mi vida, de la que dispondrán en la medida, en el momento o en las circunstancias que señalen, las únicas autoridades legítimas del Partido Nacionalista Vasco o Euzkadi-Buru-Batzarra.

Así lo juro desde el fondo de mi alma ante Dios en la Hostia Consagrada».

Por la tarde se celebró oficialmente el acto de la jura del cargo y toma de posesión del Gobierno Vasco, joven Go­bierno de la más vieja porción de la tierra.

Desde primeras horas de la tarde se agolpó en Gernika un inmenso gentío. A las cuatro, el histórico salón de la Ca­sa de Juntas estaba ya pletórico de representaciones: Cuerpo Diplomático, miembros del Tribunal de Garantías y de la Junta de Defensa, diputados a Cortes, concejales, represen­tantes de los partidos políticos y sindicales, de la prensa, etc.

Presidió el acto el Gobernador civil de Bizkaia, Echeverria Novoa, que desde aquel momento cesaba en sus funciones, acompañado del de Gipuzkoa, Presidente de la Diputación de Bizkaia, alcal­de en funciones de Bilbao y algunas otras personalidades.

Alrededor de la Casa de Juntas, fuerzas de mendigoizales y miñones contenían al público entusiasta que no pudo penetrar en el edificio por la insuficiencia de éste para conte­ner a la muchedumbre.

Los maceros y clarineros de la Diputación de Bizkaia se colocaron a la puerta del salón, donde montaba guardia una sección de forales.

Terminada la lectura del acta de proclamación, el Gober­nador civil pronunció las siguientes palabras: «Visto y comprobado el resultado de la elección presidencial, en nombre del Gobierno de la República proclamo Presidente del Gobierno Provisional de Euzkadi a don José Antonio de Agirre y Lekube».

Estas palabras fueron acogidas con un grito de ¡Gora Euzkadi!, aclamado y repetido por todos los asistentes, puestos en pie, que aplaudieron clamorosamente.

De acuerdo con la tradición foral, el hasta entonces Go­bernador propuso una nueva mesa presidencial, constituida con dos votos por cada una de las regiones vascas compren­didas en el Estatuto Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, en la si­guiente forma:

Alcaldes de Donostia, Tolosa, Bilbao, Mundaka, Llodio y Amurrio, representados respectivamente por los seño­res don Fernando Sasiain, don Doroteo de Ziaurritz, don Fermín Zarza, don Alejandro Mallona, don José Salzedo y don Manuel de Egileor.

Esta mesa salió en busca del Presidente electo, que esta­ba esperando en la Casa Consistorial de la Villa, en compañía de las autoridades del Partido Nacionalista Vas­co, ex-concejales del mismo, de su secretario accidental, se­ñor Ruiz del Castaño, jefe de Ertzaña, del señor Galartza, capitán del mismo, y otros.

Todos ellos regresaron entre los clarineros de la Diputa­ción, que ejecutaron el Agur Jaunak, y los aplausos del público a su paso por las calles.

Al entrar el señor Agirre en la sala, se prolongó la ova­ción con nuevos goras a Euzkadi.

Restablecido el silencio, el último Gobernador civil, se­ñor Etxeberria-Novoa, pronunció un discurso en el que, di­rigiéndose al nuevo Presidente, terminó con estas palabras:

«Quiero rendir el último homenaje a esta histórica Casa, en cuyo seno todavía resuenan las voces de los defensores de la libertad y de la justicia gloriosa de Bizkaia, invitándoos a que prestéis el juramento del cargo ante el Arbol simbólico, al igual que a la antigua usanza, en la seguridad plena de que si así lo hacéis la savia de este Árbol fecundará el nuevo régi­men de libertad que alborea en Euzkadi. ¡Viva la República! ¡Gora Euzkadi!»

Respondiendo a esta invitación, el señor Agirre pronun­ció un emocionante discurso, que por su extensión no pode­mos reproducir aquí.

