Domingo 11 de septiembre de 2016
El socialismo, el comunismo y el anarquismo como estables formas de Estado no han existido, existen ni existirán jamás, salvo cual fracasados experimentos efímeros o trágicos, según se trate de utopías experimentales o de la jactanciosa versión científica de Marx y Lenin.
Fui invitado por mis amigos Alfonso Molina y Trino Márquez a comentar en el Trasnocho Cultural un excelente documental producido y dirigido por Michele Calabresi. Titulado El Ocaso del Socialismo Mágico, es una interesante visión sobre la tragedia actual de Venezuela.
Aunque se refiere a la ruidosa catástrofe montada en Venezuela por ya más de 17 años, puede ser tomada también como alegoría universal del socialismo, la utopía racionalista del siglo XIX emanada en forma pretendidamente científica de aquel alemán de malas pulgas que fue Carlos Marx.
La audiencia fue masiva, las entradas se agotaron dejando a muchos en cola. Menos mal que los venezolanos sabemos de colas, aunque ésta sí merece el calificativo de “sabrosa”.
Una de las acepciones de la palabra utopía es “lo que no existe”. Resulta por eso demencial que tantos en tantos países y durante tanto tiempo hayan (“hayamos”) luchado con infinito ardor por “algo inexistente”. Sería risible si no se recordara que envueltos en los vapores de semejante fantasía cientos de miles pusieron en juego su propia piel y la de muchos otros, como un sublime acto de Salvación. Las tragedias no deben suscitar risas sino reflexiones graves o dolorosas y rectificaciones hondas.
Por respeto a sí mismo y a su oficio de cineasta, el director Calabresi no abusa de calificativos. Guarda un matemático equilibrio entre los entrevistados según respondan al oficialismo o a la disidencia; no acomoda, organiza o dispone de mala fe los argumentos de cada parte, prefiere dejar que hablen las escenas y se pronuncien los hechos, todo lo cual se revela como un testimonio radical en contra del supuesto modelo socialista-siglo XXI que ha castigado tan fieramente a Venezuela, con un saldo abrumador de cifras perversas y resultados sombríos.
Nadie pregona con más fuerza el carácter socialista del modelo, que Maduro y antes Chávez. Sus seguidores, créanlo o no, los corean quizá por razones de seguridad o de provecho personal. Y nadie cree más en la reputación socialista de Maduro que la oposición cuando condena su obra.
Mucho más del 50% de los chavistas sabe y rumia que esto no es socialismo, mientras que un porcentaje igual de la disidencia sí cree que lo sea. Aquellos tratan de salvar al socialismo desligándolo del desastre madurista y éstos de hundirlo certificando que el peor presidente desde la colonia hasta el sol de hoy es su más pura expresión.
Se equivocan ambos. El socialismo, el comunismo y el anarquismo como estables formas de Estado no han existido, existen ni existirán jamás, salvo cual fracasados experimentos efímeros o trágicos, según se trate de utopías experimentales o de la jactanciosa versión científica de Marx y Lenin.
Y como no pasaron de ser utopías inalcanzables, no puede acusarse a Maduro de poner la inmensa torta que ha puesto “porque aplica el modelo socialista siglo XXI”. No es por eso, señores, es porque repite el anacrónico intervencionismo estatal armado de controles y policías que destruyen la economía, el mercado, la libertad y la gente cual arrasadores volcanes inflamados de ardiente lava.
“Socialismo mágico”, dice el director Calabresi, quizá influido por el Realismo Mágico hispanoamericano, conforme a la acertada definición lograda hacia los años 30 por Alejo Carpentier, Asturias y nuestro Uslar Pietri, en un estimulante café parisino.
Socialismo Mágico, la “colonia Cecilia” fundada en 1890 por el anarquista Giovanni Rossi. Legalizó el amor libre y fundo un anarco-comunismo ¡autorizado por el emperador Pedro II !
Socialismo mágico, la zaga latinoamericana desde Chávez y Lula, sin nada firme a sus pies, salvo magia, retórica y derroche populista, que terminó en un insondable naufragio.
La peor de las utopías resultó ser la que paradójicamente se proclamó científica. Marx prometió que su socialismo superaría con creces la producción, productividad, y creatividad científica de los capitalistas más desarrollados, y que la burocracia estatal desaparecía gradualmente. Y el resultado fue que nunca pudo lograr ni lejanamente lo primero, y en cambio infló como nunca las dimensiones del Estado hasta que todo se derrumbó como un zigurat de piedras de dominó.
Americo Martin