Franco se murió en la cama en noviembre de 1975. Tras él dejó un reguero de cadáveres, no solo los propios de la guerra sino los asesinados bajo su régimen. No era el dictador amable que ahora pretenden presentarnos el PP. Era un asesino. Un asqueroso y frío asesino.
La transición española ha sido un fraude. Y la ley de amnistía de 1977 una ley de punto y final, no admitida ni en Argentina, ni en Uruguay, ni en Chile. Mucho menos en Alemania con el juicio de Nuremberg. Aquí Franco lo dejó todo “atado y bien atado”. Su sucesor y los hijos de su sucesor son abrazados por esta democracia anestesiada.
Por eso aquí hay que recordar las cosas.
Ni Suárez, ni Calvo Sotelo, ni González, ni Aznar abordaron el tema. Se limitaron a echar «colonia sobre la mierda» como diría Urtain. Solo Zapatero, por presión de ERC, abordó el asunto y aprobó una corta ley de Memoria Histórica, treinta y dos años después de la muerte del dictador. No es para echar cohetes ni para ponerla de ejemplo como pretenden algunos con objeto de enseñarla ahora en Túnez y en Egipto.
El 10 de diciembre de 2.007 se aprobó esa ley. “Una chapuza y un ataque a la transición” como diría el PP. EI texto reconoce a todas las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, declara ilegítimos a los tribunales franquistas y sus sentencias, pero no las anula y obliga a los ayuntamientos a retirar los signos franquistas de sus calles. El estado se compromete a «ayudar» en la apertura de las fosas comunes, pero no se hace cargo de ellas. Una corta ley, treinta y dos años después.
Y a tragar. Y a callar. Y a olvidar. Pero a mí, no me da la gana. Yo quiero recordar hoy lo que ocurrió en Bilbao hace cincuenta años. Y que es todo un ejemplo del silencio de cinco décadas. Cincuenta años que nadie ha recordado.
El 27 de marzo de 1961, inspectores del Cuerpo General de Policía, junto a guardias civiles y números de la Policía Armada, se apostaron frente a la gasolinera de la cuesta de Miraflores en Bolueta, a la entrada de Bilbao. Los miembros de los cuerpos de seguridad del estado franquista, después de efectuar el ametrallamiento, abandonaron parsimoniosamente el lugar, convencidos de que acababan de disparar sobre Julen Madariaga, José Mari Benito del Valle y Manu Agirre. En el interior del vehículo Javier Batarrita, de 33 años, había fallecido. José A. Ballesteros, el segundo ocupante del coche, se debatiría durante varias semanas entre la vida y la muerte, y un tercer ocupante resultaría ileso. Tuvieron que ser trasladados por los vecinos de la zona.
A las 9:48 (de la noche) exactamente, se notó una oleada de nerviosismo en el instante en que un automóvil Peugeot 403, descapotable, de color claro, se acerca a unos 50 kms/h al puesto de gasolina. Un guardia civil detuvo el coche y apuntando al conductor con su metralleta, le ordenó que estacionara en la esquina. El conductor, alarmado, obedeció, sacó la mano, detuvo el automóvil y abrió la portezuela para averiguar qué pasaba. Sonó un disparo y luego se sintió el traqueteo de metralletas mezclado con disparos de fusil y pistola. Los disparos continuaron con furor unos segundos. El conductor cayó como un fardo. De su boca salió un chorro de sangre que se mezcló con los restos de aceite de la carretera y dejó una gran mancha de color parduzco.
Javier Batarrita, el fallecido, llegaba a Bilbao, desde Gasteiz, después de una jornada de trabajo en la que había procedido a la liquidación de una firma comercial. Batarrita y sus dos acompañantes -Ballesteros y Larizgoitia- eran directivos de la empresa de motocicletas Lube. Batarrita tenía nueve balazos en la cabeza y cuarenta en el cuerpo. Los disparos fueron hechos a quemarropa.
Al día siguiente, Ibáñez Freire, a la sazón gobernador de Bizkaia, alumbraba una nota en la que se anunciaba la versión oficial:
“Las fuerzas de policía habían recibido una notificación de Vitoria comunicando que un vehículo con idénticas características al del Sr. Batarrita llevaba a tres terroristas armados. Por error de vehículo, se ha escapado un disparo y hay que lamentar un muerto y un herido grave”. Esa fue toda la explicación.
