HACE 45 AÑOS NOS REUNIMOS EN GERNIKA PARA DAR CUERDA A LA HISTORIA

Martes 25 de marzo de 2025

En la fotografía estoy con Inmaculada Boneta y Roberto Lertxundi en los estudios de la Ser en Bilbao. En Gasteiz estaba Iñaki Ruiz de Pinedo (HB) y en Donostia Ramón Jauregi. No había nadie de AP (hoy PP) porque sus dos parlamentarios el 31 de marzo de 1980, Santiago Griñó y Florencio Arostegi  han fallecido.

Y es que han pasado 45 años de cuando una mañana de marzo 1980 nos congregamos en Gernika los parlamentarios elegidos en la primera elección histórica del pueblo vasco a un Parlamento. Habíamos tenido otro tipo de representación pero no un Parlamento a tres y esa fue la razón por la que HB, con 11 diputados decidió no acudir y trabajar en  aquella primera legislatura de 1980 a 1984. Tampoco estaba Iparralde representada pero si las dos terceras partes de la población vasca elegida a razón de veinte parlamentarios por territorio, en total sesenta. Hoy son 75.

Inmaculada Boneta recordó  que había cinco mujeres, de ellas cuatro del PNV y una de HB, Itziar Aizpurua, que no acudió. Boneta si, junto con Bereciartua, Saez de Olazagoitia y Begoña Munarriz. Hoy, las mujeres superan a los parlamentarios hombres. Un avance.

Ha sido una charla distendida de una hora con anécdotas y vivencias de todo tipo dirigidos por Eva Domaika. De aquel día he recordado que la sobrecarga de la electricidad para TVE, hizo que se fuera la luz porque la sesión siguió a la tarde. Por la mañana nos iba llamando el secretario del Consejo General  Vasco Javier Caño y nos reunimos todos bajo el templete columnado  detrás del Árbol. HB decidió no ir. Tenía once parlamentarios y Ruiz de Pinedo ha recordado que la decisión se tomó e ese mismo día en Gernika y que influyó mucho la palabra de Telesforo de Monzón que no veía procedente legitimar aquella institución  sin estar Navarra. Tanto él como Leizaola habían formado parte del primer gobierno vasco el 7 de octubre de 1936 y ese día solo estuvo el Lehendakari Leizaola que había sido elegido primero por Bizkaia en aquellas elecciones de 1980. Otra hubiera sido la historia si en esa jornada hubieran estado Leizaola y Monzón recuperando el tracto histórico interrumpido por la guerra y la dictadura. Pero repetimos lo de siempre. La IA solo acierta, cuando rectifica.

Don Jesús M. de Leizola fue el presidente de la Mesa de edad y nos dirigió unas palabras que en él tuvieron un gran valor para terminar  pidiendo  pocas leyes pero buenas y aprobadas con el mayor número de votos. Por la tarde se procedió a la elección a la Mesa definitiva del Parlamento habiendo sido elegido Juan José Pujana como presidente. El PNV tenía 25 parlamentarios y toda la oposición junta, sin HB, tenía 24 lo que hizo posible aquellas  votaciones mayoritarias y la elección, en fecha posterior de Carlos Garaikoetxea como tercer Lehendakari de la historia, tras Agirre y Leizaola.

Mirando con perspectiva pienso que aquella primera legislatura fue la más importante y no porque estuviéramos nosotros sino porque estaba todo por hacer y el Parlamento fue el motor creador de un país a tres, de momento, partiendo de cero. Sede, capitalidad, Himno, ley de gobierno, ley de Territorios Históricos, devolución del Concierto vital para funcionar, puesta en marcha de EITB, de Osakidetza, de la Ertzaintza, absolutamente de todo. Lo malo es que ahora todo el mundo piensa que lo actual bajó del cielo pero de eso nada. Fue todo muy duro porque además ese año 1980 ETA mataba a una persona  cada tres días. Un horror.

