¿Plurinacionalidad?. Así somos

IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA (*)

Jueves 7 de septiembre de 2023

Es dudoso que el sistema autonómico refleje verdaderamente la naturaleza del país. Una cosa es descentralizar competencias y otra reconocer que en España conviven comunidades con sentimientos diferentes.

Los resultados de las elecciones del 23-J vuelven a situar los asuntos territoriales en el centro del debate político.

Puesto que sin el apoyo de todos los grupos nacionalistas vascos y catalanes Pedro Sánchez no conseguirá la investidura, debemos prepararnos para una legislatura con fuerte presencia de las relaciones centro-periferia (si es que no se repiten las elecciones).

Cogiendo un poco de distancia, resulta evidente que hay cuestiones más urgentes y con un mayor impacto en la vida cotidiana de la gente: la transición ecológica, la vivienda, la salud mental, la vulnerabilidad social, la educación, etcétera. Muchas personas sienten fatiga e irritación ante el protagonismo de los problemas territoriales. Lo ven como una maldición, como un castigo bíblico, que nos roba energías para abordar “lo que verdaderamente importa”.

Hay buenas razones para desesperarse: el conflicto territorial nos persigue desde hace más de un siglo, se ha manifestado desde la Restauración en todos los regímenes políticos que hemos tenido. Se trata, pues, de un problema recurrente y profundo.

Son muchos quienes piensan que, llegados a este punto, el problema no tiene arreglo. Su razonamiento viene a ser el siguiente: la Constitución de 1978 dio paso a una intensa descentralización que, sin embargo, no ha servido para zanjar el asunto.

Las autonomías gozan de numerosas competencias, se ha transferido el grueso de las políticas sociales, la sanidad y la educación, y las nacionalidades con lengua propia han podido desarrollar políticas de protección y fomento de esta. Si después de “concederles” tanto no se consideran satisfechos, concluye el escéptico, es porque el nacionalismo resulta insaciable y no queda más remedio que poner freno como sea a sus inacabables peticiones. Al fin y al cabo, los nacionalistas vascos y catalanes son minorías en España, no tienen fuerza para desestabilizar o romper el Estado, así que pueden ir olvidándose de sus reclamaciones: quien tiene la última palabra es el conjunto de los españoles. Y punto, como se dice castizamente.

Cabe otro diagnóstico: cuando un conflicto así se enquista en un país, suele deberse a un ajuste imperfecto entre las instituciones del Estado y la realidad social.

Dicho con otras palabras, las instituciones no reflejan adecuadamente la estructura social del país y, por lo tanto, la política no encuentra soluciones efectivas y duraderas a los problemas y conflictos de intereses que se plantean.

A fin de evitar un largo excurso histórico, permítanme que ilustre el asunto ciñéndome a nuestro actual periodo democrático. La represión franquista no consiguió sofocar la conciencia nacional de las regiones con lengua propia, sobre todo País Vasco y Cataluña (y, en menor medida, Galicia). En dichas regiones se han mantenido especificidades lingüísticas, políticas, fiscales y de derecho civil. En el ámbito político, la prueba más clara es la presencia de subsistemas de partidos diferenciados de los del resto de España. Estos sistemas de partidos son reflejo de una cultura política distinta, según puede verse, por ejemplo, en las dificultades que tiene Vox (representante del nacionalismo español más excluyente) para penetrar en dichos territorios. En las últimas elecciones generales, Vox no consiguió ningún diputado en Galicia y País Vasco (tampoco en Navarra) y tan solo dos en Cataluña (de los 48 diputados que se elegían en las provincias catalanas). En el resto de España, la cosa fue bien distinta, obteniendo Vox en torno a un 15% del voto en casi todas las demás comunidades autónomas. Hay otros aspectos en los que también se detecta la diferencia de cultura política: por ejemplo, en el rechazo masivo a la monarquía en Cataluña y País Vasco.

Aunque se ha producido una profunda descentralización administrativa, es dudoso que el sistema autonómico español refleje verdaderamente la naturaleza del país, su carácter plurinacional. Una cosa es descentralizar decisiones y competencias y otra reconocer que en España conviven comunidades con sentimientos nacionales diferentes. Me da la impresión de que hemos estado dispuestos a descentralizar considerablemente con tal de no tener que reconocer la plurinacionalidad constitutiva de España. Incluso el modelo federal se enarbola en ocasiones para evitar dicho reconocimiento.