Las fuerzas “de orden” franquistas los habían ametrallado, en la convicción de que eran tres miembros de ETA —que todavía no había perpetrado acciones violentas reivindicadas- quienes se encontraban en su interior. Abandonaron el lugar (sólo volvieron a él cuando era evidente la equivocación y para borrar las huellas) sin preocuparse por el estado de las víctimas. Incluso Ballesteros –el herido grave que quedaría paralítico de por vida, ya que una bala se le alojó en la espina dorsal, fue recogido por los vecinos e ingresado de forma clandestina en un hospital, bajo nombre falso, para ocultar su probable identidad de resistente, que a la postre no iba a existir.
La viuda se enteró del tiroteo en el transcurso de una procesión en la Calle San Francisco, y por versión de una vecina. Acudió al Hospital de Basurto, tomado por más de treinta policías, donde no le informaron sobre lo ocurrido ni del estado de su marido, y ni mucho menos que estaba muerto. La ya viuda reaccionó llamando asesinos a los guardias siendo trasladada detenida a la Comisaría de Policía de Indautxu.
Solamente se permitió publicar una esquela a la familia, pero no a los amigos o allegados. Se censuró toda referencia que aludiera no ya a asesinato, sino a tiroteo, violencia, etc… Solamente se permitió aludir a » un accidente». Sucedió catorce años antes de la muerte del dictador.
La prensa solamente se pudo hacer eco, en la página 13 y en la sección de Deportes de una breve nota.
El entierro y funerales fueron verdaderas manifestaciones de dolor y adhesión. Batarrita, por su vinculación con el ciclismo y motorista de profesión, era muy conocido y apreciado.
El obispo Gurpide, por presión del clero, se vió obligado, una semana después de los hechos, a enviar a la viuda una escueta carta de condolencia, recomendando perdón y resignación.
La inscripción del fallecimiento, en el Registro, se hizo «de oficio» por el juzgado eventual militar.
El juicio que se siguió contra los policías, terminó en la Audiencia de Bilbao, con absolución a los causantes del asesinato, por haber apreciado el tribunal la eximente completa de responsabilidad motivada por actos fundados en “la obediencia debida». Años después se supo por manifestaciones de un allegado del entonces presidente del tribunal, de «la tremenda desazón que produjo al juez, y el serio cargo de conciencia» al haberse sometido a las presiones gubernativas y admitir la mencionada eximente completa.
Los policías fueron trasladados de Bilbao, con aumento de sueldo y escala. Cincuenta años después, la viuda y su hijo, viven. ¿Fueron y son víctimas del terrorismo?. Aquel terrible hecho que convulsionó a Bizkaia, no tuvo sanción. Y como éste caso, muchos. Además de las víctimas de ETA, ha habido cientos de víctimas que no hemos sabido atender. La democracia tiene una deuda con ellas.
Ese asesinato demostró la virulencia del régimen ante un algo desconocido que nacía en aquellos años sesenta que el régimen estuvo dispuesto a aplastar desde su semilla. “Matadlos” fue la orden.
El jueves 31 de marzo se aprobó por unanimidad un texto que contempla estos asesinatos de motivación política. Adolescentes asesinados por cantar en euskera, jóvenes violadas por policías, extranjeros muertos a tiros en un control de carreteras, obreros que se manifestaban en la calle, torturados en comisaría… a tanta gente cuyo único nexo en común fue haber muerto a manos de cuerpos policiales, o parapoliciales. Y esto se hace treinta y seis años después de muerto el dictador y, con las víctimas de aquellas tragedias en plena ancianidad o ya fallecidas.
Ojalá esta ley aborde esta inmensa injusticia histórica hacia los más olvidados. Un texto que exige la prestación de ayudas económicas para estas personas, la creación de una ventanilla de atención y una comparecencia del ejecutivo en cada período de sesiones para dar cuenta de los avances que se produzcan. UPyD votó en contra.
El Parlamento Vasco con su acuerdo unánime abordaba por primera vez esta asignatura pendiente, porque aquí, cuando se habla de víctimas solo se habla de las de ETA, nunca de las del Gal, ni de estos abusos policiales, hoy olvidados por todos, menos por sus familias. Algo terrible. Batarrita era nieto de un concejal nacionalista del PNV en tiempos de la República, pero fue asesinado porque le confundieron con un algo naciente en aquel año sesenta y uno. Y nadie les ha pedido perdón.