Para colmo estando sesionando  al mes siguiente de la constitución irrumpieron en la Diputación de Bizkaia, donde sesionábamos pues se estaba habilitando el Parlamento en Gasteiz, los obreros de Nervacero interrumpiendo la sesión y secuestrándonos hasta las tres de la madrugada. Intervino asimismo la policía. El recuerdo que tengo de aquella tarde es la de Leizaola diciendo a los de Nervacero que la fuerza no era el instrumento de la democracia y que todo Parlamento es inviolable pues en él reside la soberanía popular.

Lo malo de aquello fue que tras pasar el trago se convocó una manifestación con el lema de “En Apoyo de las Instituciones Vascas” y al afiliado del PNV de Derio, Ramón Begoña, le dieron una patada que a los días originó su fallecimiento.

A todo esto hay que decir que el presidente del Gobierno español Adolfo Suarez vivía la angustia de ver deshilacharse a su partido, la UCD, a navajazos mientras se incubaba el golpe de estado del 23 F del año siguiente por parte de los militares y la guardia civil.

De esto hablamos los cinco en una sesión amable e interesante con buen coloquio. Han pasado 45 años, han fallecido muchos, y el lunes en Gernika habrá una sesión especial e histórica que no se pudo realizar en el 2020 por la pandemia.

Al final Lertxundi y yo hemos planteado la creación de una Asociación de Antiguos Parlamentarios, existente en todos los parlamentos del mundo e inexistente en el vasco a cuenta de ETA y hemos pedido a la presidenta y a los portavoces que enciendan esa llama porque dos catarros y un frío siberiano borrarán toda  huella vital de los pioneros  de aquel día.

MARI ZABALA, VIUDA DE JOSÉ ANTONIO AGIRRE

Lunes 24 de marzo de 2025

Caústico, habitual colaborador de esta página, y a quien agradezco sus opiniones, me pide rescatar este recuerdo a la viuda del Lehendakari Agirre. Lo publiqué el 16 de abril de 2020.Aqui está:

No conocí a José Antonio de Agirre, aunque si a su viuda Mari Zabala. Estuve varias veces con ella en su casa de Donibane y  en la de Algorta, detrás del ayuntamiento de Getxo. Cuando Carlos Garaikoetxea fue elegido en 1979 presidente del Consejo General Vasco, como primer acto del nuevo presidente  le acompañé a dos lugares. A la tumba de Juan de Ajuriaguerra en el cementerio de Ibarrekolanda en Deusto y a visitarle a Dña. Mari Zabala Aketxe, viuda del Lehendakari donde pudimos hablar de muchas cosas. En aquellos tiempos se cuidaban más estos detalles.

El recuerdo que tengo de ella es de una señora muy amable, elegante, familiar y muy fumadora. Eran tiempos en los que fumar no era aparentemente peligroso y ella lo hacía, comentando en la , que José Antonio fumaba mucho, y, en los últimos años con boquilla. Nos dijo que habían estado de viaje de novios en Noruega. En ese año, José Antonio era diputado en el Congreso y luchaba en pleno bienio negro para sacar adelante el primer estatuto de autonomía.

El matrimonio tuvo tres hijos, Aintzane, Joseba  e Iñaki y una vida de aventura. En su fuga vía Berlín, Doña María era la Vda. de Guerra, un venezolano de los Andes fallecido, personalidad que le sirvió de tapadera en aquella rocambolesca huida, datos que describe Agirre con humor en su libro “De Gernika a Nueva York, pasando por Berlín” .

La fotografía que ilustra este trabajo es del día en el que en Getxo, en mayo de 1978, se inauguró este recuerdo al lehendakari  donde aparece un perfil de Agirre con el mapa de Euzkadi completo. En el acto estuvo el entonces presidente del EBB, Carlos Garaikoetxea, Aurora  Vda. de Joseba Rezpola, toda la familia, dirigiéndonos unas palabras, además de Garaikoetxea, el presidente de la Junta Municipal de Getxo que era Peru Garate, muy recientemente fallecido. Tras descubrir el monumento un txistulari  y el público entonaron el Himno Nacional Vasco. La Plaza de la Trinidad resultó insuficiente. Para dar cabida a los miles de personas concentradas con muchas ikurriñas, rótulos y estandartes  de las Juntas Municipales del PNV.

