UN TRABAJO IMPRESCINDIBLE E IMPRESIONANTE PARA DEFENDER EL CONCIERTO (PEDRO LUIS URIARTE)

Viernes 20 de noviembre de 2015

PLUriarteLo ha preparado con mimo y sistema durante dos años. Tenía la experiencia de haber presidido la Comisión Negociadora por parte del Gobierno Vasco cuando tuvo que negociar en 1980 la devolución del Concierto Económico para Gipuzkoa y Bizkaia. Está jubilado, no inactivo, y este ha sido su gran legado a una sociedad que como ha descrito «está dormida». Y su disertación didáctica, irónica, muy trabajada y pensada nos ha tenido de nueve a once, pegados a la silla en el piso 7º de la Biblioteca de la Universidad de Deusto, moviéndose de un lado a otro, con buen sonido y un pen drive ilustrativo.

La audiencia, unas quinientas personas, no era la habitual. Profesores, empresarios, financieros, políticos de todas las tendencias, protagonistas del día a día, gente a la que le importa Euzkadi. Y todos han quedado con la boca abierta.

Le agradecí recordara lo que escribí en su día por algo que nos dijo Adolfo Suarez a Benegas y a mí para que lo contáramos. Y Uriarte lo ha contado: «Solo cuando estuve decidido a dimitir abordé la devolución del Concierto Económico».

Tuvimos que salir escopeteados ya que a las doce se congregaban en distintos sitios las pequeñas manifestaciones de apoyo a las víctimas y de repudio a lo que ocurrió el viernes en París. Lo presentará asimismo en Donosti y en Gasteiz.

Con el Pen Drive nos ha hecho entrega de un folleto donde explica cómo y por qué lo ha hecho.

A manera de prólogo ha dicho lo siguiente:

DIBUJANDO EL CAMINO

1.- A MODO DE PRÓLOGO: CUMPLIENDO CON UN PROPÓSITO VITAL

Nunca he escrito un libro. Empezamos con una mala noticia, pero es así. Es cierto que he redactado cientos de conferencias (no es exageración). También he publicado numerosos artículos en prensa y he aceptado presentar distintas obras, sin duda variopintas: mi firma figura al inicio de una autobiografía, de un libro de arte, de diversos tratados sobre materias económicas y de gestión empresarial (uno de ellos traducido nada menos que a doce idiomas), e incluso ¡de un innovador tratado sobre alta cocina!

También me he atrevido a hacer otros «pinitos» literarios, que se han quedado en el cómodo grado de tentativa. Aquí sitúo mis reflexiones sobre el gobierno, la dirección y la transformación de la empresa, como respuesta al espectacular y transcendental cambio mundial. A ellas se añaden, varios cuentos y poesías -lo confieso con rubor, de no mucha valía- y el impulso de publicar un par de novelas. Sus primeras páginas duermen hoy en un cajón -recordadas, eso sí-pero sin que hayan visto la luz… ni creo que lo hagan, a pesar de que su trama me ronda, de ciento en viento, por la cabeza.

Tampoco me he aplicado a componer el libro de mis memorias que muchos amigos -algunos amables, otros impetuosos y los más interesados- me animan a escribir. Como conocen parte de los muy diversos episodios de mi ya larga vida -varios sorprendentes, otros ilustrativos de determinadas realidades humanas, unas encomiables y otras deleznables- y tienen una cierta idea de las personalidades con las que he tenido la suerte de codearme (o la desgracia, en algunos casos), consideran que serían interesantes e incluso provechosas. Sobre todo, si se añade a todo lo anterior el morbo que aportarían ciertas zancadillas que me ha puesto el Destino.

Pero, aun aceptando que pueda tener bastante que contar, nunca he querido hacerlo. Me he venido escudando en la manida falta de tiempo, acompañada -no lo oculto- de una incómoda sensación de hastío, para no tener que volver a recordar algunos de los acontecimientos que he padecido. También he pensado que me gusta más intuir que recordar, porque siempre he confiado en que lo que vendrá será mejor que lo que ya quedó atrás.

Muchos proyectos, cientos de páginas, pero mi nombre no ha aparecido nunca como orgulloso autor de una publicación, y mucho menos de una obra de este propósito y calado. Un verdadero «divertimento»: analizar el Concierto Económico vasco desde todos los prismas posibles y atreverme a ofrecer una visión personal. Pues bien, a pesar de que la tarea va a resultar titánica, me he decidido a romper ese dilatado y persistente tabú. Confío en haber acertado con el comienzo, aunque ha habido días que he compartido inquietudes con aquel a quien recordaba Forges en la viñeta que figura a continuación:

Comic Pedro Luis modificado

Para no parecer un vulgar imitador, no he empezado este libro proclamando aquello de «En un lugar de la Euskadi, de cuyo nombre no quiero acordarme…». Asimismo, he conseguido vencer otra fuerte tentación. Como en 2015 se ha cumplido el primer centenario de la publicación de «La Metamorfosis», de Franz Kafka, ha habido momentos en que me seducía comenzar con un cañonazo, como el de las veintiún palabras con que se abre esa singular historia («Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un insecto monstruoso»). Al fin, pensé que lo mejor era ponerme a escribir proclamando mi verdad: Nunca he escrito un libro…

Tras superar tan compleja decisión, conseguí lanzarme a la piscina y olvidarme al menos de una de mis frustraciones. Porque, por fin, voy a poder cumplir en toda su dimensión con el conocido «manirá de la triple semilla».

