Fue Félix Pons, presidente del Congreso quien lo dijo en 1993. Levantaba la sesión para que González convocara las elecciones de aquel año y, en la noche electoral hablara de “dulce derrota». Félix Pons, después de diez años de presidencia, volvió al Congreso solo a los actos institucionales convocados y poco más. Vivía en Palma de Mallorca y un día fui a visitarle con Emilio Olabarria que había sido secretario de la mesa por él presidida. Era un abogado de prestigio y rehizo su vida con facilidad y nunca más asomó la nariz en la política. Buena persona pero muy centralista, falleció en Palma y su fallecimiento no tuvo un gran eco mediático.
El que ha sido presidente del Congreso hasta esta semana ,José Bono se despidió del Congreso tras la sesión del jueves 22 de septiembre. Fue despidiendo a todos y cada uno de los portavoces y haciendo loas de ellos para cerrar con un encendido agradecimiento a Zapatero. En el desayuno que tuvimos la víspera nos dijo que quería ocuparse de su hija de diez años. «Si es así solo vas a poder estar con ella tres años -le dije. A los catorce no querrá saber nada de ti». Bono, Pilar Rahola y yo, presentamos hace muchos años conjuntamente un libro de Rahola sobre la adopción. Ahora Bono dice que se retira, pero un político de verdad no se retira nunca. Mientras respira, aspira. Se habla de él como Defensor del Pueblo o embajador en el Vaticano. No creo lo logre. Y no lo haría mal. Lleva la cosa pública y el teatro en la sangre. Y nos dijo que ha firmado un contrato millonario por editar sus memorias. Pero tendrá que contar cosas y no como Sabino Fernández Campo que decía que lo que podía decir no era interesante, y lo interesante no lo podía decir.
Y se va Rojo. Él como Bono están atrapados por el cargo que han representado. A un ex presidente del Congreso y del Senado es difícil encontrarles ubicación. Como los jarrones chinos cuya alusión me robó González y que no es mía sino se la oí al ex presidente Rafael Caldera: «Los expresidentes son como los jarrones chinos. Muy valiosos pero nadie sabe dónde ponerlos». A Javier Rojo le va la marcha, pero tendrá que calmarse. Dos hijas, dos nietos, una casa en Málaga, una hija parlamentaria de la que me contaba orgulloso, había dado su primera rueda de prensa en euskera. Escribir un libro y poco más. La política es un gran gargantúa y a la vez una trituradora. Mérito y capacidad no son los elementos que sirven para optar. Lealtad y sintonía suele ser la fórmula. “A tí te encantaría, ser embajador en Centro América» le dije. «O solo cónsul y llevar un proyecto de cooperación. Sería feliz». Pero los que vienen no suelen ser tan generosos con los que se van.
Está el ejemplo de Federico de Carvajal, elegante presidente del senado en 1982 a quien después de dos mandatos el PSOE lo mandó de diputado raso al Congreso a subir hasta la última fila del hemiciclo. Hoy sigue en su despacho y ésta última semana me llamaba para saber cómo había quedado la petición de reconocimiento de los quiroprácticos. Él les ha echado una mano pues tiene una dolencia que tratan estos profesionales.
Rodríguez Zapatero sufrirá el vacío en carne propia. Le veo en León, dando clases en la universidad y poco más. Si a Cristo su discípulo Pedro le negó tres veces a éste le van a negar los suyos tres mil. Luego, cuando las aguas vuelvan a su cauce, sacará un poco la cabeza, pero ya nada será lo mismo. El Bambi de los dientes de hierro que se cargó una generación y alardeó de talante fue una moto sierra para los de su anterior generación habiendo terminado tocando la puerta de un incombustible sesentón como Rubalcaba, a Borrell, Almunia, González, Solana, los ubicaba, pero los alejaba. «Zapatero, no cambies nunca» le gritaban sus seguidores la primera noche electoral en Ferraz. Pero cambió. ¡Vaya si cambió!. Para mí, aquel diputado por León miembro por joven, de la mesa de edad, nada tuvo que ver con el Zapatero que con 51 años dejaba el Senado el martes trece de septiembre de 2011. Y eso es lo malo de la política. Ningún gas es tan venenoso para un presidente como el incienso. Y él lo ha tenido por toneladas cúbicas. De ahí lo duro de una escena al verle marchar a este hombre que creyó que su talante, sus ocurrencias, sus improvisaciones y su falta de hoja de ruta le iban a hacer un estadista. Y se ha ido arrastrando los pies. Como decía Pons: «Se levanta la sesión ¡y algo más!”.