Seguidamente, el señor Agirre, acompañado de todos los integrantes de la mesa y personas que ocupaban el salón, se trasladó ante el Árbol de Gernika precedido de los maceros y clarineros.

En este momento de gran emoción, el nuevo Lehendakari, en medio de un silencio impresionante, pronunció oficial­mente el siguiente solemne juramento, en euskera y en erdera:

«Ante Dios humillado, sobre la tierra vasca en pie y bajo el Roble de Bizkaia, en el recuerdo de los antepasados, juro cumplir mi mandato con entera fidelidad».

Seguidamente, el señor Agirre dio a conocer al público el nuevo Gobierno de su presidencia.

Terminados estos actos, todas las autoridades y repre­sentantes se trasladaron a la Sala de Hijos Ilustres de Biz­kaia, donde se celebró una recepción.

Seguidamente todos ellos acudieron a la explanada de la casa de Juntas, en donde habían formado varios batallones de las milicias vascas alojadas en el cuartel de aquella locali­dad.

Acompañado de su capitán, señor Saseta, el señor Agirre, seguido de los demás miembros del Gobierno, re­corrió las filas de gudaris, magníficamente formados y lle­vando al frente la bandera vasca y los estandartes de Biz­kaia, Nabarra, Araba y Gipuzkoa, facilitados por Sabin-Etxia.

A continuación, las milicias, precedidas de los gudaris motoristas, desfilaron al compás de una biribilketa interpre­tada por una banda de txistularis. Bellísimo momento de la histórica ceremonia.

Los gudaris  marchaban hacia su cuartel… y allá, al fondo envolviéndose en las sombras del «Illuna-barra», quedaba la Casa de Juntas de los legisladores de la confederación bizkaina. Demostración elocuente y vivo tes­timonio de su libertad histórica, ni mayor ni menor que ori­ginariamente alcanzó a sus regiones hermanas de ambas ver­tientes de Auñamendi.

Su interior, callado y recogido —como el alma vasca— estaba saturado de recuerdos vetustos y de desolación. Pero brotó un grito profundo de los huesos de los asabas y se es­ponjó el aire con el calor de la sangre joven derramada por Euzkadi en la tierra circundante, estremecida de amor…

En Berlín con el Doctor Álvarez

Martes 14 de abril de 2020

Hace años, cuando el PNV, fundador de la DC en 1947, tuvo un congreso en Varsovia, fuimos a ella  una delegación presidida por Arzalluz. Eran tiempos en los que Javier Rupérez, un personaje antipático que quería que de su mano el PP entrara en aquel club, se hizo invitar y Arzalluz tuvo un rifi rafe con él. Nosotros éramos fundadores de una progresista y social DC federal europea  y Aznar, que se había declarado liberal, quería una percha de prestigio en  Europa y Rupérez se la estaba trabajando. Aquello acabó como acabó. En Chile, un minuto antes de que nos echaran, nos fuimos. Teníamos medallas de fundadores pero la  realpolitik de la CDU alemana  y las sucias maniobras de Aznar y Rupérez hizo que les interesara más el número español de eurodiputados que la historia vasca. Y cuento esto porque después de Varsovia Arzalluz nos invitó a ir con él a  Berlín a los lugares en los que él había estado como jesuita.

Fue toda una lección práctica de política europea la que nos dio no solo sobre Berlín, el Berlín Oriental, sus museos y monumentos, sino de la comida y las cervezas. Y cuento esto porque el trabajo de hoy va del diputado Javier Landaburu y el Lehendakari Aguirre. Tras una reunión de este tipo se fueron a Berlín a visitar los lugares donde el Lehendakari había estado escondido en 1941. El trabajo es pues muy interesante, como extraordinariamente  interesante tuvo que ser aquel paseo por Berlín con el Lehendakari. En la fotografía le vemos a Landaburu, Leizaola, un líder democristiano europeo y José Antonio Aguirre.