¿Quién no ha escuchado y leído que antes de morir parece cuasi obligado «escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo»? Tras exhalar un profundo suspiro de alivio, constato que he hecho realidad nada menos que dos tercios de esos propósitos vitales. Ante todo, estoy orgulloso de los tres hijos que figuran en los obligados «Eskerrak ematea-Agradecimientos» con los que se abre esta obra. Además, he plantado también algún árbol, que incluso ha logrado enraizarse, resistiendo y sobreviviendo a mi falta de atención y cuidado. Y, por fin, he escrito y publicado un libro. ¡Éste!

Con la agradable sensación que te embarga cuando puedes decirte a ti mismo eso de «¡misión cumplida!» y con la conciencia de haber colmado el triple propósito que justifica una vida, voy a dar un paso más. Quiero romper con el veto auto impuesto al que me refería más arriba. Porque esta obra -que contendrá, entre otros muchos puntos, interesantes vivencias y recuerdos personales de unos intensos años del discurrir de mi vida- será un trasunto de mini-memorias. Vamos a ver si con ello los amigos que antes citaba quedan conformes.

¿Tendrá interés este libro? ¿Valdrá para algo el esfuerzo? ¿Cómo será acogido? ¿Se recibirá bien o me ocurrirá como al pobre Saturnio F. en la presentación de su primera obra?

Esas y otras muchas interesantes preguntas me rondaban la cabeza cuando escribí sus últimas líneas. Y es que no podía dejar de recordar un inteligente artículo del destacado filósofo Xavier Antich, profesor de Ideas Estéticas de la Universidad de Girona, que leí hace algún tiempo.

Comenzaba señalando este intelectual, con singular rotundidad, lo que calificaba como «un secreto que no conoce todo el mundo»\ Y desde luego no conocía ese enigma. Él lo enunciaba de una forma que me estimuló, pero también me preocupó: «un libro puede cambiar la vida». Y para aumentar mi desasosiego, añadía que el gran poeta Luis Cernuda dirigía, con su habitual claridad, una advertencia a todos los lectores: ‘Vos únicos libros que merece la pena leer son aquellos después de cuya lectura ya no somos los mismos».

¿Cambiará este libro la vida de mis lectores o lectoras? ¿Serán «los mismos» después de leerlo? Quizá debería haber puesto la frase de Cernuda al inicio de este capítulo. Pero no me he atrevido. Porque plantea esas dos difíciles cuestiones para las que todavía no tengo respuesta. Sin embargo, puedo afirmar con rotundidad que, aunque no lo logre con los que se sumerjan en ella, esta obra ha cambiado la vida de su autor. ¡Mucho!

Y, además, la ha consumido. Porque he tenido que dedicarle muchísimas horas. Con ello, la conclusión es obvia: ha llegado el momento de publicarla. Porque de seguir mucho más con ella -hora tras hora, día tras día- tendría que empezar a leer «Cómo se hace una novela», para aprender de mi paisano Miguel de Unamuno, un vasco agónico, y así, cambiar de orientación a las páginas que siguen. O, peor aún, tratar de reavivar mis dormidas capacidades poéticas y ver si logro componer para el epílogo de un autor agotado, algo tan apropiado como los versos, extraídos de su poema «Salmo XIII», que él empleó para el suyo propio:

«Méteme, Señor, en tu pecho,

misterioso hogar,

pues vengo desecho,

del duro bregar».

Dejando de lado tan fúnebres pensamientos, siempre me queda el consuelo de lo que proclamaba el genial novelista americano Edgar Allan Poe, cuando señalaba a la literatura como «la más noble de las profesiones. De hecho, es casi la única que realmente corresponde a un hombre».

¡Quién me lo iba a decir! No solo he cumplido mi tercer propósito vital sino que he logrado algo más: ¡he trabajado en la más patricia de las profesiones!

A eso se añade que, en el fondo de mi corazón, tengo la ingenua esperanza de que se haga realidad lo que recomendaba un conocido intelectual, crítico literario y escritor británico, Cyril Connolly. Sugería lo siguiente: los que hayan disfrutado mucho con un libro deberían enviar al autor… ¡nada menos que una propina! Pero precisaba mucho más, para evitar cualquier malentendido: «nunca menos de media corona, ni más de cien libras”.

¡Me ha parecido una idea genial la del amigo Connolly! ¿Recibiré muchas propinas de mis satisfechos lectores? No sé, no sé… La duda me embarga. Me parece que mi patrimonio no va a aumentar mucho por esa vía… Ni en libras, ni en dólares. ¿Ni siquiera en euros?

Pues aunque sea así, estoy satisfecho. Han dejado de ser ciertas las cinco palabras con que comenzaba este prólogo. Porque ahora puedo proclamar, con orgullo, que ¡he escrito un libro!

2.- PARA EMPEZAR UN PAR DE PETICIONES

Rompiendo con lo que son las convenciones establecidas desde tiempo inmemorial en la peculiar relación que surge entre un autor y sus lectores, voy a poner sobre la mesa, de frente y por derecho, una súplica: me gustaría considerar y tratar como amigos y amigas a todos y cada uno de los lectores y lectoras que quieran compartir conmigo las ideas, planteamientos, vivencias, hechos, anécdotas, criterios y opiniones que contienen las páginas que siguen.

Asumiendo la conformidad, o al menos el no rechazo a esta innovadora propuesta por tan apreciado colectivo de personas, quisiera dar un paso más, también insólito: ¿puedo pedirte que me permitas dejar de lado las formas habituales y dirigirme a ti en segunda persona? En otras palabras, ¿te puedo tutear? Voy a arriesgarme y asumir que tu contestación ha sido de nuevo benevolentemente positiva. ¡Espero que no te incomode!

Creado, así de fácil, un valioso vínculo personal -para mi imprescindible- entre tú, respetado lector o lectora, y un servidor, como autor, te pido permiso para continuar.

 

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