La víspera, los actos de homenaje comenzaron con una rueda de prensa en el Carlton, antigua sede de Lehendakaritza, donde el europeista Guy Heraud, que había sido candidato presidencial en Francia, explicó el motivo de su visita.

Había venido expresamente a los actos de homenaje. Por la tarde y tras una misa en San Antón, nos fuimos todos a la Plaza Nueva que se llenó  de bote en bote y puedo decir que estuvo llena pues se había habilitado una especie de tribuna desde uno de los balcones que dan a la Plaza Nueva y me tocó hablar, y desde allí se veía todo a rebosar, junto a Iñigo Agirre, Eneko Caballero  y Guy Heraud.

Previamente, la viuda del Lehendakari saludó desde ese balcón y la plaza se cayó en aplausos. Varios minutos de una ovación tremenda. Por la noche fuimos al Anboto a una cena organizada por la Junta de Begoña que fue la encargada de los actos. Previamente habíamos puesto una placa en la fachada de la casa de la Calle La Cruz, donde Agirre había nacido. La había esculpido el suegro del burukide Rafa Agirre. Esa placa fue destruida por la extrema derecha  y posteriormente restaurada. Es la que hay en la actualidad.

En los postres intervino Carlos Garaikoetxea, Rafa Agirre, Juan Ajuriaguerra, Iñaki Olarra, y el profesor Guy Heraud, haciendo José Antonio Durañona de traductor al profesor. En el cincuentenario del primer Aberri Eguna celebrado en Bilbao.

Al Lehendakari Leizaola le pedimos un mensaje, que gustosamente nos lo hizo llegar desde Paris, donde  nos decía que los vascos estábamos en deuda con Agirre. Don Manuel de Irujo no pudo venir desde Iruña y nos mandó este mensaje, que describe de maravilla y con palabras precisas, la importancia del Lehendakari. No me resisto a dejar de transcribirlas. Esta  fue la nota:

“Siento no hallarme presente el día del homenaje al Lehendakari. José Antonio era un hombre fuera de serie. El sentido humano, cordial, que sabía dar a sus abrazos, era de esos que no se aprenden en los libros, ni se reciben en la taquilla de una institución de crédito.  He conocido a quienes han realizado un largo viaje por el solo placer de escucharle, de oir de sus labios la proyección del futuro, de recibir un abrazo o un apretón de manos suyo. José Antonio era un inestimable capital.

Las circunstancias en las que le tocó vivir no le permitieron aplicarlo a la vida de Euzkadi en la medida en la que pudo desarrollarse en una situación normal.  El robusto trazo de su paso por la Presidencia de Euzkadi, hubiera sido mucho más marcado y trascendental en una vida civil, de paz y de trabajo.”

Pero no acabaron los actos en dicho monumento. Por la tarde, en la plaza San Nicolás de Algorta comenzó el mitin de homenaje donde hablaron Eugene Goyhenetxe, profesor de la Universidad de Pau, Guy Heraud que dejó claro que Euzkadi no era una región sino una nación, el joven Gorka Aurre en euskera, el catalán Josep Lluis Carles de Unió, José Ángel Cuerda, Xabier Arzalluz  y cerró Carlos Garaikoetxea.

Como se ve, en aquellos años, celebrábamos estas cosas por todo lo alto y con gran entusiasmo, algo que hoy se ha perdido. Nos tocó vivir aquello y lo malo es que en la actualidad, las nuevas generaciones no han palpado, ni sentido   este ambiente de continuidad  histórica y de reconocimiento a los demás.

Cuatro años después y en el cincuentenario del primer Aberri Eguna, DEIA  le hizo una entrevista a la viuda del Lehendakari que la traigo como aporte al conocimiento de la figura de Agirre en el sesenta aniversario de su muerte en Paris. Fue  realizada por María Luisa Idoate que re­corre toda una vida plena de vicisitudes, alegrías y amargu­ras; de exilio y esperanzas trasunta de una existencia en la que no había  cabida para el odio.