Landaburu tituló de esta manera, ”En Berlín con el doctor Álvarez”, su trabajo en Alderdi en 1956 pues José Antonio de Aguirre utilizó este nombre falso para esconderse de sus perseguidores. Es la historia que conté cuando hablamos del cónsul panameño Guardia Jaén.

Escribió así Landaburu.

“El avión que nos trae de París aterriza en Tempelhof cuando ya se ha hecho de noche. Un taxi nos lleva del aeropuerto al hotel Kempinski a través de avenidas espaciosas en las que alternan grandes edificios habitados y enormes espacios vacíos en completa obscuridad. Al cabo de diez minutos el taxi toma una curva bordeando las ruinas imponentes de la iglesia conmemorativa del empe­rador Guillermo y desemboca en otra avenida donde el panorama cambia radicalmente: luces de neón en todos los escaparates, en el marco de cada ventana, en el remate de las fachadas y mucho automóvil, mucha gente, mucha animación. Es la famosa Kurfurstendamm, centro del actual Berlín-Oeste, repleta de comercios de lujo, de cines, de restaurants, de cabarets, pletórica de publicidad luminosa. En una esquina una gran edificación moderna, el hotel donde nos alojan los amigos demócrata-cristianos alemanes a cuyo cargo corre la reunión que nos ha lleva­ndo a la ex-capital de las Alemanias anteriores. Kurfurstendamm conserva algunos inmuebles de antes de la guerra, ninguno indemne del todo, y los demás están reconstruidos aunque muchas de sus casas no pasan del primer piso ,ello da a esta brillante avenida, con sus luces y sus letreros de colorines, el aspecto que deben tener allá en el Oeste americano las calles principales de sus ciudades crecientes.

El doctor Álvarez Lastra, mi compañero de viaje, estaba impaciente por recordar « su » Berlín. No había vuelto desde aquellos días dramáticos de 1941 en que la ciudad era el centro de la guerra y pretendía orgullosamente convertirse en la capital del mundo. Álvarez  tenía prisa por recordar Berlín y, apenas cenamos, iniciamos el primer paseo de reconocimiento. No fué fácil. Entre que el doctor Álvarez debía de orientarse en cualquier ciudad tan medianamente como el presidente Aguirre y que el Berlín de hoy no es el del año citado, tan amplio fué el destrozo de los bombardeos, Aguirre hacía esfuerzo por recurrir a la memoria de Álvarez, ya muy lejana, y fundidos los dos en la persona de Álvarez-Aguirre, apenas pudieron encontrar aquella noche ni en los días sucesivos más testigos aun en pie de sus andanzas que una casa donde estaba la Pensión Victoria en la que el presidente Aguirre cuando fué doctor Álvarez pasó cuatro meses. Todo lo demás quedó en: «aquí debía estar… » y «me parece que era por aquí… » Otras personas que tampoco han vuelto a Berlín desde la guerra se desorien­tan igualmente. Tal es la proporción de los destrozos, Ia enormidad de la catástrofe que se cernió sobre la cuna de la iniciativa de los bombardeos aéreos de poblaciones. ¡Gernika!… Es verdad, el recuerdo viene irremediablemente, pero las víctimas y las ruinas de los bombardeos sobre Alemania ni justifican ni pagan los bombardeos anteriores. ¿Fueron obra de un loco? Obra de un loco, de millares de cómplices y de millones de egoístas que querían imponer al mundo, por tales procedimientos, una vida mejor y no impusieron más que la desolación y la vida eterna. Y todavía tienen seguidores, y todavía tie­nen estímulos poderosos…

