Viernes 29 de enero de 2021
No es
normal que en una situación límite como la que vivimos, la bronca política y
sindical sea tan desmesurada. Algo tiene que haber por detrás. Y lo hay.
Para unos
es desgastar al Gobierno Vasco como sea, creyendo que en plena borrasca hay que
cambiar de capitán, de consejera y de
todo lo que huela a PNV. Es una oposición de tierra quemada propia del PP y de
Vox, que solicitan que Urkullu cese a Gotzone Sagardui.
Pero hay
otro tipo de oposición, más ideológica. Es la de Podemos que si el PNV hiciera
lo mismo en Madrid, el gobierno Sánchez duraría lo mismo que el de Rajoy. Un
mínimo de sentido de la responsabilidad adquirido en 125 años hace que se sepa
que la política es el arte de lo posible y de hacer posible lo necesario. Pero
para Podemos esto no cuenta. Ya dijo lo que le parecía el PNV. ”Una derecha
casposa”.
No es el
caso de Sortu (Bildu no existe). Su oposición es a tumba abierta y si ahora son
las vacunas, antes el vertedero y un poco antes la convocatoria electoral. Ni presupuestos
ni nada. El rodillo lo aplican ellos. Es
una estrategia destructiva de manual. Sortu no es un partido al uso. Es un
ariete de desgaste que unido a ELA trata de erosionar al Gobierno Vasco con
cualquier asunto. No tolera la mayoría absoluta PNV-PSE y no resisten no ser el eje de la política vasca.
Imanol
Lizarralde escribió hace una semana un buen análisis de lo que fueron las dos
ETAS diciendo que no había una buena y otra mala. Las dos eran muy malas. Y se
ve en la actualidad. No utilizan la violencia hoy, pero no por una reflexión
ética, sino táctica e ideológica. Y el que no lo vea está como para llevarle a
Disneylandia.
Decía así
Imanol Lizarralde en El mito de las dos ETAs
“El que ETA pm anunciara su disolución en septiembre
de 1982 quiere ser interpretado, por algunos, como la certificación de la
existencia de una «ETA buena» (que se rindió a la democracia) y una
«ETA mala» ultranacionalista, que siguió en su empeño
Ya que ETA es un
fenómeno que pasó delante de nuestros ojos de principio a fin, con fechas y
protagonistas reconocibles, resulta interesante comprobar los mitos que levantó
en su camino. Parte de la acción de ETA fue también mitificar su lucha y sus
luchadores. Medios de comunicación, creadores de opinión al servicio de
diversas instancias e incluso historiadores profesionales han puesto su grano
de arena en esa labor.
Uno de los mitos más persistentes
de ETA es el de que existieron dos ETAs, una buena y otra mala, de naturaleza
radicalmente diferente. El historiador Luis Castells afirmaba recientemente que
«la ETA de Burgos apenas se asemeja a la que atentó en la
democracia». Esto oculta los visibles elementos de continuidad de ETA.
Desde que ETA a partir de la V Asamblea, en 1968, se definió como
marxista-leninista y comenzó a matar (que es cuando se diferenció del resto de
organizaciones antifranquistas) conformó una estructura de mando y de poder muy
estable. Josu Urrutikoetxea, el famoso Josu Ternera, entró en ETA ese mismo año y, poco más tarde, fue
miembro de la dirección de la banda y finalmente representó a esta dirección en
el proceso final que desembocó en su disolución.
Los presos de Burgos más
relevantes (Onaindia y Uriarte, junto con José Luis Zalbide) se convirtieron en
los nuevos referentes ideológicos de la ETA reorganizada. Es verdad que en 1973
ETA se dividió en una rama militar y otra político-militar. Pero tal cosa, como
ambas ETAs lo reconocieron, no obedecía a diferencias ideológicas, sino a
formas de afrontar la lucha a fines del franquismo.