Es este el motivo por el que hemos elegido este texto para hablar  de su familia.  Nadie mejor que la compañera de toda una vida para hablarnos de la personalidad de un hombre que es historia en nuestro pueblo.

«Recuerda el primer Aberri Eguna como si lo estuviese viendo. La viuda de José Antonio Agirre, con los ojos un poco ensimismados, mira hacia atrás y deja caer lentamente las palabras: «Se celebró en Bilbao en 1932, y como  hoy lo recuer­do, fue magnífico. Nadie pensó que llegase a ser lo que fue; la gente se volcó. Se bajó por el Sagrado Corazón hasta Sabin Etxea. Casi estoy viendo aquellos vaporcitos de Bermeo que también participaron…» Mari Zabala vio en aquella primera vez «algo que se podía realizar», un recuerdo im­borrable que en los tiempos difíciles le hizo repetir: «Ade­lante, hay que seguir adelante».

¿Cómo fueron los preparativos?

Después de haber vivido la dictadura de Primo de Rivera, todos los batzokis empezaron a organizarse. La gente tenía entusiasmo porque era tiempo de cambio y podía manifestarse.

¿Qué hacías tú en aquellos años?

Entonces estaba todavía soltera. Vivía en Algorta, cerca de José Antonio. No me casé hasta el año siguiente, hasta el 33, y recuerdo que viví los preparativos con mucha ilusión.

¿Participabas en las actividades políticas de José Anto­nio?

Seguía los mítines y las actividades de José Antonio pero siempre en un segundo plano.

¿El mejor Aberri Eguna que recuerdas?

El primero, porque entonces me di cuenta que lo vasco estaba vivo y tenía que seguir vivo.

¿Y el más triste?

Hubo un Aberri Eguna tristísimo. Lo pasé en París, en 1960, po­cos días después de morir José Antonio. No asistí a la ce­lebración, claro. También hubo otro muy triste: Separados, él en Berlín y todos nosotros en Bélgica, sin saber qué iba a ocurrir.

¿Qué significaba el Aberri Eguna para José Antonio Agirre?

La fiesta de la esperanza en el día de la Resurrección. Porque esto de la fiesta de la Resurrección hoy ya se nombra poco. Ya lo dice en su libro: la fiesta de la esperanza, pero celebrada desde y en todos los lugares. En la cárcel, en el exi­lio. Porque no todos los Aberri Eguna han sido felices.

¿Cómo os conocisteis? 

En realidad desde siempre, porque vivíamos muy cerca. Yo entonces tenía 15 años. Sus hermanos estaban también en el mismo colegio. Era el típico conocimiento de la gente que vive en un sitio pequeño. Un trato de amigos, con tem­poradas mejores y peores. Figúrate que él era del Athletic y yo del Arenas. El día que había partido nos mirábamos des­de lejos y con cierta simpática tensión, según el resultado. Entonces se estilaban las cuadrillas de chicos y chicas, por separado. Pa­seabas, te encontrabas, cruzabas algunas palabras. No era como ahora, que vais todos juntos y las chicas están en cual­quier parte, igual que los chicos.

¿Cómo era aquella Mari de 15 años?

Era eso, una chica de 15 años. Poco preocupada de las cosas trascendentales. Tengo muy buenos recuerdos del co­legio, de las amigas. Era una vida fácil y normal en una chi­ca de entonces.

¿Y él?

Optimista, muy optimista. Tenía una fe enorme en nuestro país, en nuestro pueblo. Era de carácter fuerte y yo también —¿verdad, Aintzane?—, pero no tan consecuente como él.

La viuda de José Antonio —como prefiere que se la conozca— ya no participa en los Aberri Eguna. Como el cuerpo le pide tranquilidad, dice haber pasado la «an­torcha» a los hijos. Aunque reconoce que se preocupa mucho más que antes por todo lo que sucede, y, como siempre, prefiere permanecer en un segundo plano.