La idea de nación es confusa y discutible (como ya dijo Zapatero, para escándalo de muchos, en 2004). Se ha escrito muchísimo al respecto. Una nación o nacionalidad suele caracterizarse mínimamente por tres elementos: una identidad de pertenencia común, unas obligaciones de apoyo y solidaridad para con los nacionales de la misma comunidad y una aspiración de autogobierno. A esto suele añadirse una cierta tradición histórica y una base territorial, aunque estos otros dos elementos no son estrictamente necesarios. Desde un punto de vista descriptivo, no creo que sea muy arriesgado afirmar que existe una nación española y al menos también unas naciones vasca y catalana. Tienen distinto alcance y no son excluyentes por necesidad; puede haber, desde luego, identidades nacionales solapadas.

Depende en última instancia de la sociedad española si se sacan consecuencias políticas de esta cuestión de hecho, la plurinacionalidad, o se continúa con la ficción de la nación única. Históricamente, ha habido una falta de reconocimiento político o, en el mejor de los casos, un reconocimiento indirecto y vergonzante de la realidad plurinacional española. Nuestra Constitución distinguió entre regiones y nacionalidades, pero los partidos dominantes y el Tribunal Constitucional prefirieron no hurgar mucho en este punto, optando por el “café para todos”. El resultado ha sido una inestabilidad constante en el modelo territorial, con varias crisis graves. En lo que va de siglo, hemos experimentado dos momentos complicados, primero con el plan Ibarretxe y después con el procés catalán.

En ambos casos se ha planteado con toda su crudeza un conflicto sobre la composición del demos (el pueblo), es decir, un conflicto en torno a la pertenencia a la comunidad y su proyecto de vida política en común. Los independentistas, por razones diversas que sería muy complejo resumir aquí, no querían seguir formando parte del demos español. Eso no es un crimen ni una traición, ni es fruto de un odio generalizado a España, sino, más bien, un reflejo de que no hemos conseguido establecer un diseño institucional y político que desactive las demandas de independencia y ruptura de la nación española, es decir, un diseño integrador que permita la convivencia entre sentimientos nacionales diversos.

La plurinacionalidad exige políticas de reconocimiento (como el uso de lenguas cooficiales en el Congreso), pero también una participación efectiva en la toma de decisiones y en las instituciones del Estado (incluyendo el Tribunal Constitucional).

Exige entender que el uniformismo político y jurídico no puede funcionar cuando se aplica en un país que alberga en su seno naciones de distinta escala y ambición. El nacionalismo español ha considerado que el reconocimiento de la plurinacionalidad es la antesala de la ruptura de España: pide firmeza ante la reivindicación nacional de vascos y catalanes, sin entender que dicha reivindicación ha sido en muchos momentos resultado de la resistencia al reconocimiento de la plurinacionalidad.

Aunque el país está profundamente dividido sobre este particular, los resultados electorales han querido que no nos quede más remedio que abordar este asunto difícil. Un asunto que, para bien o para mal, no va a desaparecer por mucho que miremos a otro lado o endurezcamos la ley. Por azares de la historia, se abre una oportunidad para que nos reconciliemos con el tipo de sociedad que realmente constituimos.

No hemos conseguido establecer un diseño político e institucional que desactive las demandas de independencia

(*) Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid. 

Como a Rubiales, al Presidente de la Federación de futbol bizkaina, hay que mandarlo a casa

Martes 5 de septiembre de 2023

A propósito de la impresentable actuación del presidente de la Federación Española de Fútbol Luis Rubiales, que no va a ser, esperemos, sino el triste colofón a un mandato de cinco años lleno de abusos, turbios manejos y enfrentamiento con todo el mundo, conviene recordar a quienes han colaborado con él, y no precisamente a cambio de nada. Y algunos, de los “nuestros”.

