Y llegaron los días —el martes y ayer, de momento— en que se habló más de Miguel de Cervantes Saavedra que de Albert Rivera Díaz y casi tanto como de Pablo Iglesias Turrión. El plumilla veterano, papel que podría interpretar yo mismo, se rasca la cocorota con perplejidad ante el tremebundo espectáculo de necrofilia que se despliega por tierra, mar y aire. No hay portada digital o de celulosa ni programa de televisión serio, de varietés o cuarto y mitad (que ahora son la mayoría) que no se haya engolfado en la exhibición de los residuos, más que restos, del autor de Don Quijote. ¿Los reales? Miren, esa es otra: depende del entusiasmo y/o la afección con el régimen gaviotil, cada medio ha titulado que son las genuinas sobras del genial manco, que podrían serlo, que vaya usted a saber o que huele a que no.
Arriesgándome a pasar por el inmenso patán que seguramente soy, y desde el respeto más absoluto e incluso enorme admiración por Paco Etxeberria y el equipo científico que participa en la investigación, me pregunto por lo que supondría certificar que entre ese puñado de escurribañas se cuenten algunas que pertenezcan al escritor alcalaíno. Se me escapa lo que hay detrás de este fetichismo morboso o directamente macabro. Sí, me consta que se puede justificar como filigrana intelectual o, de modo más pedestre, acudiendo al dicho que sostiene que el saber no ocupa lugar. Pero, dado que en este caso, para saber hay que gastarse un pico público, me parecería más útil y justo destinar esos recursos a localizar, desenterrar e identificar los miles de huesos más recientes que esconden cunetas y barrancas.
Contra lo que sería de esperar en una sociedad civilizada, cada vez vivimos más del símbolo y el fetiche, que a veces llega a níveles de tótem.
Se quiere aclarar el lugar exacto de enterramiento e identificar cuales fueron sus «peroneses» para tener algo físico e identificado que adorar como si lo importante de Cervantes fuera su cuerpo podrido y no su creación literaria que, por cierto, la mayor parte de ciudadanos embebidos con las recientes noticias ni conocen ni van a conocer. Como tampoco conocen el hecho de que Cervantes, además de soldado en Lepanto, cautivo rescatado y escritor de magníficas novelas fue defraudador al erario público mediante la distracción de los fondos que como recaudador de impuestos atrasados (también fue por tanto «cobrador el frac») debía guardar y liquidar. Vamos, un adelantado digno de consideración.
Es muy necesario contar con un «tótem» como éste, gloria de las letras y prototipo de españolidad universal.
Tras la consulta de diccionarios lexicográficos (DRAE); de uso (María Moliner); de dudas (Seco, Sousa); etimológicos (Coromines y Pascual); jergales (Salillas); coetáneos de Cervantes (Covarrubias) y considerando que esta búsqueda tiene que terminarse
CONCLUYO
– que no sé qué es «escurribaña(s)»
Lo que certifico para que así conste y surta los efectos oportunos.