El Jarrón Almunia y nuestra entrevista con Arafat y Netanyahu

Sábado 9 de septiembre de 2023 

Traje de Venezuela, porque lo decía el presidente Caldera, la expresión de Jarrones Chinos referida a políticos retirados. ”Gente muy valiosa como los Jarrones Chinos, pero nadie sabe dónde ponerlos”. Y escribí un libro con ese nombre. Al parecer no conviene recordarlo. Por lo menos se admite que esos Jarrones han sido valiosos, aunque para la actual generación anterior, la de los sesentones, que toca la puerta del jarronato, no lo sean. Un Jarrón Chino tiene experiencia y puede aportar datos para no volver a cometer errores, aunque al que manda siempre le molesta que un Jarrón Chino abra la boca. Mienten cuando dicen que les gustaría se mantuvieran quietos en las estanterías, la verdad es que les preferirían en el cementerio.

Y no es tema menor. Tiene más que ver con el poder y quien lo ejerce como coto cerrado y mente no democrática, que con opiniones discordantes.

El edadismo, la falta de respeto hacia personas con defecto físico como ser bizco, tartamudo, cojo, manco, gangoso, sordo, o terriblemente gordo y viejo no solo no está bien, sino atentan contra lo mínimo que ha de tener una sociedad que es el respeto a la edad. Si quieres saber cómo es esa sociedad analiza como cuida y respeta a sus mayores, porque se es Jarrón Chino, porque se supera el séptimo piso de la década aunque se tenga la azotea lúcida y las ganas de colaborar en clave positiva a flor de piel.

Y otra cuestión más, y no menos importante, si se es afiliado se tienen los mismos derechos a la libertad de expresión y a cuestionarlo todo, dentro de un orden, que uno de 18 años. ¿De dónde viene pues esa voluntad de cercenar la libertad de expresión?. En el fondo de falta de cultura democrática, de falta de empatía, de falta de humanidad. Estoy en total desacuerdo con lo dicho por González y Guerra, pero tienen todo el derecho de decirlas. Un diputado me decía: ”A los jefes de los aparachips les cuesta admitir opiniones distintas a las suyas; se abre un debate estatal sobre la posibilidad de conceder o de lograr una amnistía y los jarrones chinos tienen que estar callados. ¡Venga ya!”.

A esa vieja guardia del PSOE la deben llamar “el PSOE de Caoba”. Estos días han sido noticia Guerra, González, Jauregui y hasta Egiguren. Sesentones y setentones y ochentones. No les gusta eso que llaman amnistía. Y le llaman a Puigdemont prófugo cuando es eurodiputado, ex presidente de la Generalitá y un exiliado. En octubre de 1977 se aprobó la Amnistía. Había un problema político de fondo y se abordó y encauzó. Fue muy injusta aquella amnistía para las víctimas de la dictadura y para dejar sin castigo a los asesinos de la misma, pero se hizo. Esa fue la causa que nos dijeron el mundo de HB para no ir a las elecciones de junio pues decían que la amnistía debía ser cuestión previa. Siempre tan finos. Aquello se aprobó y no quedó nadie en las cárceles. Arzalluz pronunció un discurso que fue considerado el mejor de aquella primera legislatura.

Este viernes ha estado en Radio Euzkadi Joaquín Almunia, entrevistado por Xabier García Ramsdem. El bilbaíno, salvo presidente del gobierno lo ha sido todo. Ministro, portavoz, secretario general, vicepresidente de la Comisión Europea y es seguidor del Athletic. Ahora es un Jarrón Chino, para los que lo saben todo.

Le sufrí como ministro de Trabajo y de Administraciones Públicas y como portavoz en el Congreso de 1994 a 1997 con los presidentes Félix Pons y Federico Trillo. En esos años tuvimos intensa relación.