¿Un segundo plano deseado, Mari?

Siempre permanecí en un segundo plano, y creo que así estaba bien. José Antonio tenía mucha personalidad y yo también. Yo mandaba en casa, pero no fuera. Cada uno a lo suyo. Eran otros tiempos.

Pero su actividad política influiría de algún modo en tu vida…

Él nunca hablaba de política en casa. Era familiar, alegre y cariñoso. Sobre todo alegre. Nunca nos enterábamos de sus preocupaciones. Su aspecto de hombre público sólo lo notábamos por la cantidad de visitas.

¿Quieres decir que nunca os hablaba de política?

En casa, de la política no se hablaba nunca, pero se sentía. El era optimista, pero optimista por disciplina, y gra­cias a esto conseguía no comunicar sus preocupaciones a otros. Era lo positivo en todo, con una gran fe. Los hijos se criaron en un ambiente de gran tolerancia. Era muy abierto en todo y esto se comunica. A los chicos les hablaba en euskera, pero no se lo imponía. Estaba tan convencido que simplemente lo transmitía. Tú sabes distinguir a un conven­cido del que no lo es.

Acostumbrada a esta imagen familiar, Mari recuerda que se sorprendió el día que le oyó dar un mitin durante el Estatuto de Estella: «Estuvo muy acertado y aquel día me sorprendió, porque me di cuenta de la capacidad que tenía para arrastrar a la gente. Tenía carisma con la gente, habla­ba mucho y era muy simpático. Pero en casa era ante todo padre y marido».

¿Llegaste a sentir celos de la política?

No, celos nunca, porque sabía que estaba entregado a ella. Pero algunas veces me parecía excesivo que se entregase tanto. ¡Dios mío, lo que trabajó aquel hombre! Sobre todo por las noches, le gustaba trabajar de noche, y eso que se le­vantaba temprano. Siempre leyendo o escribiendo. Le gus­taba mucho escribir y leer. Libros, libros y más libros. A su regreso pensaba entregar su representación  y dedicarse a escribir. Sobre todo temas históricos. Nos decía que no teníamos una historia escrita por los vascos sino por sus enemigos.

¿Y soledad?

Soledad, tampoco. Él viajaba mucho, pero yo sabía el porqué. Me quedaba un poco apenada, pero sabía que era su gran ilusión.

A pesar de todo, Mari, aunque José Antonio se dejase el trabajo en la puerta de casa, aunque no comunicase sus preocupaciones, llegó un momento en que la política te dio de lleno. Hasta el punto de tener que huir con la casa encima y conocer palabras como campos de minas y exilio. En estos tiempos difíciles, ¿apareció también la palabra miedo?

Sí, hubo momentos de miedo. Los que más recuerdo son los de la guerra: aquella inquietud de que se acercaban por momentos. Aquel barco que nos sacó de Estocolmo. Todavía puedo ver cómo atravesamos aquel campo minado. O los momentos en que estuvimos separados, él en Berlín y nosotros en Bélgica.

¿Y momentos de alegría?

¡Uff, tantos! Cuando nacía un hijo, cuando veía que él actuaba bien, cuando le eligieron presidente del primer Go­bierno vasco… Bueno, entonces sentí alegría y preocupa­ción al mismo tiempo.

Mari, ¿te consideras una persona optimista?

No, optimista no. Yo diría más bien realista.

Sin embargo, recuerdas más momentos buenos que ma­los, das la vuelta a lo negativo, sacando lo positivo… ¿No será que a fin de cuentas te contagió aquel optimismo del que hablas?

No, la verdad es que éramos dos polos opuestos, pero nos complementábamos muy bien. Él me enseñó todo lo bueno que me queda. Si no fuera por José Antonio, yo sería completamente distinta. En la vida te pasan tantas cosas que te van formando. Y si tienes a tu lado a una persona como él —y no es por ensalzarlo—, bueno en tantos aspectos, te deja necesariamente mucho de bueno.

