La fotografía es del
1 de mayo de 1978. La pancarta lo dice todo. ”El PNV con los trabajadores”. Aquellos
sindicatos y el PNV los defendían conjuntamente en la calle y sabían quien era
el adversario. Delante está Iñaki Bilbao con su walkie talkie, un abertzale
consecuente que acaba de fallecer. Le vemos en su salsa. Era quien dirigía a la
organización de jóvenes ertzainas del EAJ-PNV en toda Euzkadi. Iñaki Maidagan, asimismo
fallecido lo era de Bizkaia y este periódico publicó en portada como repelía la
agresión de los de siempre con una cadena. No fueron tiempos fáciles.
Iñaki
Bilbao tenía capacidad de organización y don de mando. Se hacía respetar. Marino,
maquinista naval, había trabajado en mercantes y petroleros. Vivió en Puerto la Cruz Venezuela). Padrino de una de
las hijas de Domeka Etxearte quien fuera delegado del Gobierno Vasco y cuya
familia era la referencia de la capital del estado Anzoategui. Tenían allí un Centro Vasco con un monumento a los gudaris
a su entrada.
Casado
con María Luisa Bilbao tuvieron tres hijos, Koldo, Josu y Alatz. Su funeral
será el lunes a las siete en la iglesia de San Nicolás en Algorta.
Iñaki
Bilbao fue un patriota vasco comprometido. Le recuerdo en reuniones con Jokin
Inza preocupados por lo que podría pasar a la muerte del dictador y tratando de
tener una juventud organizada para evitar desmanes. Recordaban los primeros
momentos de la guerra. Todo era incierto. Le recuerdo mano a mano con Antón
Ormaza coordinando actos públicos de la mano de Txomin Saratxaga. Fueron años
de manifestaciones, Alderdi Eguna, asambleas, concentraciones con el ruido y la
acción de ETA y la extrema derecha actuando. Ante eso él y su equipo crearon toda una estructura de
servicio de orden fácilmente identificable por su kaiku azul marino.
También
lo recuerdo dando la batalla sindical en ELA contra un grupo agresivo que se estaba gestando con la única obsesión
de vaciar el sindicato de “adherencias del pasado” para dar paso a esta ELA
profundamente anti PNV y muy poco sindical. Desgraciadamente no ganaron la batalla
pero la dieron con total entrega. Fue una generación con valores, que había
vivido la postguerra, la dictadura, la lucha clandestina y se daban cuenta que
venían gentes que se aprovechaban de la desinformación producida por el
franquismo para manipular la realidad. Fue una lástima la incomprensión que se
tuvo en aquellos tiempos, algo que hoy no hubiera sucedido.
Iñaki
Bilbao fue hijo de una época dura y
merece total reconocimiento por quienes le conocieron y por las nuevas
generaciones. Fueron pilares de un edificio cuyos cimientos no se ven pero
están allí para que la estructura no se caiga.
Hace un
mes falleció el juntero Iñaki Olarra, otro abertzale de categoría y ahora Iñaki
Bilbao. Se clarean las filas. La guadaña está acabando con una generación muy
generosa y de total entrega. Eso lo representó como nadie, Iñaki Bilbao (GB).
Fui con
mi hermano Koldo a la inauguración en el Museo de Durango de la exposición
dedicada a José Mari Anzola, exposición que sus autores Iban Gorriti y Mauro
Saravia han titulado “El Robert Capa vasco”. Mauro incluso dice que algunas de
sus fotografías son superiores al mito del mundo de la fotografía. Y yo sin
saberlo hasta hace muy poco a pesar del conocimiento que tuve de él, sus cartas
y sus dibujos.
Si
sabía que le gustaba mucho a Anzola la fotografía. La que está mi aita en el
Gorbea como comisario del batallón Larrazabal la había sacado él. Había visto
sus pies de foto en la revista Gudari creada en la guerra por Lauaxeta y sabía
que su hijo Iker había donado esa magnífica colección a la Fundación Sabino Arana
que ojalá pronto nos obsequie con una muestra de un material espléndido e
inédito.
