Sábado 6 de septiembre de 2025
Maria Corina Machado
Cuando algunos defensores del régimen actual levantan la voz contra la supuesta amenaza de una «invasión norteamericana» —aludiendo al despliegue naval en el Caribe contra el narcotráfico promovido desde el propio poder— conviene recordar qué tipo de “invasiones” han marcado la historia de Venezuela.
Porque, a decir verdad, muchos venezolanos sí anhelamos una invasión… pero no de marines ni portaaviones, sino de inversiones. Una invasión como la que, entre los años 40 y los 90, transformó a Venezuela en una nación próspera, dinámica y abierta al futuro.
La Creole Petroleum Corporation, filial de la Standard Oil, convirtió a nuestro país en uno de los mayores productores de petróleo del mundo. Mobil y Exxon —antes de fusionarse— hicieron de la Faja del Orinoco un motor de riqueza. El sector automotriz floreció con Ford, Chrysler y General Motors, que no sólo ensamblaban autos, sino que generaban miles de empleos, pagaban impuestos, capacitaban mano de obra y expandían una clase media orgullosa. Owens Illinois instaló plantas vidrieras de talla mundial. Empresas de manufactura, de servicios, de transporte, todas norteamericanas o europeas, pero también de venezolanos, encontraron en Venezuela tierra fértil para sembrar desarrollo.
Esa “invasión” fue la que nos dio carreteras, universidades, urbanizaciones, hospitales. Fue la que alimentó a la Venezuela que recibía inmigrantes europeos que huían de la posguerra y encontraban aquí oportunidad y futuro.
Hoy, en cambio, lo que sufrimos es otra invasión, la de la ideología y la sumisión. Una invasión silenciosa que ha hecho del país un peón geopolítico. Callan ante la colonización cubana que penetró nuestras instituciones, callan ante la presencia rusa y su interés militar, callan ante los pactos con Irán y el apalancamiento chino de la deuda venezolana. A esos críticos de la “invasión” norteamericana, la pérdida real de soberanía no les importa.
Y aquí es vital la memoria histórica: los libertadores nunca hablaron de soberanía como excusa para el sometimiento, sino de libertad como esencia de la vida. La soberanía sin libertad es solo una jaula pintada de tricolor.
Venezuela no necesita buques de guerra ni consignas huecas. Necesita nuevamente la “invasión” de fábricas, universidades en expansión, refinerías en funcionamiento, centros de investigación y empresas que apuesten al talento venezolano. Esa es la invasión que nos devolvería la dignidad perdida y que quienes hoy gritan “¡no a la intervención!” temen más que a los portaaviones: la intervención de la libertad contra la dictadura.
¡Los valores no se discuten!