Y tú, ¿le influiste de algún modo?

Yo, en lo que más le pude ayudar es en distraerle de algu­na preocupación, en llevar la casa con orden, en contarle las cosas que yo veía y él ,procesaba.

Luego, aunque no comunicaba sus preocupaciones, tú las conocías…

Sí, claro.

Mari Zabala da el «pego». A primera vista, incluso hablando con ella, es lo más parecido a una balsa de aceite: tranquila, de gesto suave y media voz. Cuesta creerle cuando confiesa que es una persona terriblemente nerviosa. Quizá —como ella dice— las cosas que han ocurrido en su vida tengan mucho que ver con esta falsa imagen de calma.

¿Qué hechos marcaron más tu carácter?

La guerra, la novedad del exilio, los cuatro años en Amé­rica. Aprendí bastante de todo esto.

¿Qué supuso la guerra?

Una tristeza terrible, fue algo inesperado. Pero estas si­tuaciones, cuando uno es joven se llevan mejor y esperas que van a acabar pronto.

Termina la guerra, ¿qué piensas entonces?

Que hay que seguir, seguir hacia adelante. A pesar de las amenazas, que las tuvimos, cuando casi nos secuestran .Fueron años de muchísima violencia, sin derechos humanos, con persecución y tratando de llevar siempre una antorcha encendida en aquella inmensa oscuridad. Y lo hizo.

¿En el exilio?

El exilio supuso un cambio de vida radical. No sentí miedo. Simplemente me preguntaba qué iba a ser de no­sotros. José Antonio repetía que se había perdido la guerra en parte, pero que todo se arreglaría, cuando finalizase la guerra mundial. Cuando yo me pregun­taba qué iba a pasar, me contestaba: «Para adelante, hay que seguir adelante». Salimos de aquí las dos familias, con nuestros padres, y vivimos en París hasta la invasión alema­na. Figúrate si fuimos privilegiados que pudimos huir a Es­tados Unidos, después de un viaje de película y lleno de riesgos de todo tipo. Un Lehendakari disfrazado de panamelo, con una Sra. con hijos pequeños, con la Gestapo por detrás, en el Berlín de Hitler y con todos los falangistas tratando de hacerle lo que le hicieron a Companys.

¿Piensas que fuisteis privilegiados huyendo entre obuses y campos de minas?

Sí, hemos sido unos privilegiados. Dicen: ¡Lo que pasas­teis, lo que sufristeis! Y qué, ¿qué pasamos? Sustos, sólo sustos. Se puede decir que fueron sustos. Y eso que no soy optimista. Reconozco que he tenido una vida interesante, como pocos, y en los recuerdos guardo lo mejor. Y sobre todo mucho agradecimiento al pueblo vasco y a tantas gentes buenas que hay por todas partes.

Y luego, América…

Entonces le ayudé bastante, porque yo sabía inglés y él tuvo la fuerza de voluntad de aprenderlo. Yo también aprendí mucho en la vida práctica. Sobre todo en lo que se refiere a la apertura de   americanos para acoger a perso­nas de mentalidades completamente distintas. En el 46, cuando regresamos a París, volvió a nacer la vida. Sentía un gran optimismo por la victoria de los aliados.

Mari dice que la memoria le hace algunas jugarretas, pe­ro lo cierto es que no le bailan los años ni los recuerdos. A lo mejor no recuerda algo que le pasó ayer, pero aún puede ver cómo sudaba su madre de miedo la primera vez que subió a un avión.

¿Qué piensa Mari Zabala del hoy?

Todo ha cambiado mucho, quedamos los viejos y es nor­mal que todo cambie.

¿Y de todo lo que está ocurriendo, de lo que pasa?

¿De lo que pasa? Eso me pregunto yo: ¿Qué pasa? So­mos tan pocos y tan mal avenidos… Si todos pensamos lo mismo, si queremos lo mismo, habría que limar muchas co­sas en la sociedad vasca.