En Berlín vimos muchas cosas curiosas. A nosotros, exilados, nos interesó extraordinariamente el caso de los que por centenas se evaden diariamente de tierras de dic­tadura para venir al campo de la democracia. La visita que hicimos a los refugios de Marienfelde y de Spandau nos enseñó el mecanismo de la recepción y de la criba de esos pobres tránsfugas, semejante en muchos aspectos a los muchos que cruzaban y cruzan el Pirineo hacia Fran­cia con sed de libertad. Asistimos a algún interrogatorio de evadidos. ¿En qué habrá quedado aquella mujer joven que venía desde Turingia y refería una historia policíaca demasiado bien preparada para ser verídica? ¿Espía? ¿Agitadora? ¿Una simple perseguida que se excedió vis­tiendo su calvario? De cualquier manera, no habrá sido detenida ni rechazada al otro lado del telón de acero que había cruzado hacía unos días. La República Federal admite a todos los ciudadanos alemanes, proporciona trabajo a los que quieren y a los que no quieren trabajo les da alojamiento y comida hasta que se cansan de no tra­bajar o se reintegran voluntariamente a sus pueblos de origen. Con todas estas garantías, es bien triste la vida del desterrado aun dentro del mismo país.

En el propio Spandau, a no mucha distancia del campo de refugiados, está la famosa prisión donde los dirigentes nazis supervivientes cumplen sus condenas. Seguramente que estos huéspedes forzosos de los cuatro grandes gobiernos aliados tienen celdas más confortables que los dormitorios del asilo de evadidos y mejor rancho y hasta mejores perspectivas de existencia el día en que vayan siendo puestos en libertad. Y, sin embargo, fueron ellos la causa de tantas calamidades subsistentes todavía.

De Berlín Oeste se pasa al Este sin dificultad, a pié o por cualquier medio de transporte. No hay señal de frontera. En algunos sitios esta es una plaza cortada en su centro o un trozo de calle en que cada acera pertenece a zona distinta. Sólo se ven unos letreros que, de un lado y de otro, tienen más de reclamo político que de indicación geográfica y que dicen, poco más o menos: «A X metros termina la zona de la libertad», «Aquí comienza la verdadera democracia». Juego de vocablos demasiado gastados en una y otra parte. Hay otras cosas que marcan más elocuentemente la diferencia de vida entre las dos zonas. Del lado occidental, a medida que se llega al orien­tal, disminuyen rápidamente la animación, los comercios y la publicidad. Del lado oriental, el comercio es también escaso, la publicidad es abundante pero exclusivamente política y la animación no se vuelve a encontrar, y menos en los kilómetros de profundidad que nosotros recorrimos. A la Kurfurstendamm brillante y ruidosa que hemos citado, corresponde en la zona soviética la Unter den Linden, tan señorialmente prusiana, tan renombrada en otras épocas. Esta avenida, corazón de la vida de todos los Reich, estaba limitada por un lado por la puerta de Brandenburgo y, por el otro, por el palacio imperial. La puerta está en ruinas coronada por una bandera rusa y de la residencia de los Kaiser no queda más que la tierra donde se levantó, que es ahora la plaza de Marx-Engels, lugar de concentraciones y desfiles, en el que la única instalación es una colosal tribuna de madera donde los notables del régimen se instalan cuando embridan al pueblo, con o sin armas, para pasarlo en revista. Los des­files deben de ser ordenados y, desde luego, muy nutri­dos, pero una película nos había mostrado el día ante­rior, a ese pueblo revuelto contra esos notables y sus agentes en la famosa jornada del 17 de junio de 1953.

La parte oriental de Berlín, en plena, tarde, nos im­presionó por lo desierto de sus calles. Aparte de un poco de concurrencia en la estación de la Friedrichstrasse, a la hora de cesar el trabajo y tomar el tren para volver a casa, aparte una cola de treinta personas a la entrada de un cine y aparte de algún otro grupo en la Alexanderplatz junto a los bazares del Estado, creo que en tres horas no vimos aglomeración mayor de tres personas. Todas las demás personas van por las calles solitarias y de prisa. Las calles y los andenes del «metro» al esperar los trenes nos recordaban París ocupado, un París sucio y ruinoso, y para mejor recordar aquel ambiente abruma­dor, los policías uniformados del gobierno de Pankovv usan prendas iguales a las que el ejército de Hitler paseó por Europa. No se ven con exceso tales policías, ni vimos más soldados rusos que los que dan guardia en zona occidental a un monumento militar ruso, cuyas inscrip­ciones atribuyen exclusivamente a la U.R.S.S. todos los méritos y todos los beneficios de la victoria aliada. Pero si no se ven policías, tampoco se ven ciudadanos ya que no cruzamos más de veinte personas en toda Ia Unter den Linden, ni más de diez automóviles, alemanes o rusos, en trayectos de centenares de metros. En cuanto a tranvías y autobuses, fueron idénticos a los del otro Berlín y hoy son viejas máquinas y depósitos de porquería.