Ambas ETAs propugnaron la
creación un «partido comunista vasco dirigente» que fuera la
vanguardia de un movimiento más amplio donde existieran también otros partidos,
movimientos de masas y sindicatos, con la intención de conformar lo que
entonces se llamó un «poder popular». Las dos «unidades
populares» que se formaron con las elecciones de 1977, Herri Batasuna y
Euskadiko Ezkerra, fueron el producto de aquel proyecto. La lucha política, la
de masas y la lucha armada quedaban, así, enlazadas en estrategias paralelas,
siguiendo el esquema internacional de los Movimientos de Liberación Nacional de
carácter marxista.
El que ETA pm anunciara su
disolución en septiembre de 1982 (en una decisión que, según cálculos, tomaron
los dirigentes y el 20% de la militancia), quiere ser interpretado por algunos
como la certificación de la existencia de una «ETA buena» (que se
rindió a la democracia) y una «ETA mala» ultranacionalista, que
siguió en su empeño. Si examinamos de cerca este proceso veremos que tal cosa
está lejos de lo que realmente ocurrió.
Dentro del complejo
político-militar era el partido (EIA, Partido para la Revolución Vasca) quien
tenía la función dirigente, y trazaba las líneas maestras de actuación de las
dos organizaciones (ETA pm y EIA). Desde este partido del que Mario Onaindia
era secretario general se lanzaron recomendaciones en el sentido de que la
lucha armada incidiera en la lucha laboral, especialmente radical en aquella
época de crisis, y que se recaudara dinero. ETA pm aplicó estas recomendaciones
mediante el secuestro, el tiro en la rodilla, la extorsión y el asesinato a
empresarios y el atraco de bancos (acciones que, en plena democracia –los años
que median 1977-1981, ambos incluidos–, sirvieron para beneficiar
económicamente al partido con cientos de millones de pesetas, como lo cuenta
Txutxo Abrisketa, máximo responsable de ETA pm). Incluso, según recoge Gaizka
Fernández Soldevilla en su tesis, determinados dirigentes de ETA pm y EIA (al
frente de estos, Mario Onaindia; según me confirmó a mí mismo Iñaki Albistur)
han sostenido que la ejecutiva de ETA pm y algunos miembros de la dirección de
EIA habían tomado conjuntamente la decisión de actuar contra UCD.
Sin embargo, Mario Onaindia
diagnosticó que el pueblo vasco era reaccionario por admitir de mejor grado las
acciones de ETA m, dirigidas sobre todo a las fuerzas de orden público y los
militares, que las de ETA pm, que cubrían lo que el llamó «la lucha de
clases interna de la sociedad vasca» como eran los empresarios y, también
(añado yo) los políticos de UCD. A partir de esa constatación, Onaindia dijo
que la lucha armada «no permite ningún avance de la conciencia
revolucionaria en el seno de las masas, en cuanto a que se basa únicamente en
un comportamiento plenamente burgués». Cuando, desde el partido, se tomó la
decisión de acabar con ETA pm, las consideraciones no fueron de índole ética ni
democrática sino expresión de una ideología, que fue la misma que sirvió para
que la otra ETA siguiera matando.
Mientras tanto, la mayor parte
del arsenal de ETA pm permaneció en manos de una mayoría de militantes que
siguieron en activo. Muchos de ellos (incluyendo a personalidades tan
importantes como Francisco Javier López Peña, Thierry, y Arnaldo Otegi) se pasaron las estructuras militares o
políticas del otro conglomerado de la izquierda abertzale. Unos años antes, los
miembros más destacados de la rama llamada Berezi de ETA pm (que contaba entre
otros con Francisco Mujika, Pakito,
y Eugenio Etxebeste) engrosaron el segundo peldaño de la dirección de ETA m (en
cuya cúspide se encontraban el omnipresente Josu Urrutikoetxea, y Txomin
Iturbe).
La decisión de ETA pm en 1982
(propiciada por los políticos de EE) es paralela a la tomada por ETA en 2011 y
2015. Además, fue un ex polimili como
Arnaldo Otegi quien liquidó la última ETA con razones análogas a las de
Onaindia: la lucha armada ya no suma sino que resta a la lucha política. Ya no
es un instrumento útil para la causa que defienden (la independencia y el
socialismo). Pero los que la ejercieron (igual y en el mismo sentido que los
presos de Burgos) son héroes”.