Una semana después de aquella visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en 1998, viajé formando parte de una delegación del PNV, invitada por el Partido Comunista cubano. La formábamos Josu Jon Imaz, Xabier Albistur, Ricardo Ansotegi, Joseba Egibar y quien suscribe. Todavía resonaba en el ambiente aquel desgarrado llamamiento del Papa: «Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba».
En aquella semana visitamos Cienfuegos y allí al obispo Emilio Aranguren, secretario de la Conferencia Episcopal cubana. Su padre había sido un militante nacionalista vasco que había tenido que exiliarse y, sintiéndose morir les pidió a sus hijos fueran al caserío familiar en Beasain y a pocos metros de un árbol que describió les pidió desenterraran una caja donde, poco antes de marcharse, había guardado una ikurriña, varios libros e insignias, así como correspondencia entonces comprometedora. Fallecido el padre, los hijos cumplieron la petición y allí encontraron todo un legado de valores e implicación en la defensa de una causa democrática, causa que les había transmitido a sus hijos bajo el régimen cubano.
La víspera de salir de la Isla nos llamó el Comandante. Y con él estuvimos desde las dos hasta las cinco de la madrugada. Debía ser ésta la forma en que recibía a la gente que quería le escucharan. Detrás suyo, como secretario Felipe Pérez Roque, el hoy defenestrado ministro de Asuntos Exteriores. Fidel Castro nos hizo mucho hincapié en recordar su bachillerato dado por los jesuitas. Nos nombró a varios de ellos, vascos, y recordó el Frontón de La Habana donde ahora debe haber un hotel chino. Y nos habló de la necesidad de una poderosa moral pública como si fuera un párroco de pueblo. Sentía horror por los contenidos disolventes de una televisión hacia los valores familiares y nos habló largamente del horror que le producían los atentados de ETA cuando había mujeres y niños de por medio para, al final, ofrecérsenos a mediar en lo que fuera si su concurso fuera necesario para acabar con la acción armada terrorista de una organización que había nacido en los años sesenta con el telón de fondo de la revolución argelina y de la cubana. Como es lógico salimos flipados e impresionados de aquel encuentro con un icono del siglo XX de semejante dimensión.
Eso no fue óbice para hacerle una pregunta a su entonces canciller Roberto Robaima cuando pasó por Madrid y en la conversación que tuvo con los portavoces de los Grupos parlamentarios le pregunté, sobre el por qué Fidel Castro no se sometía al imperio de las urnas si sabía que las elecciones las tenía ganadas. La respuesta fue patética.
Viene todo esto a cuento del fallecimiento de Monseñor Pedro Meurice Estiú, arzobispo emérito de Santiago de Cuba, que tuvo aquel 24 de enero de 1998 una homilía ante el Papa de las de recordar. Al arzobispo le llamaban el “león de Oriente” y aquel día quiso hacer honor al apodo para rugir ante toda la nomenclatura cubana. Frente a los sorprendidos santiagueros allí congregados y para quienes veían en directo por televisión la intervención de Meurice, aquellos católicos sentían suyas las palabras del viejo cura: «Santo Padre… le presento a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología». «Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia, casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia… “Y allí presente estaba Raúl Castro escuchando impertérrito aquella sarta de verdades que hasta ese momento nadie se había atrevido a pronunciar ante él. La muerte de Meurice esta semana nos ha recordado el episodio.
Y relacionado con Cuba un día sí y otro también seguimos de cerca los viajes del presidente de Venezuela Hugo Chávez a La Habana donde el médico que le trata parecería ser Fidel Castro que lo mima como a un hijo cubano, no permite lo traten en Brasil, y es él quien en tres palabras le dijo esta semana esta buena noticia “No tienes nada». Ojalá sea así y Chávez se recupere pronto. Pero todo esto me ha suscitado dos reflexiones.
¿Qué ha pasado con el famosos Oncológico que había en Caracas con una plantilla de médicos de alta capacitación y el instrumental más moderno?. ¿No es una afrenta que el presidente del país tenga que viajar a Cuba a curarse?. En doce años ¿qué ha hecho Chávez para consolidar una sanidad para todos de la más alta calidad?. ¿Todos los enfermos de cáncer tienen que ir a Cuba a curarse?. ¿No es todo esto un escándalo?. ¿Es esto la Revolución Bolivariana?.
Y la segunda y referida a Cuba que ha mandado a Venezuela remesas y remesas de médicos cubanos se impone. ¿Se trata en Cuba a todos los enfermos de cáncer como al presidente Hugo Chávez?. ¿Existen dos clases de pacientes»?. ¿Dónde queda la sociedad sin clases?. ¿Con cada enfermo cubano Fidel tiene el mismo interés y asistencia?.
Pues no. Pasó por aquí el hijo del primer consejero comunista del Gobierno Vasco, Juan de Astigarrabia, invitado, por el Gobierno de Ibarretxe en el aniversario de la constitución de aquel gobierno en Gernika en 1936. Poco antes de marchar tras escuchar una serie de canciones vascas que le recordó a su familia, le dio un infarto y fue tratado en el Hospital de Basurto. Le fui a visitar y me dijo: «Mira compañero. Nosotros decimos que la mejor sanidad del mundo está en Cuba. No es verdad. Está aquí». Y le habían tratado como a uno más, eso sí, con el respeto que por aquí se le tiene al enfermo.
Y vuelvo al principio de la reflexión retomando al arzobispo fallecido: «No confundir la Patria con un Partido, la nación con el proceso histórico y la cultura con una ideología». De acuerdo en todo.