Mucho se está hablando de Jorge Semprún a raíz de su fallecimiento en París y me preguntan si tuve el honor de conocerle. La respuesta es afirmativa, aunque añado que con quien trabajó muy estrechamente el Gobierno Vasco en el exilio y con los Lehendakaris Aguirre y Leizaola fue su padre, José María Semprún Gurrea que tenía muy a gala el apellido de su madre y, él y toda la familia veranearon en Lekeitio. De ésta localidad salieron al exilio. Y de esto tuve oportunidad de conversar varias veces con el ya ministro de cultura Jorge Semprún.
Tenía 13 años cuando estalló la guerra civil. Vivían en “la casa del puente” al lado del cuartel de carabineros al borde de la carretera que conducía a Ondarroa y allí pasó la familia cuatro largos veranos. En el último su padre tuvo que hacer dos viajes para llevar a toda la familia desde Madrid y en el segundo les costó pasar Vitoria. Al día siguiente estalló la sublevación militar y la familia Semprún vio como se desmoronaba aquel idílico mundo apacible y burgués y aquel adolescente comenzó a palpar los horrores de la guerra. Con las tropas franquistas en Ondarroa la familia evacúa a Las Arenas y de allí, una noche desapacible salen en “El Galerna” y llegan a Bayona, para iniciar un largo exilio que interrumpe en 1975, con el franquismo moribundo, para visitar Lekeitio y volver a los sitios de su infancia, uno de ellos el frontón, donde jugaba a mano, con un suelo bastante irregular, pero con buenas pelotas de cuero. Pero ya aquel viejo frontón había sido sustituido por uno nuevo y la magia de aquel recuerdo no lo reconocía el veterano Jorge al cabo de cuarenta años, al ver aquellas nuevas instalaciones.
A su padre, católico y liberal, catedrático de Derecho de la Universidad de Madrid, republicano, gobernador civil en Toledo, el ministro Álvarez del Vayo lo nombró Encargado de Negocios del gobierno republicano en La Haya (Holanda) en 1937 y a partir de entonces mantuvo esa estrecha relación de la que he hablado con los vascos del exilio. Recuerdo muy fielmente a un republicano bilbaíno, Ángel Ojanguren, que era quien servía de puente entre Aguirre y Leizaola con el viejo Semprún cuando éste era el embajador oficioso de la República en Roma y a quien editamos su libro de memoria con copiosa documentación de esta relación, de tal manera que cuando sacamos a la luz aquella edición le entregué en mano éste libro al nuevo ministro de cultura de Felipe González en 1989.
Jorge Semprún era uno de los pocos republicanos y políticos españoles con los que podías hablar de Aguirre, Leizaola, Landaburu, Rezola, Jauregui, Alberro e Irujo con quien su padre había sido ministro en uno de esos gobiernos republicanos del exilio surgidos en México a partir de 1946. Los conocía a todos.
En base a ésta confianza y cercanía tuvo especial empeño como ministro en cumplir el acuerdo que habíamos llegado con el anterior ministro, Javier Solana para la compra de una escultura con destino a Gernika. Solana nos negaba la posibilidad de que el “Gernika” de Picasso se instalara en la Villa mártir, pero a cambio, y por su mala conciencia y en tiempos de vacas gordas, logramos que el Ministerio de Cultura comprara la obra del escultor británico Henry Moore “Large figure in a shelter” (Gran figura en un refugio) que fue colocada junto al conjunto escultórico de Eduardo Chillida “Gure Aitaren Etxean” (En la Casa de nuestro Padre) que allí fue instalada y en cuya inauguración estuvo Jorge Semprún, habiendo sido el Grupo Vasco quien promovió la adquisición de ésta obra. Pero el departamento de Cultura, dirigido por Joseba Arregui, no nos invitó a aquel acto que pretendía ir montando con el tiempo en ese parque circundante a la Casa de Juntas, un Museo al aire libre con esculturas de grandes firmas. La de Richard Serra se quedó en el camino.
Lo de la mezquindad en las invitaciones debe ser cosa normal. En la reciente inauguración del Museo Balenciaga, el lunes pasado, y cuyos primeros presupuestos logramos gracias a una negociación con Álvarez Cascos que visitó Getaria, tampoco nos han tenido en cuenta. La cortesía en algunos no debe ser su fuerte.
Semprún fue ministro de julio de 1988 al 11 de marzo de 1991, casi tres años en los cuales el guerrismo le hizo la vida imposible hasta el punto que nos solía decir que él no mandaba en el ministerio sino un tal Garrido. Quizás le perjudicó el hecho del caso Juan Guerra ya que era partidario de clarificar el asunto y en 1990 opinó que el programa 2000 del PSOE estaba en parte rebasado por la historia, cosa que cabreó al aparato socialista.
Semprún era un hombre abierto, universal, comprensivo con lo vasco, muy culto, elegante con ese pelo blanco que lo identificaba desde lejos.
En su libro “Adiós Luz de Veranos”, Semprún narró aquellos veranos en Lekeitio con sus seis hermanos, el recuerdo de su abuelo Antonio Maura, el jardín de la casa, la llegada de los arrantzales, los poemas que su padre recitaba al anochecer, el estallido de la guerra… Vale la pena ya que nos acerca a una de las figuras intelectuales españolas del siglo XX y al mundo de un pequeño pueblo vasco en la costa bizkaina antes de que estallara aquella inmensa tragedia que él vivió de manera tan personal.
Me ha gustado que, a petición suya, hayan colocado una bandera republicana en su féretro.
Solía decir que cuando ya se han difuminado todas las certidumbres solo le quedaban las emociones que eran lo más válido del ser humano. Pues eso.