Martes 24 de marzo de 2015
Este miércoles se resolverá, por fin, el mayor dilema de los últimos tiempos: cuál será la sede en la que el Athletic y el Barcelona disputarán la final del campeonato de fútbol denominado Copa del Rey. Más allá del importante logro deportivo obtenido por el equipo de mis amores, se han vertido muchas opiniones al respecto del escenario para llevar a cabo tan magno evento. No todas coherentes, algunas poco reflexionadas y, por lo general, interesadamente argumentadas; tanto por quienes proponen que la final se celebre en el estadio Santiago Bernabeu como por quienes se niegan en redondo a ello.
Hay quien poco menos que exige que el Real Madrid deba dejar su campo para esa final cuando hace unos meses ponía el grito en el cielo porque se propuso a San Mames como sede para la cita; algunos han propuesto que se juegue la final en un país ajeno al del rey que da nombre a la competición; y otros –y otras- han pedido su suspensión debido a los posibles incidentes que se podrían dar en su desarrollo. Por cierto, ¿se imaginan desalojar a 50.000 o 80.000 personas que se han desplazado desde sus domicilios, con gastos de viaje, hotel, tal vez días de permiso en el trabajo y, lo que no es menor, con algún que otro trago de más?
Todos ellos tienen como denominador común el potencial peligro de exhibir menosprecio a símbolos patrios como son el rey de España y su himno, a quienes probablemente pitarán los seguidores de Athletic y Barça al no sentirlos como suyos.
Es por ello que, siguiendo con el mismo rigor y seriedad de los anteriormente citados argumentos (es decir, ninguno), me atrevo yo también a elevar mi propuesta para tratar de solucionar ambos entuertos; el de la sede para el partido y el del respeto a los símbolos patrios. Y para ello, propongo que los dirigentes tomen como ejemplo a un país que satisfará sus pretensiones en ambos aspectos: La República Popular Democrática de Corea.
En Corea del Norte se encuentra el estadio más grande del mundo, el Reungrado Primero de Mayo, con capacidad para 150.000 personas. Está en Pyongyang, en su capital, por lo que, extrapolado al Estado español, podría ser Madrid quien acogiera este macroestadio nacional. Sé que es un dispendio económico sin parangón en este país (entiéndase de nuevo la ironía), pero así se evitaría que un club pueda negarse a ceder el estadio de su propiedad, aunque este hubiera sido remozado tras la guerra civil “con el dinero de los españoles”, como afirma Carles Torras acerca del Santiago Bernabeu en su reportaje ‘Leyenda Negra de la gloria blanca’, en el que asegura que “existen documentos que avalan que fue creado con dinero público”.
En lo que respecta a los pitos y a la falta de respeto al himno español, también el ejemplo de la Corea de Iparralde podría resultar valido. Allí, todos adoran y vitorean a Kim Jong Un, casi como nos exigen que hagamos desde las altas instancias españolas a unos simples seguidores del llamado deporte rey (¡qué ironía!). No quisiera llamar a los seguidores rojiblancos y azulgranas (rojiverdiblancos y cuatribarrados) a vitorear a Felipe VI, pero seguro que resultaría jocoso acompañar el animoso chunta-chunta con una amplia sonrisa y ondeando cada uno su correspondiente bandera… de Corea del Norte.
Propuestas a la final de la Copa
Qué copa?