Jueves 5 de enero de 2023
Llevamos un cierto tiempo de funerales de los considerados grandiosos, como lo fueron sus protagonistas. En tiempos en los que la liturgia se desvanece ver el espectáculo del féretro de la Reina Isabel paseando por ciudades, no dejaba de llamar la atención, permitiéndonos observar en directo el talante de Carlos III con una pluma y el manotazo en una mesa llena de utensilios que le impedían la firma, uno se reencuentra con la buena información sobre estos personajes a veces propios de un comic. Sin embargo ver ropajes, ceremonias, respeto, y todo milimétricamente organizado, llamaba la atención por su grandiosidad.
En otro continente la muerte de O rei Pelé nos mostraba otro tipo de funeral, con paseo del féretro, como el de la reina Isabel II incluso ante el domicilio de su madre y con mucho pueblo en las calles y en las colas.
El fallecimiento del Papa Benedicto XVI ha sido asimismo todo un espectáculo. A España le critican no haber enviado una representación de mayor jerarquía como la que ha habido de la reina emérita Sofía y del ministro Bolaños. Se hubiera resuelto dándole la representación a Juan Carlos de Borbón que podía haber logrado en el viaje ser redimido de sus pecados.
De todas maneras todo ha sido perfecto y asimismo milimétricamente llevado a cabo. Solo ha desentonado el arzobispo secretario que, frente al silencio de Ratzinger ante Francisco para no amargarle la vida, ha desvelado la incomodidad del Papa Emérito en relación con las misas en latín. A Francisco no le dan tregua, ni con Papa muerto.
Y hemos visto la sobriedad y el análisis unísono ante el fallecimiento del líder de la UGT, Nicolás Redondo. No sé si Felipe González le ha perdonado las dos huelgas que le organizó el de Barakaldo, pero la clase política, sindical, institucional se ha portado bien a la hora de los ditirambos. Como tiene que ser. No hay como morirse a los 95 años.
A mí me sigue llamando la atención como los socialistas vascos no solo aspiran a dejar Euzkadi y marcharse a Madrid sino que les entierran en Madrid, como es el caso de Nicolás Redondo, ”niño de la guerra”, líder sindical vasco, y lo entierran en La Almudena. Se me dirá que cada uno es libre de hacer lo que quiera. Por supuesto, pero cuando ves a Almunia, Jauregui, Benegas, Madina, Patxi Lopez, Aranzadi, Solchaga, Eguiagaray, ver como su estación termini es Madrid, no me queda más que pensar en el arraigo y en la querencia. ¡Qué le vamos a hacer!.
A Isabel II le homenajearon por no abrir la boca, a Pele por meter goles grandiosos, al Papa por dimitir y a Redondo por oponerse a su propio presidente y partido. Los muertos han descansado y los vivos han homenajeado a quienes ya no dirán absolutamente nada ni les crearán dolores de cabeza.
La vida sigue.