Lógicamente Ramsdem le preguntó por la declaraciones de Guerra, Almunia nunca fue guerrista, y se ha remitido al artículo escrito en El País por el ex ministro de la Cuadra Salcedo. No se ha mojado mucho y ha respondido con los tópicos oficiales sin romper con el mundo de Sánchez. Ramsdem me ha dado la palabra para saludarle y he aprovechado para recordarle como fuimos en un viaje oficial invitados por el gobierno de Israel a visitar el Parlamento, Kneset, y varias instituciones. Nada más llegar a Tel Aviv, Almunia pidió que la delegación se entrevistara con Yasser Arafat que se encontraba en tierra palestina, en Gaza. Las autoridades israelíes se molestaron. Nos habían invitado para estar con ellos, no con Arafat. Pero Almunia se puso terco. Al final nos dejaron ir pero dejaban nuestra seguridad y el viaje en manos palestinas. Y allí fuimos y nos entrevistamos con el líder palestino en su destartalada oficina de Gaza. Me pareció un tipo teatrero y cobarde ante decisiones políticas de trascendencia. Se arrugó en Camp David, al judío Rabin lo mataron y su pueblo sigue pagando las consecuencias.

Cuando volvimos a Tel Aviv tuvimos una reunión con el primer ministro Benjamín Netanyahu. No fue fácil. Almunia le pidió negociar con los palestinos y no seguir construyendo asentamientos amén de una serie de reivindicaciones. El primer ministro judío le dijo: ”Cuando ustedes hayan resuelto el problema de ETA, venga aquí y pídamelo”.

No he tenido mucho tiempo para argumentar que no deja de ser curioso que los socialistas de caoba o de madera de pino, los históricos, tan sensibles con los palestinos, no le echen una mano a Sánchez para ser presidente salvo José Montilla, ex presidente de la Generalitá que le ha dicho a Felipe González que es curioso que hable poco y cuando habla no ayuda en nada.

Guerra con el escándalo del impresentable de su hermano Juan cobrando comisiones en la delegación del Gobierno en Sevilla, por lo que tuvo que dimitir. Felipe González con el Gal, habiendo acaecido este episodio bajo su mandato y esa fotografía de los dos  acompañando a Vera y Barrionuevo a la cárcel de Guadalajara .Recordar también que González se cargó en Suresnes a toda la vieja guardia socialista con Llopis al frente, O el mimado Ramón Jauregui que siendo Delegado del Gobierno no se enteró de la existencia del Gal y siendo ministro de la presidencia, su pusilanimidad no le permitió sacar del Valle los restos de Franco, porque tenía que pactar con el PP. O nuestro ínclito Egiguren, el gran negociador de Txillarre vendiéndonos la moto de su intermediación y resulta que parecería que son ahora los que propician la presidencia de Feijóo, por desistimiento de Sánchez, antes que la del actual presidente. No deja de ser incomprensible mientras nos hablan de arrodillarse ante la Constitución y sigue el Consejo General del Poder Judicial llevando 5 años sin renovar y el estatuto de Gernika, 44 años sin cumplir.

Todo esto no tiene nada que ver con los Jarrones Chinos sino con esa cosa rara que llaman poder.

Un poco heavy todo esto, ¿no?.

Dos fallecimientos

Viernes 8 de septiembre de 2023


Me mandan la esquela de la hermana de Xabier Arzalluz, Victoria Arzalluz Antia. Viuda de Prilidiano Ruiz Humaran.Tenía 97 años. El jueves se celebró en Azkoitia su funeral. Su marido fue profesor en Azkoitia. Cuatro de sus siete hermanos supervivientes (Nemesio, Jorge, Marichu y Primitiva) formaron parte de órdenes religiosas y los otros dos, (Victoria y Claudio) cursaron estudios civiles y cuidaron de sus aitas. GB.
Y ha fallecido Jon Aldamizetxebarria Koskorrotza a los 96 años. Hubiera cumplido ayer 97 años. Casado con Itziar Leizaola, sobrina del Lehendakari. Vivieron en Venezuela. Su hijo Estepan nació en Caracas. Muy conocido por haber trabajado en ETB. Trabajó en los petroleros de la compañía Creole. Volvió a Euzkadi a trabajar con su suegro Ricardo en una imprenta que montaron. Tuvo problemas con la policía de la dictadura pues lo expulsaron por sacar fotos un Aberri Eguna y vivió un tiempo en la casa de los Intxausti en Ustaritrz.
Jose M.Cazalis, más conocido como Kasu, que fue alcalde de Lekeitio me habla de él. ”Fui muy amigo. Era un gran alderdikide. Cuando yo fui Lehendakari de la Junta fue quien me rehízo y puso en orden todas las fichas de afiliados en la Organización Municipal. Era incansable. Su esposa Itziar, una gran señora”. GB
El funeral será mañana 9 de septiembre a las 7 en la Basilica de Lekeitio.
Bueno, pues por lo menos un recuerdo a estas dos personas, testigos de una gran época.

