Las Instituciones las hacen las personas

Lunes 2 de enero de 2023

Comienza 2023. Este año en mayo habrá elecciones. Muchos de los actuales representantes públicos no repetirán. Y si los nuevos elegidos hacen lo que han hecho ellos, nadie les recordará. Es esta manía propia de adanes que piensan que el mundo comienza con ellos, pero se van y ya nadie les recuerda.

He encontrado esta fotografía. Se reunieron estos ex, hace veinte años. Y se sacaron esta foto en la Diputación de Bizkaia. Queda por lo menos el recuerdo de Junteros, Diputados Generales y Forales. No se ha vuelto a repetir.

Son estos. Aitor Esteban, Ana Madariaga, Josu Bergara, Viuda de J. M. Makua, José Luis Bilbao, José Alberto Pradera, Antón Aurre, Iñaki Goiri, Belen Greaves, Patxi Sierra, Eusebio Melero, Pedro Hernández, Inmaculada Loroño, Peli Basozabal, Tontxu Campos, Pedro López Merino, José M. Iruarrizaga, Josu Montalban, María Esther Solabarrieta, Josu Sagastagoitia, Jon Azua, José Luis Garai, Iosu Madariaga, Juan M. Aburto, Aguirre, Eusebio Larrañaga, Iñaki Hidalgo, Sabino Arana, José Antonio Pastor, Fede Bergaretxe, Juan Cruz Nieves, Pedro Larrea, Fernando Olmos, Ina Etxeberria, Ricardo Ansotegi, Javier Urizarbarrena, Alfonso Basagoiti………..

Tras las elecciones y la formación del gobierno foral, el próximo mes de junio, así como de las Juntas Generales debería haber un acto solemne de comienzo de la legislatura y entre los actos deberían ser invitados aquellos que en su día fueron representantes del legislativo y del ejecutivo. Es lo normal en los países europeos a los que decimos querer asemejarnos porque lo importante es la continuidad de las instituciones y estas están formadas por seres humanos. En tiempos de populismo barato, es preciso siempre enviar a la sociedad un mensaje de continuidad y respeto al trabajo hecho.

Veremos si los próximos equipos guardan unos mínimos de memoria histórica porque desde luego los departamentos de protocolo actuales, son penosos. Se  nos llena la boca hablando de identidad pero no hacemos nada por cultivarla.

¿Qué hacemos con los sombreros de su Majestad?

Domingo 1 de enero de 2023

Imelda Marcos fue la esposa del dictador, de Filipinas, Ferdinand Marcos. Tiene 93 años, es madre del actual presidente filipino y tiene un museo  dedicado a sus zapatos. Es fundamentalmente famosa por ese dato y por otros, pero lo traigo a colación porque cuando cayó aquel régimen en su día, la noticia era que iban a hacer con sus zapatos. Decidieron  hacer  un museo.

Hace dos meses falleció  la Reina Isabel II, cabeza de la iglesia anglicana, reina del Reino Unido y jefa de la Commonwealth. Una venerable señora que ha sido alabada por no meterse en política, no decir ni el equipo de su preferencia, saludar desde el balcón con estilo, ir a las carreras de caballos en el hipódromo de Ascot, aguantar a sus hijos y a su patoso marido, desayunar pan con  mantequilla sin sal y mermelada de frambuesa o fresa y algún arenque que otro. Ha visto Papas, presidentes, reyes y cortesanos durante esos 70 años y la gente ha llorado su fallecimiento y ante tan triste noticia, quien estaba a la espera ha llegado al trono su hijo Carlos el tercero  a  cuyo antecesor Carlos II le cortaron la cabeza y a él se dice le recortarán las orejas para que puedan entrar en las monedas.

El caso es que la buena señora, además de su tranquilidad y buen hacer callado, era muy conocida por sus sombreros ya que los había de todo tipo y en número de cinco mil. En forma de lámpara, de caldera, de puchero, de orinal, de maceta, de cucurucho, de turbante y de copa. Sombreros que habían de combinar con su traje por lo que deduzco que el maestro sombrerero de Buckingham Palace era un encargado a tiempo completo y con título nobiliario, que lastimosamente acaba de engrosar el paro. No se es alguien con trabajo tan específico e importante sin ser un experto y esa experiencia al parecer a la única que le podría venir bien sería a Isabel Díaz Ayuso, que le gustan estas cosas, pero que, de momento no le dejan contratarle.