Mari, ¿qué te ilusiona hoy? ¿Sigues repitiendo aquel viejo dicho: «¡Hay que seguir adelante!».

Me ilusiona el seguir adelante, el que haya paz, y todas esas cosas que se van consiguiendo poco a poco y que son muy importantes, aunque a veces no se tengan en cuenta.

¿Y qué te entristece?

La violencia y toda esa intolerancia: Cosas que impactan aún más a la gente mayor.

¿Algún miedo?

Miedo, no, pero sí cierta preocupación ante la sombra de un golpe.

¿Y fuera de la política?

En la vida se tiene miedo a muchas cosas.

Mari Zabala, o, como ella prefiere, la viuda de José An­tonio, vive con los recuerdos en su sitio cálido  y los retratos que les regalaron los amigos al casarse colgados en la pared.

Cuadros que salieron enrolados al exilio. Uno en cada tabi­que: «El de José Antonio tiene una luz muy difícil para las fotos».

Y por cuarta vez repite que ya basta, que con todo lo que nos ha contado «haréis una cosa pequeñita, ¿no? .Que no sea muy grande, de verdad. Y Ángel  Ruiz de Azua  pide una última foto, delante del retrato. Pero no es la última, porque los disparos se repiten. Una más. A ver, otra, sólo otra. Mari protesta: «Pero, ¡qué horror!, otro rollo. Con lo caras que están las fotos». Y en la misma puerta del ascensor: «Cuidado, dale a este botón, que si no bajas hasta la bodega». Repite: «Una cosita corta ¿eh?». Siempre intentando mantener ese segundo plano, ese hueco escondido y ese cada cual a lo suyo.

EL ESTRUENDOSO SILENCIO POR QUIEN DABA LA MANO DE FORMA CALUROSA

Domingo 23 de marzo de 2025

Ayer sábado 22 se cumplieron 65 años de la muerte en París, a causa de un infarto, del primer lehendakari, José Antonio de Aguirre y Lecube

Iban Gorriti publicó en Deia este recuerdo que hoy reproduzco.

El reloj vital del patriota vasco José Antonio Aguirre y Lecube se detuvo para siempre el 22 de marzo de 1960 en París. Por tanto, ayer se cumplieron  65 calendarios de aquel inesperado final. A continuación, el primer lehendakari fue sepultado en uno de los cuatro cementerios habilitados en Donibane Lohizune. El pasado domingo, sus correligionarios se acercaron al camposanto labortano de Aice Errota para conmemorar la efeméride.

Agirre, 65 años después

Su camarada Manuel de Irujo Ollo, un hombre nacido un 1 de enero, sostenía que “¡Hay tipos humanos…! José Antonio daba calor y se preocupaba de dar calor. Mire usted, hasta en la forma de dar la mano”. Ese ‘usted’ al que hacía referencia el icónico ‘nabarro’ se lo dirigía a Iñaki Anagasti Olabeaga, exsenador jeltzale. Irujo también fue parlamentario por Navarra durante la Transición española, asimismo diputado por Gipuzkoa y ministro durante la Segunda República.

En 1960, Anasagasti vivía en la calle Prim de Donostia, en casa de su amona y aitona. El 22 de marzo, evoca que “algo muy grave había pasado”. Él echa la vista atrás y se veía como un chavalito. “Me enteraba de poco, pero el recuerdo que tengo de ese día es que la pérdida de un familiar muy importante y querido se había producido en París”. Y, a continuación, un sentimiento de orfandad de sus mayores y de su entorno directo. “Hablaban muy bajo, era muy angustioso y llamativo. Se me grabó vívidamente”.