¿Plurinacionalidad?. Así somos

IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA (*)

Jueves 7 de septiembre de 2023

Es dudoso que el sistema autonómico refleje verdaderamente la naturaleza del país. Una cosa es descentralizar competencias y otra reconocer que en España conviven comunidades con sentimientos diferentes.

Los resultados de las elecciones del 23-J vuelven a situar los asuntos territoriales en el centro del debate político.

Puesto que sin el apoyo de todos los grupos nacionalistas vascos y catalanes Pedro Sánchez no conseguirá la investidura, debemos prepararnos para una legislatura con fuerte presencia de las relaciones centro-periferia (si es que no se repiten las elecciones).

Cogiendo un poco de distancia, resulta evidente que hay cuestiones más urgentes y con un mayor impacto en la vida cotidiana de la gente: la transición ecológica, la vivienda, la salud mental, la vulnerabilidad social, la educación, etcétera. Muchas personas sienten fatiga e irritación ante el protagonismo de los problemas territoriales. Lo ven como una maldición, como un castigo bíblico, que nos roba energías para abordar “lo que verdaderamente importa”.

Hay buenas razones para desesperarse: el conflicto territorial nos persigue desde hace más de un siglo, se ha manifestado desde la Restauración en todos los regímenes políticos que hemos tenido. Se trata, pues, de un problema recurrente y profundo.

Son muchos quienes piensan que, llegados a este punto, el problema no tiene arreglo. Su razonamiento viene a ser el siguiente: la Constitución de 1978 dio paso a una intensa descentralización que, sin embargo, no ha servido para zanjar el asunto.

Las autonomías gozan de numerosas competencias, se ha transferido el grueso de las políticas sociales, la sanidad y la educación, y las nacionalidades con lengua propia han podido desarrollar políticas de protección y fomento de esta. Si después de “concederles” tanto no se consideran satisfechos, concluye el escéptico, es porque el nacionalismo resulta insaciable y no queda más remedio que poner freno como sea a sus inacabables peticiones. Al fin y al cabo, los nacionalistas vascos y catalanes son minorías en España, no tienen fuerza para desestabilizar o romper el Estado, así que pueden ir olvidándose de sus reclamaciones: quien tiene la última palabra es el conjunto de los españoles. Y punto, como se dice castizamente.

Cabe otro diagnóstico: cuando un conflicto así se enquista en un país, suele deberse a un ajuste imperfecto entre las instituciones del Estado y la realidad social.

Dicho con otras palabras, las instituciones no reflejan adecuadamente la estructura social del país y, por lo tanto, la política no encuentra soluciones efectivas y duraderas a los problemas y conflictos de intereses que se plantean.

A fin de evitar un largo excurso histórico, permítanme que ilustre el asunto ciñéndome a nuestro actual periodo democrático. La represión franquista no consiguió sofocar la conciencia nacional de las regiones con lengua propia, sobre todo País Vasco y Cataluña (y, en menor medida, Galicia). En dichas regiones se han mantenido especificidades lingüísticas, políticas, fiscales y de derecho civil. En el ámbito político, la prueba más clara es la presencia de subsistemas de partidos diferenciados de los del resto de España. Estos sistemas de partidos son reflejo de una cultura política distinta, según puede verse, por ejemplo, en las dificultades que tiene Vox (representante del nacionalismo español más excluyente) para penetrar en dichos territorios. En las últimas elecciones generales, Vox no consiguió ningún diputado en Galicia y País Vasco (tampoco en Navarra) y tan solo dos en Cataluña (de los 48 diputados que se elegían en las provincias catalanas). En el resto de España, la cosa fue bien distinta, obteniendo Vox en torno a un 15% del voto en casi todas las demás comunidades autónomas. Hay otros aspectos en los que también se detecta la diferencia de cultura política: por ejemplo, en el rechazo masivo a la monarquía en Cataluña y País Vasco.