Los escaparates de los comercios apenas tienen nada que exponer, son pobres y sin adorno. La ornamenta­ción conjugaría difícilmente con la exhibición forzosa de alegorías políticas, todas iguales. Sobre las fachadas de las casas, sobre las calles, multitud de letreros en rojo y blanco, con frases de Marx, de Lenin, de Taelmann, y muchas banderas, por todas partes banderas soviéticas con o sin banderas alemanas. Fuera de algún cafetín cuyo exterior invitaba a no detenerse, no encontramos en nues­tro largo paseo por las calles más céntricas más que dos cafés iluminados, el famoso «Bucarest» y otro frente a él, dedicados, según se nos dijo, a refrigerio de turistas extranjeros con obligación de pagar sus consumiciones en marcos occidentales por cantidad igual de marcos orientales cuando aquellos valen cuatro veces más.

Esos dos cafés están instalados en la Statinallee, vía triunfal de un nuevo imperio, todavía nuevecita, amplia, solemne, de varios kilómetros de longitud. Es lo único reconstruido pero se discute el gusto arquitectónico de sus edificios cuya similitud impone. Dicen que están re­servados exclusivamente a habitaciones de funcionarios y de miembros del partido. De cualquier manera, era la hora de encenderse las luces en las casas y podemos ase­gurar que lo que se ve desde fuera, mobiliario, síntomas de hogar confortable, sin que sea mísero, es demasiado modesto para decorado tan suntuoso. En las traseras de esa decoración de edificios arrogantes, otra vez ruinas, barracas, privaciones, miseria, tristeza, angustia, recelo. ¿Por qué las gentes van tan de prisa por las calles del Berlín soviético? ¿Por qué no miran de frente? ¿Por qué no hablan entre ellas? ¿Por qué no sonríen? Tampo­co eso es una vida mejor. Una visita de tres horas basta para convencerse, y eso que los berlineses orientales, todavía racionados, muy limitados en muchas cosas, pero con la posibilidad de pasar a Berlín-Oeste aunque no sea más que a recrearse la vista, a recordar y a esperar, no son los más desfavorecidos de todos los ciudadanos del Este. ¿Es qué tampoco se sonríe en Praga, ni en Varsovia, ni en Moscú, ni en Pekín? ¿Es que medio mundo se ha vuelto triste? Si esto es cierto, no hay ideología ni revolución, por sublimes que sean sus objetivos finales que puedan justificarlo. El hombre pierde la sonrisa cuando tiene el alma enferma y aunque el alma fuese solo un lujo burgués, no hay derecho a tratarla así, aun estando seguro de que esa tristeza actual sea la base for­zosa, ineludible, de una alegría popular futura, de una alegría universal e idílica cuando todos los hombres sean buenos y todos felices, cuando la humanidad entera solo tenga motivos para volver a sonreír. No sé si tanto materialismo histórico puede explicar fenómenos tan poco humanos.

El Premio Nobel Mauriac, Picasso y el Lehendakari Aguirre

Lunes 13 de abril de 2020

Ya hemos hablado del comedor de las hermanas Anglada en Paris. Esta foto es de una de esas comidas donde de izquierda a derecha se les ve al diputado Javier Landaburu, al senador francés Ernest Pezet, al Premio Nobel Francois Mauriac, a la Sra .Mallaterre y al Lehendakari Aguirre, porque este comentario va de un premio Nobel y de un artista como Picasso.