“El recuerdo que tengo de ese día es que la pérdida de un familiar muy importante y querido se había producido en París”

Había fallecido el presidente vasco, el lehendakari Aguirre, aquel “nefasto día”. “¿Qué va a ser de nosotros?, exclamaban angustiados”, rememora Anasagasti, quien casi seis décadas después va un paso más allá en su análisis contextual. “Perdida la guerra, perseguidos, multados, la existencia de un Gobierno vasco en el exilio presidido por una persona tan vital, tan cercana, les daba esperanza y seguridad y, sin embargo, el lehendakari había fallecido en un estruendoso silencio”, detalla quien en su etapa en la organización juvenil EGI en Venezuela –país en el que nació– publicó los discursos de quien había sido alcalde de Getxo y futbolista del Athletic. Su figura le interesó a Iñaki hasta el punto de que “hice un póster, ilusamente, con el objetivo de contrarrestar el del Che Guevara de la época”.

Ya a su regreso a Euzkadi, asiente que ha tratado de promover su recuerdo con estatuas, libros, bustos, nomenclatura, pegatinas, … “pues, por culpa de la dictadura, poco se sabía de él y había sido el primero, la referencia por antonomasia. Incluso en su juramento en Gernika, perdido en la niebla”, mantiene quien durante un tiempo anduvo muy cerca de “Don Manuel, coordinando su estancia en París, por lo que una noche, en casa de su sobrina Maite y ante un magnetofón, conversé con él informalmente, pues tenía la frustrada ilusión de saber más sobre nuestro primer lehendakari, y nadie mejor que él, que había sido diputado en el Congreso con Aguirre, así como estrecho colaborador en la guerra y en el exilio”.

De aquella jornada se acabaron publicando quince páginas de encuentro. Entre ellas, Irujo y Anasagasti entraban en harina desde el prisma de que el navarro siempre admiró a Aguirre, “porque entre otras cosas fue su amigo”. Quien fue ministro narró cómo lo conoció. “Desde luego; si no fue después de diputado no le faltaría mucho. Yo a José Antonio, hombre de Acción Católica, amigo de Herrera Oria, no le he conocido. Quiero decir que conocí a José Antonio Aguirre alcalde de Getxo y hombre puesto en la brecha al frente de las gentes activas de Bizkaia propugnando el Estatuto y propugnando la actividad vasca. De modo que realmente conocí al diputado José Antonio Aguirre”, diferenciaba.

“Era un hombre que, cuando hablabas con él, sentías que solo le interesabas tú; y hasta en la forma cálida de dar la mano”

Cuestionado Anasagasti sobre cómo ha evolucionado la figura de Aguirre y su discurso en estos 65 años, el exsenador estima que no lo ha hecho en sus principios, sin embargo, “en las formas mucho” y apostilla que “como decía Irujo era un hombre que, cuando hablabas con él, sentías que solo le interesabas tú; y hasta en la forma cálida de dar la mano. Y, sobre todo, atendía a todo el mundo. A día de hoy hablas con ciertos políticos que si te atienden pasa una mosca y siguen a la misma, ni escriben y no contestan llamadas. Y en lo ideológico, no le importaba presentarse como un cristiano social y defender esta ideología”. Y, ¿cuánto de Sabino Arana había en Aguirre? “Bastante, como toda aquella generación que llamaba a Sabino ‘El Maestro’. Le hizo el prólogo a Pedro Basaldua a su libro con la biografía de Sabino y su padre, Teodoro Aguirre fue pasante de Daniel Irujo cuando este fue el abogado defensor de Arana”.

En aquella charla que acabó registrada en un libro titulado ‘Entre la libertad y la revolución’, quedaron claras diferentes posiciones ideológicas. Una de ellas fue que el tiempo de Aguirre en la Cortes, en Madrid, mientras Irujo y otros compañeros se hacían cargo de la acción parlamentaria del día a día, “José Antonio se centró en el Estatuto, en sacar adelante el primer Estatuto vasco de la historia. Y lo escribió en su libro Entre la Libertad y la Revolución. Los discursos de José Antonio no son muchos, pero son buenos, y como además hablaba con tal convicción, con tal afirmación, que la gente le tenía simpatía. ¡Hay tipos humanos…! José Antonio daba calor y se preocupaba de dar calor. Mire usted, hasta en la forma de dar la mano”.