Aunque se ha producido una profunda descentralización administrativa, es dudoso que el sistema autonómico español refleje verdaderamente la naturaleza del país, su carácter plurinacional. Una cosa es descentralizar decisiones y competencias y otra reconocer que en España conviven comunidades con sentimientos nacionales diferentes. Me da la impresión de que hemos estado dispuestos a descentralizar considerablemente con tal de no tener que reconocer la plurinacionalidad constitutiva de España. Incluso el modelo federal se enarbola en ocasiones para evitar dicho reconocimiento.

La idea de nación es confusa y discutible (como ya dijo Zapatero, para escándalo de muchos, en 2004). Se ha escrito muchísimo al respecto. Una nación o nacionalidad suele caracterizarse mínimamente por tres elementos: una identidad de pertenencia común, unas obligaciones de apoyo y solidaridad para con los nacionales de la misma comunidad y una aspiración de autogobierno. A esto suele añadirse una cierta tradición histórica y una base territorial, aunque estos otros dos elementos no son estrictamente necesarios. Desde un punto de vista descriptivo, no creo que sea muy arriesgado afirmar que existe una nación española y al menos también unas naciones vasca y catalana. Tienen distinto alcance y no son excluyentes por necesidad; puede haber, desde luego, identidades nacionales solapadas.

Depende en última instancia de la sociedad española si se sacan consecuencias políticas de esta cuestión de hecho, la plurinacionalidad, o se continúa con la ficción de la nación única. Históricamente, ha habido una falta de reconocimiento político o, en el mejor de los casos, un reconocimiento indirecto y vergonzante de la realidad plurinacional española. Nuestra Constitución distinguió entre regiones y nacionalidades, pero los partidos dominantes y el Tribunal Constitucional prefirieron no hurgar mucho en este punto, optando por el “café para todos”. El resultado ha sido una inestabilidad constante en el modelo territorial, con varias crisis graves. En lo que va de siglo, hemos experimentado dos momentos complicados, primero con el plan Ibarretxe y después con el procés catalán.

En ambos casos se ha planteado con toda su crudeza un conflicto sobre la composición del demos (el pueblo), es decir, un conflicto en torno a la pertenencia a la comunidad y su proyecto de vida política en común. Los independentistas, por razones diversas que sería muy complejo resumir aquí, no querían seguir formando parte del demos español. Eso no es un crimen ni una traición, ni es fruto de un odio generalizado a España, sino, más bien, un reflejo de que no hemos conseguido establecer un diseño institucional y político que desactive las demandas de independencia y ruptura de la nación española, es decir, un diseño integrador que permita la convivencia entre sentimientos nacionales diversos.

La plurinacionalidad exige políticas de reconocimiento (como el uso de lenguas cooficiales en el Congreso), pero también una participación efectiva en la toma de decisiones y en las instituciones del Estado (incluyendo el Tribunal Constitucional).

Exige entender que el uniformismo político y jurídico no puede funcionar cuando se aplica en un país que alberga en su seno naciones de distinta escala y ambición. El nacionalismo español ha considerado que el reconocimiento de la plurinacionalidad es la antesala de la ruptura de España: pide firmeza ante la reivindicación nacional de vascos y catalanes, sin entender que dicha reivindicación ha sido en muchos momentos resultado de la resistencia al reconocimiento de la plurinacionalidad.

Aunque el país está profundamente dividido sobre este particular, los resultados electorales han querido que no nos quede más remedio que abordar este asunto difícil. Un asunto que, para bien o para mal, no va a desaparecer por mucho que miremos a otro lado o endurezcamos la ley. Por azares de la historia, se abre una oportunidad para que nos reconciliemos con el tipo de sociedad que realmente constituimos.

No hemos conseguido establecer un diseño político e institucional que desactive las demandas de independencia

(*) Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.