José
Mari era uno de esos jelkides de los de llamarle a Sabino el Maestro y no tolerar nada
que empañara su legado. Pero no sabía lo que nos contó Mauro sobre su competencia
que es profesor de la materia, en relación a su calidad artística.
Nuestras
familias vivieron en Caracas en edificios vecinos de la Avenida Libertador. Ellos
en el Bella Vista y nosotros en el Clara, donde en la planta baja vivía uno de los grandes
desconocidos y servidores de la causa vasca como Sabin Barrena, gudari y
miembro de la célula de Madrid, por lo que estuvo encarcelado en Soria y de los
Servicios. Vivía con su esposa la tolosarra Tere Urkiola y su hija Izaskun. Imagínense
las tertulias de aquellos tres.
Hace un
tiempo Iban Gorriti me preguntó si conocía a la familia Anzola. Gorriti es una
aspiradora de datos históricos con los que escribe crónicas para Deia
extraordinarias y que casi justifican un periódico nacido en 1977 por los
vencidos de una guerra que querían hablar del futuro pero también de un pasado
silenciado. Y de ahí surgió, gracias a los buenos oficios de mucha gente la
exposición de Durango que cuenta, en lugar destacado, incluso con la máquina de
fotos de Anzola.
El acto fue de los de
contar por lo que nos dijo Mari, la esposa del hijo Iker Anzola que fue con su
hermana Zuriñe y su hijo. El matrimonio de Iker y Mari tiene cinco hijos que
estuvieron escuchando las palabras de los intervinientes, la directora del
Museo, Garazi Arrizabalaga, Iban Gorriti, Mauro Saravia e Iker a través de los móviles. Una
vive en Alaska, otra en Nebraska, otro en Houston, una cuarta en Madrid y
Zuriñe, ciega, que estuvo presente. Zuriñe pasó todo el programa al sistema
Braille con lo que esta muestra es extraordinaria por muchas razones, entre
ellas por ésta. Si su padre y abuelo hubiera visto la escena, fliparía a
colores ante el avance habido en estos años desde cuando a él le enamoró
trabajar con una cámara para dejar constancia de lo que vivía y veía, entre otras
tragedias, las del bombardeo de Durango cuyas fotografías tienen gran fuerza.
La
asistencia institucional fue representativa. Begoña de Ibarra Directora de
Cultura de la Diputación, la alcaldesa
de Durango Inma Garrastatxu y Ane Abanzabalegi, el teniente alcalde Julián
Ríos, tres concejalas del EAJ-PNV con Mireia Elkoroiribe, ganadora de las
elecciones municipales, y Josune Escota y Ainhoa Ortueta, la portavoz del PSE, Jessica
Ruiz y suficientes medios aunque ETB no
sacó ni un segundo. Veremos si en Semana Santa nos informan de algo, pues material
tienen.
Anzola
fue comandante del batallón Malato, refugiado en Iparralde, trabajó en los Servicios de información del Gobierno Vasco, coordinó los refugios del
primer exilio y falleció en Caracas
suspirando por su Patria. Su hijo Iker me comentó que nunca comió alimento
venezolano.
A los
que les guste la historia de su pueblo les recomiendo esta exposición. Además de
admirar el Museo que vale la pena, verán unas magníficas fotografías y el buen
trabajo de Gorriti y Saravia que ojalá se mueva por otros lugares.
Franco se murió en la
cama en noviembre de 1975. Tras él dejó un reguero de cadáveres, no solo los
propios de la guerra sino los asesinados bajo su régimen. No era el dictador
amable que ahora pretenden presentarnos el PP. Era un asesino. Un asqueroso y
frío asesino.
La transición española ha sido un fraude. Y la ley de amnistía de 1977 una
ley de punto y final, no admitida ni en Argentina, ni en Uruguay, ni en Chile.
Mucho menos en Alemania con el juicio de Nuremberg. Aquí Franco lo dejó todo
“atado y bien atado”. Su sucesor y los hijos de su sucesor son abrazados por
esta democracia anestesiada.
Por eso aquí hay que recordar las cosas.