Francois Mauriac fue un periodista, crítico y escritor francés. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1952, es conocido por ser uno de los más grandes escritores del siglo XX. Nació en Burdeos en 1885 y falleció en 1970 en Paris, diez años después que el lehendakari Aguirre. Y lo traigo hoy por la bella y emotiva semblanza que hizo cuando, después de visitar la capilla ardiente del Lehendakari, escribió esto en su  «Bloc-Notes» de «L’Express»:

«Ya está en su féretro, pero puede usted verle…» El ataúd tiene una mirilla de cristal a la altura del rostro. ¡Qué visión! Hay distancia del cuerpo todavía tibio, extendido sobre el lecho en el que acaba de adormecerse, a esto que sorprendemos, en un ataúd, del misterio terrible que suele escapar a la mirada humana.

«En este rostro, como roído ya por dentro, no reconoz­co la cara noble y franca de Don José Antonio de Aguirre, presidente del gobierno de Euzkadi, —el País Vasco. ¿Quién más que él, podría haber sido víctima de un injusto destino: «Nosotros no queríamos la guerra, nos lanzaron a ella!» Recuerdo este grito de Aguirre en la radio, en 1936, que resu­me su drama.

«El único crimen de mis amigos los vascos fue el haberse negado a unirse a los generales rebeldes. Un pueblo cristiano se vio tratado como criminal y abandonado por sus jefes es­pirituales por haberse negado a sublevarse. ¿Estaba Gabriel Marcel a nuestro lado cuadro Maritain y yo mismo protesta­mos contra el asesinato de religiosos y curas vascos? El día en que los aviones de una Alemania que no estaba todavía dividida destruyeron salvajemente Guernica, ¿Fue a buscar consuelo en Nietzsche?

«Con la liberación, José Antonio de Aguirre apuró verda­deramente el cáliz hasta las heces, cuando comprendió que Franco sería respetado y que la victoria aparente de las de­mocracias encubría, disimulaba, en el corazón mismo del Occidente, otra victoria muy oculta: la de los ejércitos profesionales y de los policías”.

Aguirre, Gernika y Picasso

En «Le Peuple» su colaborador Caliban citó lo que hace tiempo contó su correligionario. Arthur Wauters, que ha sido periodista, ministro y embaja­dor. Y escribe:

«Con motivo de la muerte del católico vasco José Anto­nio de Aguirre, que había contribuido con su valeroso pueblo a la resistencia de los republicanos españoles contra la agre­sión de fascismo internacional asociado a Franco, Wauters nos ha dado a conocer un hecho que le contó Agirre y que confirmó el pintor Picasso. Reproduzco su carta por estar seguro de que interesará a nuestros lectores:

» He aquí un recuerdo que me viene a la mente a causa del fallecimiento de  José Antonio de  Aguirre, este admirable católico y «demócrata vasco de quien fui amigo fiel y eficaz desde que marchó al exilio», y hasta «su nueva partida de ahora «has­ta los límites de la noche».

“Ya sabe usted que Picasso había pintado «Guernica» después de que la aviación hitleriana destruyera dicha Villa durante la guerra civil como entrenamiento para futuras destrucciones: Rotterdam, Belgrado, etc.

«Picasso, durante la ocupación, se moría de frío en su taller de París en el que se encontraba el famoso cuadro. El demonio de Otto Abetz, amigo de Henri de Man y «embaja­dor de Alemania», visitó al famoso pintor esperando sedu­cirle con la promesa de algunos sacos de carbón.

«Recorriendo el taller llegaron frente al «Guernica»,

 —¿Es usted quien ha hecho esto?, «le preguntó Abetz.

 —No fueron ustedes quienes lo hicieron— contestó Picasso.

«Esta anécdota admirable merece consignarse en una biografía del gran Pintor español cuyo genio creador no cesa de asombrarnos y en recuerdo del Presidente vasco fallecido.”.