En lo que al fútbol vasco respecta, no se ha entendido bien que el presidente de la federación vasca, señor Landeta, no diera la cara en la vergonzosa asamblea en la que Rubiales subió a los altares de la ignominia. El presidente de la vasca ha sido demasiado contemplativo y condescendiente con el sátrapa granadino, especialmente en lo que hace referencia a las selecciones vascas, tema en el que, tras defender con boca pequeña la oficialidad internacional solicitada en el mandato de su antecesor Elustondo, nada ha hecho, y por el contrario, ha metido en un cajón sin fondo, renunciando a defenderla en las instancias correspondientes. Para más inri, se ha plegado a limitar los partidos de la Euskal Selekzioa en fechas FIFA. De hecho, en su mandato, Landeta no ha sido todavía capaz de programar ni un solo partido de la selección masculina. No tenemos ni seleccionador, ni siquiera ropa oficial. Un desastre.

Pero el papel más lamentable lo viene ejerciendo el señor Gómez Mardones, presidente sempiterno de la Federación Bizkaina de Fútbol. Como el propio Elustondo denunció, Mardones apoyó la candidatura de Rubiales a cambio de una jugosa remuneración de 90.000 euros, renunciando incluso a la jubilación. Nadie sabe exactamente cuáles son sus labores en la directiva de la RFEF para tal sueldo de ejecutivo, y la asamblea de la federación bizkaina ni aprobó en su día esa asignación de la española para “profesionalización”, que no tenía que ser necesariamente para la nómina de Gómez Mardones. Lo que todo el mundo sí conoce es que Mardones ha sido un enemigo acérrimo de la oficialidad de nuestras selecciones, por resultar contraria a sus intereses personales, coincidentes con los de la federación española y de Rubiales, a los que ha servido. Y no hay que olvidar que como miembro nato de la directiva de la federación vasca está obligado a defender sus acuerdos, y no a socavarlos ni a boicotearlos como ha hecho.

El inmoral Rubiales pretendió nada menos que destituir y humillar a Elustondo por promover éste la oficialidad, cuando la solicitud fue aprobada por unanimidad en una asamblea de la federación vasca que intentó boicotear sin éxito Mardones. Ni hacer ni dejar hacer. Y con cinismo.

 Mardones hizo la vida imposible a Elustondo y a anteriores presidentes de la federación vasca de fútbol, simplemente por el hecho de intentar éstos ejercer su puesto, porque le sobra una federación de ámbito vasco y, cómo no, la mera idea de la oficialidad. Y lo sangrante es que Mardones haya sido apoyado por las instituciones de Bizkaia, e incluso desde algún responsable de partido que increíblemente no le han llamado a capítulo por su labor de zapa continua contra una oficialidad internacional deportiva que en público todos dicen defender.

Ya es hora de que este señor abandone un cargo que monopoliza durante décadas de enchufes y clientelismos. Con la marcha de Rubiales, estaría bien que se renovaran también quienes le han dado cobertura y se han beneficiado con él, actuando en el caso de Mardones en contra de los intereses del fútbol vasco que está obligado a defender. Y es que tenemos al enemigo en casa, callado, pero cobrando.

Material para el Museo del Cinturón de Hierro

Lunes 4 de septiembre de 2023

Estoy en la foto con Aitor Miñambres, director del Museo del Cinturón de Hierro que en breve será ampliado en Berango, localidad que está haciendo un invalorable trabajo y que se está convirtiendo en toda una referencia. Esta población sirvió de refugio a parte de la familia del Lehendakari Urkullu, dato que le hace tener hacia ellos una especial estimación.

El museo es una joyita.Tiene que conocerlo.

Tenemos en la mano el dibujo que un afiliado nos hizo en los años setenta para recordar y organizar el Gudari Eguna. Además de este original le he entregado dos cintas grabadas al jefe de la Marina, después de Joaquín Eguia, el mutrikoarra José Mari Burgaña. Nos contó en el Centro Vasco de Caracas todo lo que hicieron y su increible viaje trasatlántico en dos botecitos, el Donibane y la Bigarrena. También cosas militares de mi paso por la Comisión de Defensa de las Cortes y publicaciones, con fotos inéditas de la guerra civil.

Me informó que trabaja en la piedra miliar que pone los 45 kms que  los militares sublevados tardaron en recorrer tres meses ante la resistencia de los gudaris. Es un museo que merece la pena no sólo conocerlo sino donar material familiar de nuestros padres y aitites. En ningún lugar  mejor que en este Museo para ser guardados y no desaparezcan. No os arrepentiréis.