Ha fallecido Enrique Curiel. En su féretro pidió se colocase la bandera del PCE, el partido de su vida, aunque desde 1990 militaba en el PSOE.
Le conocí en el Congreso. Llevaba con insistencia el esclarecimiento de una desaparición sonada en su época como fue el caso Nani. Elegante, apuesto, buena gente, era un opositor tenaz y parlamentariamente eficaz. Y le volví a encontrar en la legislatura anterior en el Senado. Ya en el Psoe. Era el secretario general del Grupo Socialista. El portavoz era Joan Lerma, aunque el trabajo diario lo hacía Enrique que encontraba tiempo para escribir en Deia y para hablar de superar el contencioso vasco con valentía y medidas políticas. Era muy buena gente.
Su agrupación gallega, era de Vigo, por esas cosas de partido cortoplacistas y aparateras no le incluyó en las listas y con sesenta años tuvo que reingresar en la universidad como profesor asociado ganando 700 Euros. Un dato para todos aquellos que en estos meses han hablado de las pensiones y cesantías de los políticos.
Al enterarme de su fallecimiento le he llamado al presidente del Senado Javier Rojo. Le he recordado que a propuesta mía la Mesa aprobó que cuando falleciera un senador, alguien de su grupo, hiciera sobre él una semblanza, un Memorial, en el primer pleno seguido al hecho. “Pero ya no era senador” me ha contestado. “¿Y qué?”. “¿Hace falta que alguien este en el ejercicio para que se loe su trabajo?”. No sé lo que harán. Pero yo insistiré. Enrique Curiel merecía eso y mucho más porque cuando la gente habla tan superficialmente de la política y de los políticos deje de mirar a los Camps y a los corruptos de todo tipo y mire más a los Curiel, que son la mayoría y que además mueren pobres, casi abandonados y pidiendo pongan sobre su féretro la bandera del PCE, la bandera de sus más limpias ilusiones.