Ni Suárez, ni Calvo Sotelo, ni González, ni Aznar abordaron el tema. Se
limitaron a echar «colonia sobre la mierda» como diría Urtain. Solo
Zapatero, por presión de ERC, abordó el asunto y aprobó una corta ley de
Memoria Histórica, treinta y dos años después de la muerte del dictador. No es
para echar cohetes ni para ponerla de ejemplo como pretenden algunos con objeto
de enseñarla ahora en Túnez y en Egipto.
El 10 de diciembre de 2.007 se aprobó esa ley. “Una chapuza y un ataque a
la transición” como diría el PP. EI texto reconoce a todas las víctimas de la
guerra civily de la dictadura, declara ilegítimos a los
tribunales franquistas y sus sentencias, pero no las anula y obliga a los
ayuntamientos a retirar los signos franquistas de sus calles. El estado se
compromete a «ayudar» en la apertura de las fosas comunes, pero no se hace cargo
de ellas. Una corta ley, treinta y dos años después.
Y a tragar. Y a callar. Y a olvidar. Pero a mí, no me da la gana. Yo quiero
recordar hoy lo que ocurrió en Bilbao hace cincuenta años. Y que es todo un
ejemplo del silencio de cinco décadas. Cincuenta años que nadie ha recordado.
El 27 de marzo de 1961, inspectores del Cuerpo General de Policía, junto a
guardias civiles y números de la Policía Armada, se apostaron frente a la
gasolinera de la cuesta de Miraflores en Bolueta, a la entrada de Bilbao. Los
miembros de los cuerpos de seguridad del estado franquista, después de efectuar
el ametrallamiento, abandonaron parsimoniosamente el lugar, convencidos de que
acababan de disparar sobre Julen Madariaga, José Mari Benito del Valle y Manu
Agirre. En el interior del vehículo Javier Batarrita, de 33 años, había
fallecido. José A. Ballesteros, el segundo ocupante del coche, se debatiría
durante varias semanas entre la vida y la muerte, y un tercer ocupante
resultaría ileso. Tuvieron que ser trasladados por los vecinos de la zona.
A las 9:48 (de la noche) exactamente, se notó una oleada de nerviosismo en
el instante en que un automóvil Peugeot 403, descapotable, de color claro, se
acerca a unos 50 kms/h al puesto de gasolina. Un guardia civil detuvo el coche
y apuntando al conductor con su metralleta, le ordenó que estacionara en la
esquina. El conductor, alarmado, obedeció, sacó la mano, detuvo el automóvil y
abrió la portezuela para averiguar qué pasaba. Sonó un disparo y luego se
sintió el traqueteo de metralletas mezclado con disparos de fusil y pistola.
Los disparos continuaron con furor unos segundos. El conductor cayó como un
fardo. De su boca salió un chorro de sangre que se mezcló con los restos de
aceite de la carretera y dejó una gran mancha de color parduzco.
Javier Batarrita, el fallecido, llegaba a Bilbao, desde Gasteiz, después de
una jornada de trabajo en la que había procedido a la liquidación de una firma
comercial. Batarrita y sus dos acompañantes -Ballesteros y Larizgoitia- eran
directivos de la empresa de motocicletas Lube. Batarrita tenía nueve balazos en
la cabeza y cuarenta en el cuerpo. Los disparos fueron hechos a quemarropa.
Al día siguiente, Ibáñez Freire, a la sazón gobernador de Bizkaia,
alumbraba una nota en la que se anunciaba la versión oficial:
“Las fuerzas de policía habían recibido una notificación de Vitoria
comunicando que un vehículo con idénticas características al del Sr. Batarrita
llevaba a tres terroristas armados. Por error de vehículo, se ha escapado un
disparo y hay que lamentar un muerto y un herido grave”. Esa fue toda la
explicación.
Las fuerzas “de orden” franquistas los habían ametrallado, en la convicción
de que eran tres miembros de ETA —que todavía no había perpetrado acciones
violentas reivindicadas- quienes se encontraban en su interior. Abandonaron el
lugar (sólo volvieron a él cuando era evidente la equivocación y para borrar
las huellas) sin preocuparse por el estado de las víctimas. Incluso Ballesteros
–el herido grave que quedaría paralítico de por vida, ya que una bala se le
alojó en la espina dorsal, fue recogido por los vecinos e ingresado de forma
clandestina en un hospital, bajo nombre falso, para ocultar su probable
identidad de resistente, que a la postre no iba a existir.