¿Qué hacemos pues con los sombreros, dónde los ponemos, quién se ocupará de ellos?.

Se me ocurren tres salidas al problema de espacio que la nueva pareja real demanda, es decir Carlos y Camila.

1.- Que Camila organice una venta, respetando la cola, de los sombreros de su majestad en Trafalgar Square. La venta de tan preciado objeto, no se podría comprar más de uno, sería para los gastos de la guerra contra Putin ya que el nuevo  primer  ministro necesita presupuesto para la compra de armamento aunque se podría cambiar por enviar avituallamiento civil  de todo tipo. Tendría más gancho.

2.- Que el rey Emérito español, Juan Carlos de Borbón y Borbón, encantado por el chollo que le ha supuesto ser invitado al funeral de estado, se lleve los sombreros a Abu Dabi y los venda a sus amigotes los jeques árabes y con lo que saque flete otro Fortuna o Bribón para navegar en el Indico con su cuadrilla de San Xenxo, ya que de momento su presencia no es muy apreciada por estos lares. Allí hay buen atún y se necesita barco con quilla poderosa.

3.- Que los donen al Club de los Amigos de la Boina que puso en marcha  Emilio González “Currito”, allá por 1995, siendo su restaurant y él mismo santo y seña de Santurtzi y aunque ya no tienen local, se acaban de reunir y reivindicar la txapela como la mejor corona para un vasco.

Con los sombreros de la Reina y su venta podrían hacer un museo cerca de la Torre Loizaga  donde están expuestos algo tan british como los Rolls Royce  y ellos podrían hacer lo mismo con los cinco mil sombreros de su majestad. Coches, sombreros y txapelas hermanados y como un interesante reclamo turístico.

No me digan que no es una buena idea esto último porque algo hay que hacer antes de que Camila y Carlos, sobre todo éste al que le molestan los tinteros antiguos los mande a la próxima incineradora.

¡Dios salve a la Reina y a sus sombreros!.

Los hombres y las mujeres burbuja

Sábado 31 de diciembre de 2022

Se notan más cuando en el horizonte hay elecciones. Flotan  en los vaivenes de la política con suavidad de nenúfares. Nadan con elegancia de cisnes. Escapan a los com­promisos ideológicos, a las responsabi­lidades administrativas, a las lealtades de partidos y a la gratitud personal. Son rotundos en sus declaraciones sonoras y, naturalmente, vacuas. Saben sonreír. Son acomodaticios y amables, buenos anfitriones, alegres comensales y su esfericidad se reviste, siempre, de una iridiscente cutícula de cultura de «best sellers», y de restaurantes famosos. Se les ve en todas las letras negritas de los periódicos. Sonríen acartonadamente y están preocupados por la guerra de Ucrania pero no han dado un euro para subvenir alguna que otra necesidad de los dolientes. Preparan las nueve comidas que harán con sus amigos antes de la Navidad. Se les requiere. Sin ellos parecería que falta algo.

No sólo se les acepta, sino que se les busca, se les requiere: ellos son el gas que transforma el sencillo vino blan­co en champagne. Tienen, además, la utilidad de los instrumentos de medi­ción, pues anuncian con su adherencia a las personalidades con futuro cierto: las burbujas se pegan siempre de los fuertes y de los que van a triunfar. Por eso, un rosario de hombres y mujeres burbujas es el alba que precede a la llegada del nuevo líder, del nuevo afortunado/a, del próximo candidato/a con posibilidades de victoria.

Su compañía es equivalente al relin­cho del caballo que dio el trono a Ciro. Su saludo no es a los gladiadores que van a morir sino al César que va a dominar.

Como decía aquel político gallego, no se quienes, pero hemos ganado.

El problema y el único peligro que corren  los hombres y mujeres  burbujas, es éste: que de vez en cuando los pueblos afilan pinchos y los hacen estallar. Y digo yo: ¿No se oyen ya, por casualidad, en alguna parte, los chirridos de las piedras de amolar?.

Todo es cuestión de tiempo.