Se olvidan de Samaranch y de la enfermedad de España

Martes 10 de septiembre de 2013

Cuando nos pidieron apoyar una iniciativa conjunta para lograr la candidatura olímpica 978.13de Madrid, lo hicimos. Eso sí, sin gran entusiasmo porque el estado español ya había tenido en Barcelona en 1992 su olimpiada y nos preguntábamos por qué diablos había que volver a apostar por una nueva fiesta de fuegos artificiales con ese criterio de economía no productiva como la de Eurovegas.

Pero Madrid era Madrid y necesitaba urgentemente unas Olimpiadas para superar el orgullo herido del éxito de Barcelona. Lo necesitaba para pagar deudas, lo necesitaba para su Marca España, lo necesitaba para pasar página con el príncipe, de los errores de su padre y cuñado, si errores puede llamársele a la mangancia y porque Rajoy quería tener un éxito que tapara el caso Bárcenas. Porque en verdad España no necesitaba unas olimpíadas y menos Madrid.

Como se ha dicho España es un país enfermo. Enfermo económico, enfermo social, enfermo de corrupción, enfermo de identidad y ésto no se arregla con fuegos artificiales. Pero el Madrid político siempre tan superficial y tan imperial necesitaba vitalmente esa fiesta de dos semanas y por ello se ha presentado tres veces y ha perdido las tres porque una cosa es como te ves tú a ti mismo y otra como te ven los demás. Y la candidatura de Tokio era más sólida, más novedosa, más solvente y porque ahora le tocaba de nuevo a Asia, como en la siguiente le tocará a Europa.

Los malos perdedores españoles que han demostrado ser poco olímpicos y deportivos, han acusado al COI de ser una reunión de carcamales podridos de dinero y comprados por el oro de Japón. Si hubieran ganado no hubieran dicho ésto. Pero han perdido y supuran ferozmente por una herida que olvida que al frente del COI estuvo décadas un fascista como Juan Antonio Samaranch. Un tipo indeseable, marrullero, sin principios, un carcamal maniobrero que cuando exclamó aquello de “¡Barcelona!» nadie dijo nada. Y ahí le tenemos a su hijo, como si ésto fuera una monarquía siguiendo enredando y siguiendo metiendo la pata y recordándonos que su padre fue uno de esos arribistas sin principios que lo mismo se servía de la dictadura que de la democracia.

El caso era, y ese era el objetivo principal, tapar las carencias políticas y económicas internas, con el “pan y toros” del momento y hacer creer al mundo que Madrid es la excelencia de las excelencias del buen hacer y elevar la “marca España” al primer puesto de la escala de valores estatales, y que esto fuera conocido en todo el mundo. Ya lo hicieron con el mundial de fútbol, que era exhibido como tarjeta de presentación viniera al caso o no y fuera el espacio internacional al que se acudía.

¿Alguien entendería que se gastasen 6.000 millones en un evento de esta clase cuando sus investigadores y trabajadores más cualificados tienen que salir de su país por no tener futuro a causa de los recortes presupuestarios? ¿O que las universidades pierdan la mitad de sus alumnos porque no pueden asumir el precio de las matrículas que impone el Ministerio? ¿O los propios atletas que no pueden entrenar y pagarse de su bolsillo los desplazamientos y material necesario para la práctica porque la subvención del Estado se ha reducido un 70%? ¿O la proliferación de bancos de alimentos, libros, etc., gracias a la solidaridad de la población con medios, ONGs, Asociaciones ciudadanas diversas o Instituciones locales (y menos mal)? ¿O la reducción de medios y personal en Sanidad y Educación, que obliga a volver a pagar a los ciudadanos unos servicios que ya debería tener pagados con sus cuotas e impuestos?

Un aspecto positivo tiene todo ésto: Nos han demostrado que su modelo económico, el Capitalismo salvaje y la especulación como sistema, es un modelo a superar y claramente perjudicial para las clases populares. Y sobre todo que como gestores, son pésimos y los más torpes del mundo. Salud y República, dice hoy en Madrid la gente inteligente.

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