La viuda se enteró del tiroteo en el transcurso de una procesión en la
Calle San Francisco, y por versión de una vecina. Acudió al Hospital de
Basurto, tomado por más de treinta policías, donde no le informaron sobre lo
ocurrido ni del estado de su marido, y ni mucho menos que estaba muerto. La ya
viuda reaccionó llamando asesinos a los guardias siendo trasladada detenida a
la Comisaría de Policía de Indautxu.
Solamente se permitió publicar una esquela a la familia, pero no a los
amigos o allegados. Se censuró toda referencia que aludiera no ya a asesinato,
sino a tiroteo, violencia, etc… Solamente se permitió aludir a » un accidente».
Sucedió catorce años antes de la muerte del dictador.
La prensa solamente se pudo hacer eco, en la página 13 y en la sección de
Deportes de una breve nota.
El entierro y funerales fueron verdaderas manifestaciones de dolor y
adhesión. Batarrita, por su vinculación con el ciclismo y motorista de
profesión, era muy conocido y apreciado.
El obispo Gurpide, por presión del clero, se vió obligado, una semana después
de los hechos, a enviar a la viuda una escueta carta de condolencia,
recomendando perdón y resignación.
La inscripción del fallecimiento, en el Registro, se hizo «de oficio» por
el juzgado eventual militar.
El juicio que se siguió contra los policías, terminó en la Audiencia de
Bilbao, con absolución a los causantes del asesinato, por haber apreciado el
tribunal la eximente completa de responsabilidad motivada por actos fundados en
“la obediencia debida». Años después se supo por manifestaciones de un allegado
del entonces presidente del tribunal, de «la tremenda desazón que produjo al
juez, y el serio cargo de conciencia» al haberse sometido a las presiones
gubernativas y admitir la mencionada eximente completa.
Los policías fueron trasladados de Bilbao, con aumento de sueldo y escala.
Cincuenta años después, la viuda y su hijo, viven. ¿Fueron y son víctimas del
terrorismo?. Aquel terrible hecho que convulsionó a Bizkaia, no tuvo sanción. Y
como éste caso, muchos. Además de las víctimas de ETA, ha habido cientos de
víctimas que no hemos sabido atender. La democracia tiene una deuda con
ellas.
Ese asesinato demostró la virulencia del régimen ante un algo desconocido
que nacía en aquellos años sesenta que el régimen estuvo dispuesto a aplastar
desde su semilla. “Matadlos” fue la orden.
El jueves 31 de marzo se aprobó por unanimidad un texto que contempla estos
asesinatos de motivación política. Adolescentes asesinados por cantar en
euskera, jóvenes violadas por policías, extranjeros muertos a tiros en un
control de carreteras, obreros que se manifestaban en la calle, torturados en
comisaría… a tanta gente cuyo único nexo en común fue haber muerto a
manos de cuerpos policiales, o parapoliciales. Y esto se hace treinta y seis
años después de muerto el dictador y, con las víctimas de aquellas tragedias en
plena ancianidad o ya fallecidas.
Ojalá esta ley aborde esta inmensa injusticia histórica hacia los más
olvidados. Un texto que exige la prestación de ayudas económicas para estas
personas, la creación de una ventanilla de atención y una comparecencia del
ejecutivo en cada período de sesiones para dar cuenta de los avances que se
produzcan. UPyD votó en contra.
El Parlamento Vasco con su acuerdo unánime abordaba por primera vez esta
asignatura pendiente, porque aquí, cuando se habla de víctimas solo se habla de
las de ETA, nunca de las del Gal, ni de estos abusos policiales, hoy olvidados
por todos, menos por sus familias. Algo terrible. Batarrita era nieto de un
concejal nacionalista del PNV en tiempos de la República, pero fue asesinado
porque le confundieron con un algo naciente en aquel año sesenta y uno. Y nadie
les ha pedido perdón.
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